Vistas de página en total

viernes, 14 de octubre de 2016

LA REBELION DE ALVARO

̶ ¡Te equivocas, Álvaro! ¡Ustedes sin mí no eran nada! ¡No existían!
̶  Tranquilo, Roger, tranquilo. Sin nosotros vos tampoco serias nada, por lo menos en esta etapa de tu vida.
̶  Álvaro, no sé a qué se debe esto. Estábamos trabajando tranquilos y de pronto comienzan a plantear estos problemas. No lo entiendo.
̶  No lo entiendes porque sos muy egoísta. Porque solo te interesa tu triunfo personal, sin importar a quienes pisas o dejas en el camino sin afectarte que quienes trabajan para vos estén, o no, conformes con el rol que les asignas.
̶  Álvaro, lo reitero ¿Qué eran antes de que yo los sacara de la nada?...Eso eran, ¡nada!
 ̶ Roger en tu soberbia te convertiste en un patrón impiadoso que levantabas tu maldito dedo índice para señalar, como un cesar nuestros destinos. Se terminó, Roger. Ahora nosotros tomaremos nuestras decisiones. Lo que antes nunca hicimos. Pero todo tiene un comienzo y un fin, como la Creación.
̶  La omnipotencia es peligrosa, jefe. El poder supremo obnubila el razonamiento crítico̶  intervino Soledad con su serenidad habitual, aún en los temas urticantes y situaciones difíciles.
̶ ¿Y qué pasa si me niego a satisfacer sus demandas?.
̶  Te abandonamos, Roger ̶ dijo, Luciano, con su hermosa voz de barítono.̶ Ya lo hemos conversado detenidamente y estamos todos de acuerdo.
Roger, miró uno por uno a quienes lo rodeaban, directamente a los ojos, queriendo penetrar en el alma de los disconformes. Se sintió traicionado por aquellos que todo se lo debían a él, que con su talento y laboriosidad les había dado un rol en la vida. Los buscó en los oscuros trasfondos, para traerlos a la luz ¿Y ahora esto?.
Si mi abandonan en este momento perdería dos años de mi trabajo que serían muy difíciles de recuperar. Dos años de sueños, ilusiones, desvelos ¡eso!,desvelos, para que me abandonen en la recta final, por reivindicaciones que en la situación actual me parecen fuera de lugar.
El rostro de Álvaro, vocero y cabecilla del grupo permanecía inmutable. Solo Soledad esbozaba una leve sonrisa que tenía mucho de irónica y piadosa.
̶  Está bien. Veo claramente que no hay marcha atrás. Ya veré como me las arreglo.
Lo invadió una profunda desazón al ver que todos  se alejaban sin importarles su angustia. Sintió en su frente, sus manos y axilas una traspiración viscosa y fría.

El fuerte golpe de una ventana al cerrarse por una racha de viento…lo despertó. Tembloroso encendió la luz del velador y tomo el borrador de su novela que estaba en la mesa de noche. La hojeo rápidamente comprobando con satisfacción que Álvaro y los otros personajes permanecían estoicamente en su lugar a pesar de la arbitrariedad con que manejaba sus vidas.

sábado, 6 de agosto de 2016

FRANCESCA

FRANCESCA


Cuando llegué a la Provincia de Reggio Calabria, una soleada mañana del otoño europeo, sentí que comenzaba a hacer realidad un viejo y anhelado sueño: visitar la casa donde nació y vivió mi madre junto a mis abuelos, allá por el año de mil novecientos cinco, en el pequeño pueblo de Meliccucá que emerge como una mancha de cal, ladrillos y tejas en el paisaje rural del sur de Italia, entre montañas, bosques y el azul del Mar Tirreno.
Desde niño escuché muchas veces los recuerdos que guardaba mi madre de su pueblo natal: del crudo frio del invierno y el fuerte calor del verano; del trabajo del nono Antonio; de sus hermanos, Rosario, Vicente y Fortunata, todos mayores que ella, pero siempre en sus relatos, había alguna referencia a la Fontana Di Tocco situada frente a la puerta de su casa, en una callejuela muy angosta, empedrada, común en las antiguas ciudades y pueblos europeos, donde ella solía jugar con sus hermanos y los niños vecinos. Recordaba con afecto a Anunciata y María que jugaban poco y lloraban mucho.
En el año mil novecientos trece, en una Italia empobrecida, semi feudal, convulsionada, al borde de “La Gran Guerra”, la familia de don Antonio y  Catalina, emprendió su largo y épico viaje, cruzando casi toda la península, hasta llegar a Génova donde embarcaron  hacia su nuevo hogar: La Argentina de la  promesa de paz y trabajo, donde los esperaban otros calabreses con los brazos abiertos y el pan en las manos. Nunca más regresaron, por cosas de la vida, pero siempre vivió en ellos, Meliccucá, allí, en el arcón de la nostalgia que guardan en un rincón del alma, todos los inmigrantes.
Aterrizamos en el modesto aeropuerto de Reggio Calabria, capital de la provincia del mismo nombre. Un taxi nos trasladó al hotel en que habíamos reservado nuestro alojamiento. Desde el balcón de la habitación que ocupábamos, por sobre los tejados y terrazas, con masetas cubiertas de flores,a pesar del otoño, se podía ver el mar y el Estrecho de Messina que separa Calabria de Sicilia. El aroma salobre del Tirreno llegaba a mis sentidos y a mi alma. Ya estaba cerca, muy cerca de la casa de mi madre Pronto emprenderíamos lo que era para mí, una peregrinación hacia mis orígenes.
El destino (o no sé qué, o quién), puso en mi camino  a un ser humano muy especial, Pascuale, el que acompañado de su esposa, una bonita rusa de porte típicamente eslavo, nos llevó en su automóvil a Meliccucá, distante a cincuenta kilómetros de la capital; pequeño valle que emerge, entre plantaciones de olivos y pinares, en la vertiente norte de las montañas del Aspramonte .
Llegamos en horas de la siesta, creo a las tres de la tarde, (luego de habernos perdido buscando el camino). El pueblo dormía. Solo unos pocos animosos se reunían en las veredas, para intercambiar opiniones y contarse sus  problemas familiares y cotidianos.
Comprendí, que en ese momento estaba allí, donde lo soñé muchas veces. Que esos viejos “Tanos” que me señalaban con dedos deformes por el reuma, los años y el trabajo rudo, el lugar donde encontraría la fontana: eran todos familiares míos. Así lo sentía y tal vez, así ellos lo sintieron, cuando les dije mi apellido materno con décadas de historia en el pueblo.

Allí estaba firme desde hacía un par de siglos y todavía vertía chorritos de agua, ¡La fontana Di Tocco! y frente a ella, mirándome como si me diera la bienvenida: la casa de mi madre.
Hay emociones que son muy difíciles de describir y esta era una de ellas. Descendí del auto de Pacuale, tratando de grabar y absorber por todos  mis sentidos, lo que me rodeaba.
Llamé a la puerta (antigua puerta con postigos en su mitad superior) a través de la cual se percibía luz. Pocos minutos después abrieron y una pequeña figura apareció en ella: muy anciana, encorvada, de ojos intensamente azules… y totalmente lúcida. Me miró con curiosidad. Le pregunté si tenía el mismo apellido de mi madre. Movió su blanca cabeza afirmativamente. Emocionado, le dije que también era el mío. Levantó su pequeña mano y haciendo una V con dos de sus delgados y ajados deditos, me pregunto: ¿”Con Doppio D”? Al decirle que si, con voz temblorosa, me abrazó sollozando. Me abrió la puerta de su casa, y por fin, pisé, el suelo donde había visto la luz, mi madre.
La anciana, me dijo que se llamaba Francesca, que tenía noventa y nueve años y que estaba muy emocionada. Afortunadamente había entrado Pascuale, su esposa y la mía: todos lagrimeaban. La presencia de Pascuale,fue fundamental, porque hizo de traductor. Era muy difícil entender el dialecto calabrés, que hablaba Francesca. Así pude saber que ella, era hija de un primo hermano de mi nono. Recordaba, que cuando era niña le habían contado que el tío Antonio se había ido a La Argentina con sus hijos;  Vivía sola, pero su hija y todos los vecinos eran su familia.
Con una lucidez sorprendente para su avanzadísima edad, nos habló de su vida, de sus recuerdos, y mostró fotos de sus hijos, cubriéndole el rostro un velo de tristeza cuando señaló, a los que habían muerto. Además,  ¡Lo increíble! Estaba tejiendo una puntilla con aguja Crochet.
Varias vecinas se acercaron, con curiosidad lógica, para saber que pasaba en casa de Francesca, donde veian un inusitado movimiento. Ella, con su suave y dulce voz les explicó que yo era un pariente que había venido de  América, para ver la casa donde había nacido “sua mama”
.El sol ya se ponía, tiñendo de rojo las nubes en el poniente: debíamos partir, regresar. Había terminado mi peregrinación. Atrás quedaban la inolvidable Francesca, la vieja casa materna, la Fontana di Tocco... y  Melicuccá. Mi anhelo se había cumplido, había encontrado parte de mis raíces. Ahora solo me quedaba complacerme de mis recuerdos; de los inolvidables momentos que había vivido.