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martes, 25 de octubre de 2011

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'via Blog this'LOS PEQUEÑOS PRISIONEROS




Casi no se puede creer ¿Es una noticia de la crónica policial, verdad?
Hoy en día están sucediendo muchas cosas atroces en este mundo impío en que vivimos, fundamentalmente: con los niños, mujeres y ancianos ¡Si parece mentiras! Hasta hace unos años los niños y los ancianos eran objeto de veneración y las mujeres de gran respeto; y hoy no se puede confiar en nadie ¡Ni siquiera en los familiares!
Creo que todos estamos asqueados de enterarnos por medio de la televisión, la radio y los diarios, de los niños: ultrajados, sometidos a trabajo esclavo, desnutridos, golpeados y analfabetos, pero niños prisioneros, en conocimiento de sus padres, de toda la familia, amigos y conocidos ¡Y no haber una sola denuncia policial sobre un hecho tan aberrante!, parece una pesadilla. Seguro podriamos emplear una frase de Discepolo, que me quedo grabada en mi juventud: “¿Qué pasa señor” ¿Qué “sapa”? decía él en su lunfardo. ¿Sabe? a mi padre le gustaba mucho el tango, se pasaba horas escuchándolo, por eso, conozco, esas palabras, arrabaleras.
─ ¿Y cómo se descubrió esta atrocidad, vecina? Me eriza la piel
─ Porque el mismo abuelo lo confeso
─ ¿El abuelo?
─ ¿Recuerda que le dije hace un rato, que con los niños no se puede confiar ni en los parientes?
─ Sí, Inés, lo recuerdo. Además es tan enfática en sus afirmaciones, ¡qué es imposible olvidar lo que dice!, pero siga, siga. Me está haciendo vivir en una nube de incógnitas.
─No se asuste, José, esta vez no es una noticia aberrante, ni está en los diarios, porque los diarios, usted lo sabe, siempre publican en primera plana, la porquería, lo que satisface el morbo de la gente: es lo que se vende.
Lo que voy a contarle, es un hecho de amor. ¡Sí de amor!, escuchó bien. Y yo, perdóneme usted, hice un cuento previo, tal vez demasiado extenso, sobre la realidad que vivimos, día a día, para poder destacar más este relato que me ha conmovido
─ Por favor, Inés, no continúe con su tareas de cuentos y desorientación que estoy bastante viejo y pierdo el hilo de la conversación ¿Cómo puede ser que haya amor, si hay prisión, y los presos sean niños?¡Inentendible!
─ Escuche, José. Esta historia me la contó la empleada de don Manuel, que como usted sabe hace años que trabaja con ellos.
─ Sí, una buena mujer, que lleva mucho tiempo en el barrio y todo el mundo está conforme con ella: es honrada y trabajadora…y que tiene que ver con la historia de los niños.
─El cuento viene así: estaba Josefa, la empleada, ordenando el escritorio de don Manuel, que como usted sabe ya casi no ejerce su profesión, pero suele pasar muchas horas en su oficina, ordenando: sus papeles, sus pensamientos y tal vez, su vida.Plumereando la pobre, se atrevió a interrumpir a su patrón que estaba abstraído en sus quehaceres.
Don Manuel, perdone, mi impertinencia, pero porqué no cambia las fotos de sus nietos, que están en la biblioteca. Son de cuando eran chiquillos y ya están todos bastante grandecitos, menos Rafaelito, que es el último regalo, que le dio la vida. Mire usted a Florcita, ya es toda una mujer, y aquí está, con un “pintorcito” de jardín de infantes, y así pasa con Virginia y Salvador que ya son mayorcitos, casi adolescentes. Con todo respeto me parece que tiene que actualizarse, don Manuel, tenerlos como son ahora.
─Mire, Josefa, lo pensé muchas veces, pero, ¡Sí! los tengo prisioneros, en las celditas de sus portarretratos y de allí no pueden escaparse…Siguen siendo míos. Ahora no me pertenecen, nunca me pertenecieron, es el tonto sentido de posesión que tenemos los abuelos. Creemos que lo que viene de nuestros hijos sigue siendo nuestro ¡ Que irrealidad!. Ellos tienen, además de sus padres: sus amigos, el estudio, el deporte, sus sueños. En fin todo lo que corresponde a un adolescente ¡Y que así debe ser!, pero se fueron, volaron lejos, muy lejos… menos de aquí, donde siempre estarán prisioneros del amor de su abuelo. Al mirarlos ¿sabe usted?, puedo recordar muchos instantes felices, muchos cumpleaños, festejos y navidades, cuando el regalito y la sorpresa, hacían encender lucecitas de asombro y de infantil fantasía en esos ojitos muy abiertos y agradecidos. Perdone mis lágrimas, pero estos temas me emocionan.
No, Josefa, allí se quedan mis niños, para que siempre, a pesar de que vayan creciendo, y la vida los vaya alejando, yo los tenga cerca mío: jugando, pidiendo, gritando, peleando; protegiéndolos de un “chirlo” merecido; consiguiendo: un perdón, un permiso, un juguete muy deseado. No, Josefa, no mis niños están aquí prisioneros, y siempre lo estarán, en sus celditas de madera y cristal, posados en mi escritorio, en mi biblioteca, porque yo también lo estoy junto a ellos..
─ ¿Qué dijo la empleada?
─ Que había tenido una mañana feliz, porque mientras ordenaba el escritorio, de don Manuel, había recibido una lección de vida.

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