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martes, 1 de noviembre de 2011

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'via Blog this'“EL DUENDE DE TU SON, CHE BANDONEÓN”



Lo recuerdo claramente, tenía en ese entonces, diez años recién cumplidos. Estaba en mi habitación armando un avioncito de madera balsa que había recibido de regalo del tío Vicente. En esa época era poseedor de un pequeño tesoro: una radiecito, a transistores, de las primeras que habían salido a la venta .También un regalo, este de mis padres, para una Navidad. Me gustaba tenerla encendida mientras realizaba mis tareas, y escuchar algo de música y noticias de deportes, pero ese día mi pequeña radio Sony cambió mi vida. Fue un punto de inflexión: lo escuché a Rodolfo Mederos y preste atención, por primera vez en mi corta vida, al lánguido y melancólico sonido del bandoneón interpretando: “Adiós Nonino”,Verano porteño” y “Milonga del Ángel”. Ese día quede enamorado: del bandoneón, de Mederos y de Piazzolla.
En casa gustaba el tango, papá y el tío Vicente solían pasar horas escuchando Long plays en el wincofon. Mamá prefería los boleros, a los que según, papá, entonaba bastante bien.
Una semana después de mi “descubrimiento” fui a hablarlo al “viejo” que estaba arreglando el enchufe de la plancha.
─Papá, quiero aprender a tocar el bandoneón─ dije así de un tirón y tratando de poner voz de hombre. “El viejo” me miró como si no entendiera. Dejó el destornillador sobre la mesa, al lado del mate y me miró fijo a los ojos.
─ ¿Qué decís, Carlitos?
─ Que quiero aprender a tocar el bandoneón.
Papá se levanto, y le cambió la yerba al jarrito. En ese momento entraba mi madre con las compras del día. Capto el silencio reinante y preguntó preocupada
─ ¿Qué hizo, Carlitos?
─Esta vez nada, Ángela, simplemente me sorprendió─ respondió mi padre─ Quiere estudiar música. Específicamente tocar el bandoneón.
─ ¿Y porque el bandoneón?, si nunca le interesó el tango, ─dijo mamá, abriendo grande los ojos.
─ Es lo que iba a preguntarle cuando vos llegaste, mujer. ¿Y, Carlitos, que te pasó?.
─ Mucho, papá. Estaba en mi pieza armando el avioncito y escuche en la radio, la que ustedes me regalaron a un tal, Rodolfo Mederos, interpretando temas de Piazzolla, que algo conozco, porque vos tenes discos de él. Por primera vez preste atención al bandoneón y me corrió un frío por todo el cuerpo, te lo juro, mamá, nunca me había pasado algo así. Desde esa noche, me duermo pensando en el bandoneón y en lo que había escuchado.
En la enciclopedia, encontré lo que buscaba: que lo habían inventado en Alemania, en 1864, un tal Ernest Arnold para que sirviera de órgano portátil en los servicios religiosos que se hacían fuera del templo .Que los hijos de Ernest: Paul y Alfred crearon el famoso doble A. Que tiene 38 botones agudos y 33 graves; que es distinto el tono cuando se estira o cierra el fueye. Leí sobre: Arolas, Maffia, Laurenz, Troilo, Piazzolla, Mederos y que se yo.
La voz de Carlitos, se comenzó a entrecortar. Estaba al borde del llanto.
Su madre lo miraba con los ojos llenos de ternura. El muchachito era muy travieso y le debía más de un disgusto, pero ahora lo veía distinto, como si hubiera madurado, así repentinamente. Su padre lo miraba ceñudo, pero atento a sus palabras.
─ Viejo, aquí a tres cuadras está el profesor Sgromo, que enseña bandoneón─intervino Ängela─ ¿Qué te parece si probamos?
─Puede ser, puede ser, respondió Mateo, pero, ¿y la escuela?
─ Yo les prometo ─respondió el niño, con voz firme ─ que voy a ser de los mejores alumnos. No van a tener nunca más, en el colegio, un problema por mí.
Pasaron un par de años de intensos estudios de música. Un día el profesor Sgromo, citó a Mateo.
─Mire amigo, yo le di a Carlitos, todo lo que le podía dar. Ya no puedo enseñarle nada a este chico ¡Es muy bueno! demasiado bueno. Tiene un enorme talento. Necesita algo muy superior a este viejo maestro. Sé se su admiración por Mederos. Lo conozco personalmente a Rodolfo, puedo darle una recomendación.
─ Pero es muy chico, maestro, para estar metido en el ambiente de los músicos y del tango. Es algo que me causa cierto temor. Usted sabe que es un mundo difícil.
─ Sus temores son comprensibles, pero no se equivoque, Mateo ¿A qué edad cree que comenzaron los grandes?. O le damos alas a Carlitos, o se las cortamos y también le habremos amputado parte su vida: piénselo.
Mateo salió pensativo. Estaba seguro, de que muy pronto muchas cosas cambiarían en su familia, pero como dice el tango: “Contra el destino nadie la talla”
Fue uno de los alumnos dilecto de Mederos por su talento y tenacidad: “Lleva el bandoneón en el alma” solía decir el maestro. Toco en varios conjuntos de Buenos Aires cuando solo tenía veinte años y causó la admiración de muchos entendidos.
Dos años después fue invitado a una gira por Europa. En París creyó estar viviendo un sueño, allí habían estado: Gardel, Cadícamo, Piazzolla, Mederos y tantos otros “próceres” de la música de la ciudad.
Una noche,a la salida de una actuación donde había sido ovacionado, se sentó frente al Sena, bajo la luz de las estrellas. Recordó su barrio de Flores, sus padres y amigos, al viejo maestro Sgromo; la tarde aquella, en que en su habitación armando el avioncito del tío Vicente escuchó por vez primera el bandoneón con los oídos…y con el alma, y también, todo lo que este le había dado: mucho más de lo soñado. Habían pasado varios años de aquel episodio que signó el camino de su vida y lo rememoró con la claridad de una mañana de primavera.
Se alejó caminado muy despacio, con paso cansino, como si fuera taconeando sobre el empedrado de Barracas al sur, tratando de beber, de a pequeños sorbos, la noche parisina, mientras a su corazón bañado de nostalgia, llegaban, como interpretados por una orquesta muy lejana, tal vez de allá, de Buenos Aires, los inolvidables versos de Homero Manzi:
El duende de tu son, che bandoneón,
se apiada del dolor de los demás
y al estrujar tu fueye dormilón
se arrima al corazón que sufre más…

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