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sábado, 27 de octubre de 2012


CAZA  MAYOR

Leandro, se paseaba inquieto, por el elegante escritorio de su estancia “Los algarrobos”. Sentado en uno de los amplios sillones de cuero negro, del lujoso mobiliario, Manuel Contreras, su capataz, lo miraba fijamente.
─Lo de Pepe Alfaro me ha desbordado. ¡De milagro no está muerto! Y no lo está, porque es un hombre sano, fuerte y además es muy cierto que:”Nadie muere en las vísperas”. Tiene dos balazos de un 38 encima. Espero que no quede con secuelas. La golpearon a Marta, amenazaron al nieto ¡Una barbaridad! No se puede continuar así, Manuel; no hay seguridad en ninguna parte. Lo vemos todos los días en todos los medios; robos brutales, obra de tipos drogados, “volados”, sin ningún tipo de piedad ¡Y nosotros de brazos cruzados!, esperando que la policía nos proteja, cuando ni la policía ni la justicia tienen los medios adecuados, ni las leyes necesarias, para poner freno a esta pesadilla. Ya no interesa la clase social: desde un pobre jubilado a un ejecutivo de una gran empresa son asaltados, golpeados, secuestrados y muchas veces muertos. Se puede vivir en una ciudad, en un pueblo o el campo: donde sea, llegan. No importa  si la víctima es una anciana, mujer embarazada, o un niño. Nosotros nos venimos salvando de “pedo”, porque no nos llegó la hora, pero he visto un par de veces una camioneta que no conozco dando vueltas por la zona. Estaremos en máxima alerta.Yo voy a hablar con mi mujer y los chicos, para que eviten situaciones de riesgo. No sé de qué dispones en tu casa, pero puedes llevar de aquí las armas que necesites. Somos buenos cazadores y sabemos usarlas. ¡Si habremos bajado chanchos del monte! ¿He, Manuel?
─Quedesé tranquilo, don Leandro, a nosotros no nos van a “agarrar sin perros”.

Manuel se encamino a la casa que tenía asignada en la estancia. Desde hacía un tiempo estaba solo. Se había separado de su mujer, quien se marchó, varios meses atrás con el único hijo del matrimonio, de once años, al que extrañaba mucho. Eran muy compañeros. Martín lo acompañaba siempre en el recorrido habitual que hacía dos veces al día, para ver que todo estuviera en orden y los peones cumplieran con sus tareas.
Sabía que el patrón tenía razón. A pesar de que  ya se había tomado algunas medidas de seguridad como cercas, tranqueras y rejas reforzadas, reflectores y gansos en el parque que rodea el casco, que son más guardianes que los perros por el alboroto que hacen cuando alguien se acerca, estaba consciente de que no era suficiente. Tenía buenas armas, y no vacilaría en usarlas llegado el caso: dos escopetas, un rifle de caza y un Colt 38, por supuesto ni comparación con lo que tenía don Leandro, que era todo un lujo.
Encendió un cigarrillo y se sirvió un vaso de un buen tinto. Quería elaborar una estrategia de vigilancia y custodia de la estancia. Don Leandro estaba con frecuencia fuera del campo y a él le quedaba muchas responsabilidades. El administrador era un hombre mayor, con quien no se podría contar en un caso de emergencia. Se acordó del “Ruso” Andrés, buena persona y un cazador nato, lo que garantizaba un buen manejo de las armas. El hombre cargaba con un trágico pasado sobre sus hombros, por eso era solitario y taciturno. Sin duda sería de mucha utilidad en la tarea de patrullar el campo. Lo apodaban, “El ruso” por su aspecto: alto, fornido, cabello rubio pajizo, ojos celestes y su apellido, Vasiliev.Sus padres provenientes de la zona de Kazán, habían llegado al país después de la Segunda Guerra Mundial y se habían afincado en  Misiones, como lo hicieron muchos eslavos.
 Entre los dos y un par de peones decididos podían formar un buen equipo.

 Pasaron tres semanas desde la conversación entre Leandro Bertone y su capataz sobre el tema de la seguridad en la estancia, habiéndose tomado las medidas necesarias para mejorarla. Era una noche clara y el campo estaba tranquilo. Manuel  terminada su cena  se dispuso a fumar un cigarrillo, miró el reloj de pared: eran las once de la noche. Escuchó un murmullo lejano que se acercaba rápidamente; era ruido de motores que rugían, como si se estuviera corriendo una picada. Malició que algo pasaba y salió con el revólver en la cintura y el rifle en la mano. Por el camino que llevaba al casco, venía a toda velocidad la camioneta del patrón haciendo zig-zag para no ser sobrepasada por dos autos que la seguían. Al llegar a la tranquera no frenó, arrancándola de cuajo. Manuel comenzó a disparar sobre los autos que venían detrás. Se encendieron los reflectores de la casa que enceguecían a quien estaba fuera de ella. Al instante llegó Andrés a medio vestir, tirando con una escopeta del 12, seguido de varios peones. Desde los autos respondieron el fuego, pero giraron rápidamente y tomaron por caminos secundarios a toda velocidad. Corrieron hacia la casa, quien había llegado “con los perros en los talones” era, Agustín, el hijo del patrón.
─¿Qué pasó, Agustín?
─Creo que me quisieron secuestrar, Manuel.” Me salve entre los indios.”Me esperaban, donde comienza el camino de tierra. Yo presentí que era un asalto o un secuestro cuando alcancé a ver un auto metido entre los árboles, por eso antes de llegar me tiré a la banquina y corté caminó a toda velocidad. Se ve que los sorprendí, porque me tiraron un par de tiros y salieron detrás mío. Me di cuenta que me querían flanquear, por eso empecé a manejar en forma zigzagueante. Creí que me hacía mierda, Manuel, te lo juro.
─Bueno, tranquilízate, muchacho, ya estás aquí, sano y a salvo. Afortunadamente estábamos alerta y te puedo asegurar que les metimos varios “chumbos” a esa distancia ni Andrés ni yo erramos. Estoy casi seguro que deben llevarse un muerto o un herido. Cuando se entere tu viejo se va a poner loco.
Agustín se levantó del sillón y sirvió tres whiskys. Era necesario que tomaran algo fuerte.
─¡Hagan callar a esos gansos de mierda que ya me tienen  podrido! ─gritó Manuel a los peones que estaban abajo─. Voy a poner dos tractores, hasta mañana, en el lugar en que estaba la tranquera. Estaremos toda la noche alerta. No creo que vuelvan, pero es mejor no bajar la guardia
En ese momento llegó la policía en dos móviles, encabezada por el comisario Rodríguez.
─Buenas noches, Bertone. Parece que anduvieron a los “cuetazos”. A unos trescientos metros de aquí quedo la muestra. Hay un auto chocado contra un árbol y un muerto con una perdigonada en la espalda.
─ ¡Te dije, Agustín, que algo habíamos “cazado”!
─ ¿Qué paso, Bertone?
─Creo que me quisieron secuestrar. Me estaban esperando, comisario. Gracias a Dios, logré zafar y aquí Manuel estaba alerta y les dio con toda la artillería, sino vaya a saber dónde estaría.
─ ¿Y su padre?
─Está en Buenos Aires. Todavía no sabe nada de esto. Se va a poner furioso, porque lo de Pepe Alfaro ya lo había dejado muy mal. Por eso estábamos atentos.
─El muerto es el “Mono” Ludueña, un pesado de verdad. Hacía poco que había salido de la cárcel. Siempre andaba junto con el hermano, así que este debe estar loco. Te voy a dejar una custodia, aunque ustedes se cuidan solos, pero es parte del procedimiento. Vos, Agustín tenés que venir mañana a la comisaría para hacer las primeras declaraciones. Hay intento de asalto o secuestro, tiroteo y un muerto. No es poca cosa.

Leandro Bertone, indignado escuchaba el relato de su hijo y el capataz.
─Te dije hace unas semanas, Manuel, que nos estábamos salvando de pedo y así fue. Yo hablé con vos y tu hermana, Agustín que no vinieran al campo de noche ¡carajo! que después de lo de Pepe, se tornaba un riesgo muy grande, andar dando vueltas por aquí, pero ¡Que mierda van a hacer caso! ¡Si ustedes se las saben todas!.Lo hecho, ya está hecho, por suerte pudiste zafar, hijo─dijo suavizando la voz.─ Ahora hay que estar más alerta que nunca. Les matamos un tipo importante y pronto vamos a tener “la perrada” encima. Vos, Agustín anda con el doctor Miranda a la cita que tenés con el fiscal. Yo me quedaré un rato más aquí conversando con Manuel.
─Está bien, papá, trata de serenarte. Como dijiste, esto no nos pasa solamente a nosotros.
Leandro, le dirigió una mirada de fastidio y le hizo señas con la mano para que se fuera.
Manuel, lo que voy a decirte, solamente a vos te lo diría, porque mi confianza en tu persona es total.
─Gracias don Leandro.
─No tenés que agradecer. Vos te lo ganaste. Escuchame bien: voy a pasar de una actitud pasiva a una activa.
─ ¿Cómo es eso, patrón?
─Que paso de la defensa al ataque. No me caben dudas de que el hermano del “Mono” Ludueña, va montar una venganza, sin piedad y yo voy a impedir que lo haga, matándolo a él antes, que intente algo contra nosotros, porque si espero a que la policía lo encuentre y lo detenga: va a ser tarde. Estoy convencido que si queda decapitada la cúpula de la banda, con la muerte de los dos hermanos, el resto se va dispersar, porque saben que tienen a la policía pisándoles los talones
─Pero, patrón, se va convertir en un asesino.
─Lo sé, Manuel, ocurre que es él o mi familia, y este no es momento para flojos o indecisos. Lo voy a cazar, Manuel, así como hemos cazado en el monte, jabalíes y pumas. Le voy a seguir el rastro. Voy a obtener información  de sus movimientos, hasta que en un momento, lo tenga a tiro. Y vos sabés que tengo muy buena puntería.
─Don Leandro, estoy con usted. Lo voy a acompañar en esta partida, como lo acompañé siempre.
─No, amigo, a esta parada la copo solo, porque como dijiste, legalmente va a ser un asesinato ¡Y por Dios! No quisiera verte en la cárcel por mi culpa.
─Lo verdaderos amigos, no “reculan” en la mala, patrón.
─Tranquilo, Manuel, en lo que necesite y crea lógico te pediré una mano. Por ejemplo: ayudame a  elegir un buen rifle de caza con mira telescópica, entre los que no tengo declarados, y un lugar seguro donde esconderlo.
Fueron al armario donde Leandro guardaba con seguras cerraduras y en perfecto orden sus armas y municiones y se decidieron por un Winchester 30-30  y una mira telescópica infrarroja.
─ No me mires así, Manuel, sé lo que hago. Esta es una guerra entre el hampa y la gente decente.
─Sin duda, patrón. Yo hubiera hecho lo mismo. Cuando a uno le tocan la familia le sale el  tigre de adentro.
─ Buscá un buen lugar en alguno de los galpones, donde esconder el rifle, la mira y las municiones. Estoy casi seguro que la policía va a sospechar de mí cuando vean el tipo de bala que lo mandó al “Gordo” Ludueña al infierno. Saben que soy un coleccionista de armas, buen cazador y que lo de mi hijo,  y lo de Pepe Alfaro me ha golpeado muy duro.
Manuel se retiró preocupado de la conversación con Leandro. Tenía que encontrar la forma de apoyarlo de la mejor manera posible. El patrón era un hombre noble y siempre había sido generoso con él.Caminó hacía el tinglado donde se hacía reparación ligera y mantenimiento de la maquinaría y vehículos de la estancia.
─ ¡Andrés!─ gritó desde el portón de entrada.
─Voy Manuel─ dijo el “Ruso” levantando la vista del motor de un tractor─ ¿Qué pasa jefe?
─Deja lo que estás haciendo por un rato y vení conmigo a mi casa. Necesito charlar un rato a solas con vos.
─Vamos, nomas. No hay nada urgente que solucionar.
─Mirá, Andrés, vos bien sabés que estamos viviendo una situación peligrosa. El tiroteo de las otras noches, no fue el final del ataque de una banda, que dejó un muerto en el camino, sino es muy posible que sea el comienzo de otras acciones, a lo mejor “piores”, por eso hay que redoblar el cuidado de los bienes de la estancia y de la familia. Vos te vas a venir a vivir a mi casa, para estar más cerca de todo, porque el patrón y yo podemos estar afuera y la responsabilidad de la seguridad va a ser tuya. Selecciona tres o cuatro peones de tu más absoluta confianza, que estén siempre listos a darte una mano cuando la precises.
─Quedesé tranquilo, Manuel, ya estuve pensando, sin saber que usted me lo iba pedir, como organizar una defensa; una manera de tener ocupada la cabeza y alejar las pavadas de ella ¿me entiende? Con tres hombres armados, además de mí, ubicados en puntos  ya fijados de antemano, para no andar corriendo a: “Tontas y a locas” podemos hacer una buena defensa hasta que llegue la policía. Mi plan es: un hombre armado en el bosquecito de eucaliptus, en la fuente y en la casilla de las herramientas de jardinería con lo cual podríamos tener fuego en abanico cubriendo el casco; además un hombre en el galpón de las maquinarias, para custodiarlas, todos provistos de “jandi”, por supuesto, para poder apoyarnos entre nosotros, según como venga la mano.
─Me parece excelente tu plan, “Ruso”¿sabes? Tenés mente militar, “caray”.

─ Ya lo tengo ubicado al “Gordo” ─ dijo Leonardo, mientras fumaba lentamente un cigarrillo─. Esta refugiado en la casa de un amigo, en Villa María. Se mueve únicamente de noche. Lo llevan a una timba cercana, es loco por el juego, además del póker funciona como prostíbulo, y lo traen cuando empieza a clarear la mañana. No se quiere dejar ver: sabe que lo están buscando. Es bastante puntual en la salida y el regreso, lo cual facilitará mi tarea.
─ No hay vuelta atrás, patrón.
─No, no la hay, Manuel. La decisión ya está tomada y siento la misma ansiedad que cuando me preparaba para salir al monte. Para mí es una nueva partida de caza. Trato de pensarlo de esa manera, porque nunca mate a un hombre. ¡Ah! me olvidaba,voy a necesitar un silenciador.
─ Ya lo tengo preparado ¿Cuándo será la caza?
─ Tan pronto tenga reconocida el área.Debo encontrar un lugar que no esté a más de 150 metros del blanco, para que el tiro sea totalmente efectivo. Esta tarde voy a dar una vuelta por el lugar, para hacer un mapa mental de la zona.
Estuve con el Comisario Rodríguez. Están seguros de que es la misma banda que  asaltó y baleó al Pepe Alfaro. Han recibido ayuda de Córdoba para la investigación. Me repitieron que Agustín tuvo mucha suerte de  escapar de la emboscada. Estos tipos son muy ducho en el oficio y es muy raro que: “Se le vuele la perdiz”.
─Permítame que lo acompañe a hacer el reconocimiento, don Leandro: “Cuatro ojos ven más que dos”.
─De acuerdo, a la siesta nos vamos. ¿Quién va a quedar a cargo de la custodia de la estancia?
─Andrés Vasiliev :“El ruso”
─Lo he visto pocas veces y apena si hemos cruzado algunas palabras, pero me pareció un tipo interesante, ¿qué sabés de él?
─Lo suficiente como para asegurar, que es “honrau”, y confiable. Buen cazador y hábil rastreador. Es misionero, hijo de inmigrantes rusos. Su padre estaba a cargo del obrador de una maderera cuando lo asaltaron para robarle la paga de los trabajadores. El viejo se resistió y lo mataron. Eran dos malandras que huyeron internándose en la selva.La policía abandono temprano la búsqueda, pero ,no Andrés, que les siguió el rastro durante días, como un tigre “cebau”.Los encontró, los mató y los enterró en la selva, el muchacho tenía para entonces solo diecisiete años. La justicia no investigó demasiado y cerró el caso. No quiso vivir más en Misiones y rumbeó para estos pagos; hace ya mucho tiempo de eso.
─Parece que nuestras historias están a punto de “cruzarse”, Manuel.
─ Y así pareciera, patrón. Solo el Tata Dios, conoce el destino de los hombres.
A las tres de la tarde partieron hacía Villa María,distante a treinta kilómetros, en una vieja camioneta que hacía tiempo no se usaba. Leandro quería pasar lo más disimulado posible.Durante el viaje apenas si intercambiaron algunas palabras. Ambos iban sumidos en sus pensamientos.
Al llegar a la ciudad, hicieron un pasaje a marcha lenta, con los ojos bien abiertos, por la calle en que estaba situada la casa donde se refugiaba el “Gordo” Ludueña, de acuerdo a los informes que tenía.Sabían que otra “vuelta” se haría sospechosa, para quien seguramente estaría vigilando. Como buenos cazadores tenían una excelente memoria visual. Ubicaron el domicilio señalado y a una cuadra sobre la mano contraria un pequeño supermercado que podía ser un lugar adecuado para apostarse. Comprobaron que afortunadamente, la parte trasera del negocio daba a un baldío, lo cual facilitaba mucho el poder subir al techo. Analizaron cuidadosamente las vías de escape.
─Esta noche lo hago, Manuel. No hay luna llena y el cielo está nublado: condiciones ideales.
─De acuerdo, patrón. Sí está decidido, cuanto antes mejor.

A las cuatro de la mañana, Leandro había tomado ubicación en el techo, con el tiempo suficiente para preparar todo con tranquilidad y además no dejarse sorprender, porque el “Gordo” llegara ante de lo previsto. Sacó el rifle de la funda, que ya venía “vendado,” para evitar que un reflejo lo delatara; le colocó la mira infrarroja y la reguló hasta tener una imagen perfecta; adaptó el silenciador y con prismáticos, también infrarrojos, exploro toda el aérea, comprobando para su satisfacción que estaba totalmente desierta. A esa hora la circulación de peatones o vehículos era prácticamente nula. Subió la capucha de su campera y se cubrió con una manta: la noche estaba muy fría. Sentía la misma tención en sus músculos que cuando esperaba un jabalí macho en una aguada. Meditó en lo que estaba por hacer y sintió que la duda golpeaba sus sienes: voy a matar un ser humano ¿Lo hago por necesidad de defender a mi familia,es decir en defensa propia, o también por el placer que siente todo cazador, de ver caer abatida a su presa?. Nunca había matado a un hombre, tal vez en su interior, en un rincón escondido de su alma, quería saber que se sentía, en el lado oscuro de la conciencia humana.
Se levantó un suave viento que hacía más gélida la noche y disperso un poco las nubes, lo que permitió que por unos minutos apareciera tímidamente la luna en cuarto creciente. Su débil luz tornaba más tenebroso el escenario, donde pronto danzaría la muerte.
Las horas pasaban lentamente, pero estaba acostumbrado a esperar, aún en noches tan frías como esta. Hacia flexiones en cuclillas para no ser visto y movía continuamente los dedos de las manos para conservarlos ágiles y desentumecidos a pesar de los guantes. Trataba de mantener la mente ocupada recordando, viejas excursiones de cacerías. Vino a su memoria la primera presa: una liebre, a los doce años. Rememoró su emoción y también la sombra de tristeza, que pasó rápidamente por su interior, al tener al “bichito” colgando de sus patas trasera y ver que la sangre manchaba el suave pelaje de color gris claro; recordó que su turbación le duró un instante solamente; le habían enseñado que un hombre debía ser duro y la caza ayudaba a formarlo en la virilidad. Nunca más dejó de cazar. Con los años el salto había sido muy grande: de una liebre, a un descendiente de Adán
Vio un auto que se acercaba lentamente. Miró la hora: las 6 AM seguramente era el “Gordo” Ludueña que regresaba. En segundos cargo el rifle, arrolló la manta y puso una rodilla sobre ella. Dirigió el arma  hacia la puerta delantera derecha: estaba seguro que por allí bajaría, andaba siempre con chofer: ajustó la mira. Segundos después, que le parecieron eternos, Ludueña, salió del auto desenrollando su gran envergadura; Leandro corrigió la mira, hasta ver que tenía su voluminosa cabeza en el centro de la misma. Apretó suavemente la cola del disparador como acariciándola, y sintió una diabólica alegría al ver que había hecho un blanco perfecto y la víctima después de levantar sus brazos se había desplomado en la vereda. Su acompañante se bajó pistola en mano, girando desorientado, sin saber de dónde venía el ataque. Un nuevo disparo, dio con él también por tierra. Leandro, que ya había husmeado la muerte no pudo resistir la tentación de “bajar” el otro “Jabalí”. Todo pasó en contados segundos, sin dar tiempo a ninguna reacción. De la casa salieron varios individuos armados, que iban y venían de un lado para otro. Y  se atrincheraron esperando un ataque total.
Con una pequeña linterna, ubicó los dos  casquillos utilizados, guardó todo en su bolsa de caza y se arrastro por el techo hasta la parte posterior del edificio, por donde había subido.Bajó ágilmente y corrió agachado hasta un quiosco de revistas situado a doscientos metros, que había sido elegido por las características de su ubicación, como refugio provisorio. Desde allí se comunicó por Handy con Manuel que lo esperaba estacionado detrás de una arboleda situada a un kilometro de distancia.
─En cinco minutos estoy con usted, patrón.
─De acuerdo, tratá de pasar lo más disimuladamente posible: está alborotado el avispero.
─No se preocupe. Esté atento, le voy a hacer una señal de luces muy cortita.
Diez minutos después, Leandro vio acercarse a marcha reducida una vieja camioneta. Supo que era la suya, pero prefirió esperar la contraseña antes de dejarse ver. Cuando no tuvo dudas corrió los metros que lo separaban, tiró su bolso en el asiento trasero y saltó al lado de Manuel.
─Maté a dos hombres─ dijo en voz baja, pero serena.
─Si usted así lo decidió, sus razones tendría, patrón.
Leandro no respondió y se mantuvieron en silencio hasta llegar a la estancia. Sabía que Manuel no aprobaba, como buen criollo “de los de antes”, el matar a un hombre: sin estar mirándolo a los ojos. Al llegar se despidieron con un apretón de manos, en el cual se decía todo. Leonardo le entregó la bolsa con el rifle, la mira y las municiones, para esconderlas en el lugar elegido por el capataz.

Al otro día, al atardecer, llegó el comisario Rodríguez
─ ¿Se enteró, Bertone?
─ ¿De qué, comisario?
─Esta madrugada mataron al mayor de los Ludueña, y a uno de sus hombres de mayor confianza, Galíndez. El hecho fue en Villa María, Me parece que con esto, terminan muchos de sus  temores, ¿no es así?, Bertone.
─Creería que sí, comisario. Algo había escuchado de un tiroteo, pero no tenía ningún detalle. ¿Qué pasó?
─No hubo tiroteo, solo dos certeros balazos a larga distancia: sin duda un franco tirador. Al “Gordo” se la tenía jurada mucha gente: asesinatos, dos bien comprobados, robos a bancos, secuestros y parece que ahora andaba metido en el narcotráfico. Hace tiempo que le veníamos siguiendo la pista y sabíamos donde se refugiaba. Lo queríamos pescar con las manos en la masa, pero se nos adelantaron. En Buenos Aires sabemos que tuvo un problema con Bermúdez Zaldívar “El colombiano” que está tratando de pisar fuerte en el país. Pensamos que con el asesinato del “Gordo” y uno de los hombres más cercano a él, están enviando un mensaje muy fuerte, a los que están en el negocio
─ ¿De dónde le tiraron?
─Por la trayectoria de las balas, suponemos, que del techo de unas de las construcciones de el frente, aproximadamente situada entre cien y ciento cincuenta  metros, muy probablemente del supermercado. En el baldío que está al fondo del mismo se encontraron huellas de borceguíes, dos de ellas más profundas, como las de alguien que  hubiese saltado desde unos dos metros; es decir bajando del techo. La pericia balística, va a ser importante para conocer el tipo de arma utilizado. Con la muerte de los hermanos Ludueña y de Galindez que era el brazo derecho de ellos, la banda queda desarticulada. Muchos van a poder dormir más tranquilos, pero esta es la ley de la selva y me temo que va desatar una guerra entre bandas. Otra cosa Bertone, digalé a su hijo que  en estos días recibirá una nueva citación del fiscal, por el problema que tuvo. Además si bien fue en legítima defensa, hay un muerto y todo tiene que quedar bien claro, para evitar problemas posteriores.
─Quédese tranquilo, Rodríguez, se lo diré
El comisario se retiró, semblanteando a todos los presentes. Era perspicaz y ducho en leer en los gestos y miradas de la gente.
─Manuel, cometimos un severo error: no tuvimos en cuenta los borceguíes que usé, y quedaron  pisadas. Sería fácil demostrar a que calzado corresponden. Hay que hacerlos desaparecer.
─No se preocupe. Yo me ocupo de ello.

Tres días después, a la hora del mate, se acercó Andrés con cara de preocupado. Como el capataz estaba con otros peones le pidió hablar a solas.
─ ¿Qué pasa, “Ruso”?, te noto preocupado.
─Lo estoy don Manuel. Tengo novedades, no muy buenas para darle.
Manuel cambió la expresión de su cara. Encendió un cigarrillo y se sentó sobre unas maderas apiladas..
─”Desembucha”, muchacho que me has puesto inquieto─ dijo extendiendo el paquete de tabaco.
─Usted sabe, don Manuel, que yo tengo condiciones de “rastriador”. Las tuve siempre, desde chico y fue algo que me “intusiasmaba”, poder seguir el rastro de los animales por la selva hasta su guarida. Los senderos hablan cuando se los sabe mirar. Hace dos días que ando “husmeando” por el camino que une  el casco con la ruta y ¿sabe una cosa?, le puedo asegurar que el hijo del patrón mintió con la historia que contó de que lo quisieron secuestrar: todo estaba armado.
─ ¿Qué decís? ¡Tené cuidado con la boca, carajo!,¡Le estas llamando mentiroso al Agustín!
─Mire, Manuel, yo soy de poco hablar y usted lo sabe muy bien. Cuando digo algo es porque estoy seguro; nunca me gustó andar palabreando al “cuete”. Si me va a escuchar tranquilo sigo, y si no lo dejamos  así nomas.
─Seguí, “Ruso” y espero que podás justificar lo que he escuchado.
Manuel se había puesto muy nervioso. Conocía a Agustín desde que era un changuito y le tenía cariño, inclusive le había enseñado a montar y muchos  de los secretos de la vida del campo y en su interior tenía el fuerte presentimiento que Andrés no le mentía ni exageraba.
─Lo primero que comprobé, es que no es cierto que él se desvió antes del lugar en que estaban los autos que lo esperaban. Fue derechito hacia ellos y tomo el camino, por donde entra todo el mundo y se detuvo un ratito nomás. Allí están las huellas de la camioneta y de otros dos autos. Agustín continuó a velocidad normal y los otros coches lo seguían a corta distancia como si estuvieran paseando: nunca intentaron pasarlo. Así anduvieron más de un kilometro. Cuando faltaban unos quinientos metros para llegar al casco aceleraron de golpe y la camioneta comenzó a andar en zigzag y los otros atrás, cerquita, manteniendo la distancia, sin querer cortarle el camino. Todo está escrito en el suelo, don Manuel y como ese día caía una “garuita”, quedó grabado en la tierra.
El capataz escuchaba mirando fijamente al “Ruso”  a los ojos; tenía las manos entrelazadas, con los dedos fuertemente apretados. Algunas gotas de sudor aparecieron en su frente. Permanecía en silencio buceando dentro de sí mismo.
─ ¿Qué pensás, vos de esto?
─Que el chico los traía para que asaltaran la estancia. Sabía que no había nadie de su familia aquí. Si mataban a alguno de los peones no le importaba un carajo y después fingiría que lo apretaron para saber donde había plata y objetos de valor. Con las armas del patrón, solamente, hay un buen botín.
─Creo que tenés razón,”Ruso” ¿Estás seguro de lo que me has dicho, no es cierto?
─ Ya se lo dije. No me haga repetirlo.
─Ni una palabra de esto a nadie, Andrés.
─Quedesé tranquilo, jefe, no soy “refriau” y tengo muy sujeta la lengua.
Manuel se quedó solo en el galpón, sin saber qué hacer con la brasa que tenía en las manos. Pensó que lo más prudente por el momento era callar. Todavía no estaba totalmente definido lo de don Leandro, que se había mandado dos tipos al infierno y maliciaba que el comisario Rodríguez sospechaba algo. Era un tipo astuto y con experiencia en su oficio, aunque el patrón no le iba a la zaga.
Recorrió con Andrés el kilometro y medio que separaba la estancia de la ruta y comprobó la veracidad de todo lo que el “Ruso” le había dicho. Se sintió muy mal. La traición era algo que no entraba en su cabeza, pero esta, la de un hijo hacia su propio padre, superaba toda su capacidad de comprensión. Hay que ser “mal bicho” para hacer algo así.

Había pasado más de un mes de los acontecimientos vividos y “el viejo” no aguantaba más el entripado que llevaba adentro. Después de una mala noche en que no pudo dormirse, porque se dio cuenta que él también estaba traicionando al patrón, al no tomar ninguna medida, sabiendo lo que sabía.
Aprovechó que don Leandro y el administrador estaban en Buenos Aires  y decidió llamar a Agustín con la excusa de comprar algunos insumos muy necesarios para los trabajos de la cosecha.

─Hola Manuel, como está. ¿Me andaba necesitando?
─Sí, muchacho. Vamos en la camioneta, que quiero mostrarte algunas cosas.
─Como usted diga,don Contreras.
Anduvieron un par de kilómetros en silencio. Agustín lo miraba de reojo, presumiendo lo peor. Su boca se había secado y notaba un leve temblor en sus manos. Era consciente de que se estaba delatando
─ Pará debajo de ese tala.
─ ¿Qué vamos a hacer, Manuel?
─Necesito hablar con vos, sin que nadie nos este “chusmeando”.
─ ¿Pasa algo grave en la estancia?─dijo tratando de disimular su nerviosismo.
─¡Sabes bien  de lo que estoy hablando! ¿Por qué le hiciste ese enorme macanazo a tu padre? ¿Por qué lo traicionaste? ¡Carajo!
Agustín estaba pálido, con los ojos muy abiertos, pasándose la lengua por los labios resecos. Con el descabezamiento de la banda, había estado hasta ese momento, casi seguro de que nunca nadie se enteraría de su participación. Quiso balbucear algunas palabras y Manuel lo cortó en seco.
─ ¡No hables tartamudeando, ni pongás cara de mujer asustada! ¡Pórtate como un macho o te doy un cachetazo aunque seas el hijo del patrón! ¡Para mandarse cagadas grandes hay que tener lo guevos bien puestos!
─ Me vi obligado a hacerlo, Manuel, para que no me mataran. Me endeudé mucho con el juego en el garito del “Gordo” Ludueña, además me tendieron una cama en un asunto de drogas, en lo cual, yo no tenía nada que ver. Me tenían bien agarrado de las bolas y cada vez la retorcían más. A cambio querían que yo les abriera el camino para robar el casco. Saben que el viejo tiene cosas de valor además de su colección de armas, que les interesaba muchísimo. Tuve que hacerlo, Manuel te lo juro. De esa manera yo podía elegir el día en que no estuviera nadie de la familia y evitar que mataran a mi hermana, a mi vieja, a cualquiera que se cruzara. Son sanguinarios, les importa un carajo la vida de los demás, cuando tienen matar, matan, sin que se les mueva un pelo. Por suerte ustedes estaban preparados y lo liquidaron al “Mono” y alguien se lo “cargo” al “Gordo” y a Galindez, que era el peor de todos; seguramente se debió a una guerra entre bandas por el manejo de las  drogas en esta parte de la provincia. Ellos le tenían mucho temor a un “narco” al que llaman “El colombiano”, que tiene su cuartel general en Buenos Aires y quiere pisar fuerte en Córdoba.
Manuel, lo escuchaba en silencio. Trataba de leer en el rostro de Agustín, la veracidad de sus palabras, Mientras pensaba:Si supiera este maula  que el padre se jugó la vida pa´sacarle las piedras del camino y encima si lo llegan a descubrir va terminar preso.
─Mirá Agustín, por más que “discursies” lo que hiciste es muy grave. Elegiste un día que no estuvieran los de tu familia, para tenerlos  salvo, pero si hubieran matado uno o dos “piones”, no te hubiera importado, que son ellos al lado de los Bertone ¡Nadie!, si se enferman o mueren, se reemplazan  y aquí no ha pasado nada.
─Sabe que no es así. Que en esta estancia, todos hemos sido parte de una gran familia.
─Cháchara, pura cháchara, Agustín, a la hora de los bifes, siempre nos toca la carne del garrón. Ahora decime que pensás hacer ¿Vas a andar con esta mancha colgada toda la vida, sin poder mirar a tu padre a los ojos, sin sentir vergüenza?
─ No, Manuel, voy a hablar con el viejo, pronto, cuando considere que llegó el momento. Se lo prometo. Téngame confianza.
─Mirá muchacho, los criollos somos “desconfiao” por naturaleza. Así nos hizo el Tata Dios, por lo que te andaré vigilando hasta que cumplás tu palabra.
─No le fallaré, Manuel, se lo aseguro. Sé que esto me puede costar la separación definitiva de mi padre. Usted lo conoce bien y sabe que es un hombre duro y no tiene perdón fácil, pero como dijo recién: Para hacer cagadas grandes hay que tener los guevos bien puestos y debo demostrarme a mí mismo, que no soy una mierda y puedo ponerle el pecho a lo que hago. Créame que me duele más lo que voy a herir a mi viejo, que al resto de la familia. Quiero hacerle una pregunta, y usted sabrá si me la puede responder: ¿Cómo supo que yo estaba metido en esto?
─Por el trabajo de un “rastriador”, que se fijó en las “guellas” de los autos y la camioneta, y supo donde habían parado y donde habían acelerado para hacer creer lo de la persecución. Es un tipo que tiene ojos de águila. Es capaz de ver un rastro en el aire, no se le escapa nada. Quedan muy pocos como él.
Manuel consideró que lo que había que decir se había dicho y no era necesario más palabrerío. En silencio emprendieron el regreso al casco y cada cual tomó su camino.

Pasaron dos semanas del encuentro entre el hijo del patrón con el capataz, cuando la desgracia volvió a dejar caer su negro manto sobre “Los algarrobos”: viniendo de Villa Dolores en un accidente, habían muerto Leandro Bertone y su administrador, Julio Palacios. El auto había caído a un precipicio al ser rozado por otro vehículo, que no se detuvo, en una curva del camino de las Altas Cumbres.
La policía tenía muchas dudas, sobre las causas del accidente  y se manejaba la hipótesis de un asesinato, de una venganza. Al parecer,según un informe en manos del fiscal, alguien había visto a un individuo con las características físicas de Leandro Bertone, descendiendo del techo del supermercado  la madrugada en que mataron al “Gordo” y a Galindez.. La pericia balística determinaba que la munición utilizada correspondía a un rifle de caza mayor, probablemente un Winchester 30-30
Fue un golpe muy grande para la familia y los amigos. Bertone era muy querido y respetado por todos. Muchos habían conocido de su solidaridad en tiempos difíciles; de su mano siempre abierta y extendida para quien la necesitara.
Manuel estaba muy mal. Él siempre presintió que la aventura del patrón no terminaría bien. Hablo mucho con Agustín, quien había tomado la decisión de presentarse con su abogado ante el fiscal que atendía la causa del ataque a la estancia y contarle toda la verdad, sobre su participación en el mismo y aceptar las consecuencias judiciales que esto tuviera. Lo hacía en honor a la memoria de su padre, a la palabra empeñada y para recibir protección.
La estancia estaría a cargo de Manuel hasta que se nombrara un nuevo administrador, a quien secundaría.
Estaba sentado en la galería de su casa en una noche cálida y luminosa, mirando el cielo estrellado, acompañado por un vaso de vino y un cigarrillo entre sus dedos. Repasaba todos los acontecimientos y las muertes que habían ocurrido en los últimos meses y responsabilizó a Agustín de lo pasado, porque su inconducta y falta de responsabilidad, fue la que desencadenó la tragedia. Nunca la policía podría comprobar que don Leandro había sido el franco tirador que había mandado a esos dos maulas  al infierno, porque solo él conocía el secreto y se lo llevaría a la tumba.
Pronto se abriría la temporada de caza. Sin el patrón para él también se había terminado el monte y los jabalíes. En la tensión que acompaña cada excursión de caza, en el frio y el café compartidos, en las confidencias a las que invitaba la espera, se había cimentado la amistad y el respeto mutuo. No podía haber otro compañero igual. El lúgubre aullar de un perro lejano lo sacó de su abstracción y  le indicó que era hora de ir a descansar, porque la vida continuaba y mañana sería pesado el día.













miércoles, 22 de agosto de 2012

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LA NOCHE DEL CUERVO


S
e sintió incómodo mientras viajaba. Tenía la sensación de ser observado. Recorrió con su vista lo mejor que pudo, desde su asiento, a la gente transportada en el ómnibus, que llevaba pocos pasajeros a esa hora. No alcanzó a distinguir ningún conocido, ni tampoco a nadie que lo estuviera mirando.
 Daniel vivía en uno de los nuevos barrios del Gran Córdoba, que teóricamente ofrecían una vida más tranquila y menos contaminación ambiental que la caótica capital, en la cual cada día, se hacía  más difícil permanecer.
Prefería trasladarse a su trabajo en ómnibus y dejar el auto a Susana, su esposa, para que ella se movilizara con los chicos.
 Descendía a tres cuadras de su casa, lo que le permitía disfrutar de las calles tranquilas y arboladas, inspirando profundo el aire libre de smog.
Su trabajo como técnico  en una empresa informática lo satisfacía, y junto a la familia que había formado, su espíritu se había serenado y comenzaba a transitar un camino de placidez, que había disipado, en parte, las sombras de una adolescencia traumática que no deseaba recordar.
Tres días después de aquel inexplicable episodio de intranquilidad en el ómnibus, bajó en la parada habitual más tarde de lo acostumbrado. Eran casi las diez de la noche. Afortunadamente  el trabajo en la empresa iba en aumento y su tarea era de mucha responsabilidad. De su desempeño dependía su trayectoria en la firma y estaba dispuesto a escalar posiciones
Caminó de prisa. La noche estaba fría y Susana lo esperaba con la cena lista. Los chicos a esa hora seguramente estarían durmiendo. Tuvo nuevamente la extraña sensación de ser observado, como había ocurrido días atras.Giró la cabeza pero no completó el movimiento, un dolor terebrante acompañado de intenso ardor le atravesó el costado izquierdo del tórax. No podía respirar; su boca se llenó de sangre. Antes de caer pudo alcanzar a ver entre las tinieblas de una visión que se apagaba, una sombra que se alejaba corriendo. Dio unos pasos y se desplomó para siempre sobre la vereda cubierta de hojas amarillentas.
Los vecinos asombrados, rodearon el cadáver, después de llamar a la policía que llegó en minutos, junto con la ambulancia de un servicio de emergencia que constató la muerte. Cubrieron el cuerpo hasta la llegada de la Policía Judicial.
Susana, fue informada de inmediato. Después de proferir gritos desgarradores al ver el cadáver de su marido, tuvo un desvanecimiento que requirió de atención médica.
 El asesinato de Daniel, un vecino muy apreciado,  causó verdadera conmoción en el barrio. Se tejían decenas de conjetura y se reclamaban mayores controles en las calles. La gente temía salir de sus casas cuando anochecía. Muchos pensaban que era obra de un demente que rondaba por el vecindario. La imaginación popular ya había visto a personas sospechosas rondando el barrio en distintos tipos de vehículos.

El comisario Almada de Investigaciones Criminales, estaba desorientado y buscaba con ansiedad la “punta del ovillo” de un asesinato que parecía muy extraño, sin una razón causal aparente, por el momento.
La víctima no había sido robada. La autopsia demostraba  que la muerte la produjo un arma blanca de doble filo, un puñal, con una hoja de unos veinte centímetros de largo por cuatro de ancho que había ingresado por el quinto espacio intercostal izquierdo, a la altura del omóplato, penetrando el pulmón y la cara posterior del ventrículo izquierdo, lo que provocó la muerte en forma casi instantánea. Lo curioso es que según el forense la herida tenía características, que hacían pensar, que había sido provocada por un puñal muy antiguo, como los usados hace varios siglos atrás, pues sin duda se ensanchaba en ambos filos, en la parte media de la hoja: lo que se conocía como hoja lanceolada.
La historia de vida de Daniel Berardi, de treinta y cinco años, no otorgaba ninguna pista. Era oriundo de un pueblo del sur de la provincia donde curso sus estudios primarios y secundarios, al término de los cuales se trasladó a Córdoba graduándose de técnico en informática. Inmediatamente después de egresado consiguió trabajo en una empresa, donde mucho se lo apreciaba por su inteligencia y responsabilidad. Nunca había tenido actuación política, ni gremial. Se casó a los veintiocho años: dos hijos y una vida conyugal impecable. No se le conocían deudas, vicios, ni enemigos ¿No lo habrían matado por error? Se preguntaba el comisario ¿Podría haber sido confundido con otra persona? ¿Será obra de un loco suelto como afirmaban los vecinos?
El fiscal Torres también estaba desconcertado. Habían transcurrido veinte días del asesinato y todo permanecía en las sombras, sin tener ni siquiera un sospechoso.
Torres era un hombre capaz y trabajador. Hacía poco que ocupaba el cargo y quería hacer méritos, porque muchos comentaban que su designación era consecuencia de padrinazgos políticos, práctica muy común en la justicia argentina.
Desde sus años de facultad se interesó en el derecho penal y la criminología  con su nuevo ingrediente: la droga adicción.
─Almada, por favor, necesito que venga a la fiscalía, lo más pronto que pueda.
─ Voy para allá, doctor.
─ Gracias. Lo espero.
Media hora después, Almada estaba en tribunales, en el despacho del fiscal
─ ¿Alguna novedad, comisario, en el caso Berardi?
─Lamentablemente ninguna, doctor, es un caso muy raro. No se encuentra ninguna razón, por lo menos hasta el momento, que justifique un asesinato tan alevoso, como este. En la escena del crimen no se encontró nada. La víctima fue atacada de atrás, con una sola y certera puñalada con un arma no común, según la apreciación del forense y no quedó en el lugar del hecho, ningún rastro ni huella. Lo mataron de una manera fulminante y con una efectividad asombrosa. El que lo hizo, sabía lo que hacía
─Ese puñal es para mí, “la punta del ovillo”, Almada, y el nos puede llevar a: “Desenrollar la madeja”.
─ ¿Por qué, doctor?
─Porque son muy pocos los que pueden tener un puñal de esa característica, salvo que lo haya hecho hacer recientemente por un artesano, y es algo que se puede averiguar. Estuve investigando y armas de ese tipo son de varios siglos atrás, por lo tanto también podría tratarse de un coleccionista, lo que nos da otro camino de investigación. Hasta el momento es lo único que tenemos, comisario, y mientras no aparezca otra pista, debemos comenzar por esta.
Hay que investigar en los museos, ver si se puede confeccionar una lista de coleccionistas privados y de artesanos que trabajen en armas blancas. Sin duda nos va a quitar el sueño: es un caso complejo.

Quince días después de la entrevista con el fiscal, el comisario Almada, recibió una noticia que lo sacudió. En el segundo piso de una cochera céntrica se había encontrado el cadáver de un hombre joven, con una herida de arma blanca que había penetrado por la parte posterior izquierda  del tórax, idéntica a la de Daniel Berardi. El cuerpo fue encontrado sobre un gran charco de sangre al lado de su auto, al cual no alcanzó a abrir la puerta, aproximadamente a las veinte y treinta horas.
Se comunicó de inmediato con el fiscal Torres, que al igual que Almada, quedó estupefacto.
─ ¿Qué es esto, comisario? ¿Un asesino serial? ¿Un psicópata?, ¿Porqué se trataría del mismo individuo, según parece?,
─Pienso lo mismo, doctor. Veremos que dice el forense de las características de la cuchillada.
¿Qué sabe de la victima?
─ Por el momento muy poco, doctor. Se trata de Manuel Castro, treinta y ocho años, empleado jerárquico de una compañía de seguros, divorciado, dos hijos. Desde hace tres año vive en pareja con una compañera de trabajo. No tiene antecedente penales. No ha actuado en política. En la cochera donde murió, era abonado mensual, ocupando siempre el mismo sitio, que tenía asignado desde hace más de dos años. Es lo que tengo hasta el momento
─Comuníquese de inmediato con la Policía Judicial. Que no retiren el cadáver hasta que yo llegue.
─ De acuerdo, doctor.
Torres se acomodó en el sillón de su oficina. Indicó  a su secretario que no lo molestaran y cerró los ojos tratando de ordenar sus pensamientos.
Había que buscar algún nexo entre las dos víctimas, que, a no dudarlo habían tenido algo que ver, directa o indirectamente con el homicida. Desechaba totalmente la idea de un sicario, no es el modus operandi de los mismos. Estas muertes parecían tener un viso ritual; el juego diabólico de un demente ¿Habría otras muertes? Si así fuera, ¿quién sería el próximo?
Era necesario apresurar la investigación. La prensa ejercería una fuerte presión y el tema de la inseguridad se desbordaría, con el consecuente palabrerío inútil de los políticos ofreciendo soluciones que no tienen y opinando de lo que no saben.
Cuando llegó, el perímetro alrededor del cadáver estaba cercado y Almada lo estaba esperando.
─ Hubo que retirar a la esposa, presa de una crisis histérica e impedir que subieran los compañeros de trabajo, además de la gente que venía a sacar sus autos. Esto era un loquero.
─Lleven el cadáver a la morgue. Mantengan el perímetro cercado y dejen un agente de consigna. ¿Encontraron algo en el piso!
─En realidad muchas pequeñas cosas, donde predominan los papelitos y puchos de un par de cigarrillos. Usted sabe que la gente tira de todo al suelo. Las llaves del auto estaban debajo del cuerpo, obviamente las tenía en la mano cuando lo mataron. Lo encontrado fue recogido y embolsado. Al lado del cadáver había un trozo pequeño de papel, bien doblado, que parecía de una revista. Estaba lógicamente manchado de sangre. Los de la policía científica lo desplegaron y efectivamente era parte de la página de una  publicación tipo enciclopedia con una foto que mostraba el Partenón de Atenas.
De regreso a la fiscalía, Torres pidió dos cafés al ordenanza.
─ ¿Qué piensa de todo esto, Almada?
─Opino como usted, doctor, que es obra de un demente y que desconocemos sus motivaciones, por el momento.
─Yo temo que vuelva actuar y nos encuentre de brazos cruzados, meditando.
─Creo que es razonable pensar así.
─Comisario, este tipo de asesinos, suelen envanecerse de su obra y terminan creyéndose impunes, por lo que suelen dejar, pequeñas pistas en el lugar de los hechos, en un acto de desafío. Por eso quiero conocer al detalle todo lo que se recogió en el estacionamiento y también la historia de vida de Manuel Castro, desde su niñez en adelante. Necesito que trabaje las veinticuatro horas del día en este caso. Hablaré con el Jefe de Policía para que ponga a su disposición, los hombres y recursos que sean necesarios. Mañana a primera hora quiero los resultados de la autopsia. El asesino nos lleva varios pasos de ventaja, debemos acortar la distancia.
─Quedesé tranquilo, doctor, yo también estoy muy preocupado. Redoblaremos los esfuerzos.

Fue una larga noche para Gustavo Torres. Después de una cena muy liviana, repasó todos los informes que tenía del primer asesinato, además de consultar sus tratados de criminalística. Daba vueltas en su cabeza una frase de uno de los grandes de esta disciplina científica, el doctor Rafael Moreno González: La criminalística es la ciencia del pequeño detalle.
El amanecer lo encontró sin haber dormido. Tomó una ducha caliente, bebió una taza de café y partió para el juzgado. Necesitaba estar en su lugar de trabajo. Buscar el “pequeño detalle” al que se refería Moreno González.
Muy temprano recibió el informe de la autopsia. La herida de Manuel Castro era idéntica a la Berardi, hecha por la misma arma y con seguridad el mismo brazo, con similar técnica para matar. No se sorprendió, es lo que esperaba.
Dos horas más tarde se presentó el comisario Almada con algunos datos que iban aportando pequeñas piezas al rompecabezas.
─Doctor no hay nada de importancia en la vida de Castro. Nació en Córdoba, en barrio Alberdi. Sus estudios primarios y secundarios los cursó en escuelas públicas de esta ciudad. Ingresó en la Facultad de Ciencias Económicas, abandonando en tercer año. Ingresó en la compañía de seguros donde trabajó hasta el momento de su muerte. Hizo muy buena carrera, ocupaba en la actualidad un cargo ejecutivo. Lo demás lo conoce: divorciado, dos hijos, desde hace tres años vive con su actual señora, constituyendo una pareja normal. No tuvo nueva descendencia
Lo importante, doctor Torres, es que encontré un nexo entre las víctimas: Castro y Berardi vivían en barrios próximos y sus hijos mayores concurren a la misma escuela, aunque a distintos cursos por razones de edad.
─Interesante, en verdad ¿Qué tipo de escuela es a la que asisten?
─Privada, laica, la mayoría de los alumnos son de familia de clase media.
Otro puntito, doctor: los muchachos consiguieron entrevistar a un vecino de Berardi que había visto una persona ajena al barrio, pasar caminado dos noches seguidas por la vereda, en que se produjo el asesinato. Su andar era pausado y miraba como si buscara un domicilio determinado. Conseguimos un retrato hablado─ abrió su maletín y entregó un dibujo de cuerpo entero al fiscal.
Torres tomó la hoja en la cual se veía un hombre de baja estatura, fornido, cubierto con una campera cerrada hasta el cuello y  un sombrero de alas bajas, como los que suelen usar los pescadores, lo que dejaba en sombra sus facciones; estaba calzado con unos borceguíes de tipo militar.
─Es interesante lo que ha traído, comisario. Por lo menos tenemos algo. Días atrás estábamos con las manos vacías. El hombre del dibujo tal vez no tenga nada que ver, pero hay concordancia entre sus dos pasajes por esa vereda y el asesinato posterior. La coincidencia de los hijos en la misma escuela es también interesante. Son pequeños detalles que debemos poner bajo la lupa.
Quiero que  se investigue en profundidad  todas las etapas de la vida de Berardi y Castro. Si practicaban algún deporte; pertenencia activa a algún club, partido político, iglesias, u organizaciones sociales o gremiales, en fin todo. Creo que allí está la clave de este enigma. Por supuesto, comisario, traten de dar con el hombre del dibujo ¿Alguna novedad respecto a los cuchillos antiguos?
─Ninguna, doctor. Los museos no tienen nada similar. No hay registros de coleccionistas privados. Fueron interrogados todos los artesanos conocidos en el rubro y negaron haber fabricado un cuchillo de esas características. Antes del medio día va a tener aquí el informe escrito de Policía Científica de lo recogido en el estacionamiento, pero puedo adelantarle que no hay ningún elemento de interés.
─ Sin embargo hay algo que a mí, sí me interesa: la figura del Partenón de Atenas. Se me ha puesto en la cabeza, que no estaba allí de casualidad. Creo que la dejaron deliberadamente para probar nuestra sagacidad. Probablemente sea la última pieza del rompecabezas, o sea que hay muchos lugares vacíos delante de ella, que deberemos ir cubriendo para que pueda encajar. A pesar de los enormes progresos científicos de la criminalística, este es un caso en que predomina el razonamiento y la presunción, sobre el tecnicismo, es decir, para investigadores como Sherlok Holmes─ dijo riendo.
Comisario, rastreen toda la ciudad, buscando al hombre del dibujo y cualquier otra evidencia por pequeña que sea. No debemos olvidarnos que tenemos que evitar otra muerte. ¿En el auto de Castro se encontró algo?
─Solo efectos personales de la pareja.
─ Que lleven los canes de Drogas Peligrosas a olfatear el vehículo. No quiero dejar pasar nada por alto.

Susana, caminaba lentamente ensimismada en sus pensamientos y presa de un intenso dolor que oprimia su alma. Había pasado más de un mes del asesinato irracional de su marido y todo continuaba en foja cero ¿Por qué, por qué, lo habían matado? ¿Cuál era la causa para quitarle la vida a un hombre como él, que jamás causo daño a nadie? Que vivía para tenderle una mano a quien la necesitara. Muchas preguntas sin respuesta que habían convertido su vida en un martirio. De no haber sido por sus hijos probablemente estaría a su lado.
Caminaba hacia la parroquia del padre Damián; él los había casado hacía más de diez años. No buscaba consuelo en sus palabras que eran siempre las mismas: Los caminos del Señor, que solo Él conoce. Que al lado del Creador, Daniel velará por su familia y  las mismas frases hechas que se dicen a todos los sufrientes, sin ninguna innovación a través de los siglos. Quería conversar con un hombre al que respetaba y no con el cura que vio frente al altar el día que se unió a su esposo  y tampoco escuchar sus disquisiciones teológicas sobre la vida y la muerte
─Hola, padre
─Hola, Susana. No tienes buena cara hoy
─ ¿Y usted cree que puedo tenerla, después de la desgracia que me sucedió?
─Tranquila, Susana, solo quise decir que te veo algo más demacrada que días anteriores. En que puedo servirte.
─La verdad no sé, padre, como tampoco sé porque vine.
─Viniste, porque la Casa de Dios, es también tu casa,
─Por favor, padre no comience a recitarme Los Evangelios. Me gustaría conversar con usted, pero con Damián el ser humano, el hombre, no Damián el cura.
─Es muy difícil lo que me pides, puesto que yo estoy al servicio de Dios, pero lo intentaremos. Lo importante es que te tranquilices.
─Estoy muy mal, Damián. Perdone que lo llame así, pero por hoy quiero obviar el “padre”
─Adelante, Susana.
─Dios, no protegió ni a mi marido, ni a mi familia. Dios está en todas partes, menos donde se lo necesita. Miles de inocentes, fundamentalmente niños, mujeres y ancianos, mueren en todo el mundo, por guerras interminables, hambre, enfermedades evitables, catástrofes; sin que se vea la mano protectora del Padre Omnipotente, en ningún lado. Hace miles de años que nadie protege… a los desprotegidos. Creo sinceramente que todo esto de las religiónes, es una burda patraña, una novela de ciencia ficción. Probablemente esté sangrando por la herida abierta que tengo en mi alma. Sé que Daniel, había sufrido una gran crisis de fe; una importante decepción con la iglesia. Nunca me explicó claramente las causas, pero ahora comprendo muchas de sus palabras, cuando yo, periódicamente, concurría a misa con los chicos. Él siempre ponía una excusa para no acompañarnos, pero respetaba mi voluntad, como respetó todo en su corta vida
─Las crisis de fe son comunes, Susana y muchas veces, quien las sufre, sale reforzado de ellas en su relación con el Señor.
No era el caso de Daniel, y ahora parece que le cobraron caro su rebelión.
─ ¡No hables así, Susana! ¡Es una blasfemia! Verás que cuando la justicia aclare este desgraciado caso, tendrás que arrepentirte de lo que dices.
─No será así, Damián. Si la investigación tiene éxito, sobre lo cual tengo mis dudas, sea cual fuere la causa de su muerte, pongo, no mis manos, sino mi alma al fuego, por su integridad moral. Nadie me convencerá de que Dios, nunca está donde debe estar ¿Se enteró del asesinato en la cochera?
─ Sí, algo leí en los diarios y vi en la televisión.
─ ¿No cree qué de acuerdo a la información recibida, hay bastante similitud con el de mi marido?
─No puedo opinar, Susana, porque los medios de información suelen tornarse morbosos en estos casos y muchas veces desfiguran la realidad ¿Habló con usted el fiscal?
─Estoy citada mañana en la fiscalía. Iré con mi abogado, porque aunque usted no lo crea, todavía no estoy libre de sospecha.
─No se moleste por eso. Hasta que un crimen no está resuelto, todos somos sospechosos, y por más que duela, es lógico que así sea..
─ ¿Dígame, Damián? ¿Usted estuvo enamorado alguna vez, de una mujer?
Esta pregunta la hago para saber con quién estoy hablando, si es con alguien que puede interpretar sinceramente mi dolor.
Damián, quedó callado un par de minutos. Sus ojos recorrían todo el ámbito del  templo vacío a esa hora, buscando un punto de apoyo.
─Susana, todos hemos estado enamorados alguna vez en la vida.
─No es la respuesta que yo espero. Esta es la respuesta del sacerdote, no del hombre.
Damián, bajó el cabeza avergonzado. Ni él mismo sabía de qué.
Sí, lo he estado y muy intensamente.
─Lo lamento, Damián, quizá de haber escuchado los llamados de su corazón, hubiera tenido una familia y seguramente podría haber interpretado mejor lo que se siente, cuando se pierde de una manera brutal al ser amado.
Susana se retiró sin despedirse, como una autómata, envuelta en sus pensamientos y su desdicha.

Dos días después de la entrevista con el padre Damián, Susana estaba en el despacho del fiscal.
─Usted me asegura, señora, que entre su esposo y Manuel Castro no había ningún tipo de relación, no se conocían.
─No que yo sepa, doctor. Nunca le escuché nombrarlo. No sé si  pueden haberse conocido en la niñez o adolescencia, Daniel hablaba muy poco de esos períodos de su vida.
Dígame, doctor, hay dos muertes similares, absurdas ¿qué está pasando? ; ¿qué clase de loco nos amenaza?
─ Es lo que estamos investigando con todos los recursos que tenemos Y créame que estoy seguro de que pronto lo tendremos resuelto.
─ ¿Y si mata otra persona?
─No podemos descartarlo y nos tiene muy preocupados, por eso cualquier dato, por insignificante que parezca, para nosotros puede ser de mucha utilidad. No deje de llamarme a mí, o al comisario Almada, si recuerda algo, aunque a usted le parezca una nimiedad, comuníquela. De una brizna se puede hacer un trigal.
─No le entiendo, doctor
─Quiero decirle, Susana, que todo aquello que parezca sin importancia, para una persona que no esté en nuestra tarea, puede ser de gran valor para nosotros. Esté alerta, piense.
Una conversación muy parecida tuvo el fiscal con la ex esposa y la compañera actual de Manuel Castro. Las respuestas fueron muy similares: entre ellos no se conocían.
Almada había conseguido un dato de valor.Se decía, en el pueblo de Berardi, que  muchos años atrás, cuando era un niño se corrió el rumor de que había sido víctima de un pederasta. En la comisaría del pueblo no estaba registrada ninguna denuncia al respecto y se estaba investigando si para esa fecha alguien  había salido de manera un tanto imprevista del pueblo.
─Usted sabe, doctor, que en los delitos de carácter sexual todo el mundo cierra la boca.
─Así es, comisario, si ocurrió va a ser muy difícil confirmarlo, más aún ahora, que el hombre está muerto. Hay algo que me mueve a la reflexión y a otorgarle importancia a  su investigación. Pienso que el asesino es una persona con un buen grado de cultura.
¿Por qué lo piensa así, doctor?
─Por el arma que empleó y la figura del Partenón. Eso nos va a permitir dejar de lado a una serie bastante grande de posibles  sospechosos. Quien cometió los asesinatos, tenía un pensamiento casi ritual de lo que hacía. Defendía una verdad: su verdad. Comisario, cada vez nos vamos acercando un pasito más al asesino. Tenemos que llegar antes que él a su próximo objetivo, si es que el mismo existe. No nos olvidemos de Castro, algo en común debe haber entre los dos, estoy seguro, y creo que ese algo está en la pederastia. Si bien es cierto que no hemos encontrado hasta ahora ninguna relación entre ambos hay que seguir buscando en la niñez y adolescencia.
 Repasemos un poco, Almada, lo que tenemos: dos hombres muertos de la misma manera y casi con seguridad con la misma arma, que sabemos, no es un cuchillo convencional. Los crímenes fueron hechos por venganza o por razones de tipo ritual, tal vez relacionado a alguna secta. Ambos eran personas casi de la misma edad, de vida normal, y sin antecedentes: policiales, gremiales ni políticos. Existe la posibilidad que uno de ellos, que vivió en un pueblo, pudo ser víctima de un pederasta hace muchos años y de lo cual no existe denuncia. No hubo jamás, al parecer, ningún contacto entre ambos. Avanzamos lentamente. Si no logramos encontrar alguna, conexión entre Berardi y Castro, el panorama se va a tornar sombrío.
─Doctor, creo que tenemos que profundizar en los aspectos religiosos o espirituales de ellos. Usted sabe que en los últimos tiempos han proliferado: las sectas, los gurues,”Hermanos del amor” y adoradores del diablo, como el caso de la calle Bedoya donde concurría gente de alto nivel social. Muchas veces, en estos clanes, si el iniciado quiere apartarse, puede costarle la vida y además  son frecuentes las relaciones hetero y homosexuales después de las reuniones rituales.
 ─Estoy de acuerdo, comisario, investiguemos a fondo este tema y continuemos con el retrato hablado y la búsqueda del arma. En algún momento tiene que “saltar la liebre”
Familiares y amigos fueron entrevistados para conocer si Berardi y Castro, pertenecían o habían pertenecido en forma activa a alguna iglesia, cofradía o congregación, en algún momento de sus vidas.
Las esposas de ambos coincidieron en que sus maridos tenían un lejano pasado de actividades y colaboraciones parroquiales que abandonaron en forma total como suele ocurrir en muchos adultos, que pierden la fe y el contacto con la iglesia.
 La esposa de Manuel refirió que este, tenía un compañero de trabajo que pertenecía a un grupo esotérico, quienes solían reunirse y organizar viajes al Uritorco, pero que él jamás intervino en esas reuniones ni viajó con ellos.
Los padres de Daniel Berardi negaron al fiscal, que su hijo hubiese tenido problemas de homosexualidad mientras vivió en el pueblo y que efectivamente había colaborado con la parroquia, como lo hacían otros niños y jovencitos de la zona. Castro, refirió su padre, había pertenecido a un grupo de Scout de la parroquia de su barrio, los que solían hacer periódicamente campamentos en las sierras cercanas a la ciudad.

─Doctor Torres, creo que ha comenzado a entrar un poco de luz a este sombrío caso─dijo el comisario Almada mientras abría un portafolio ─Mire estas fotos, por favor─ ordenó seis fotografías sobre el escritorio del fiscal ─ Corresponden a la infancia, adolescencia y edad adulta de los dos  ultimados. Las de arriba son de Daniel Berardi y las de abajo de Manuel Castro ¿Qué nota, usted?
─Que son bastante parecidos, podrían pasar tranquilamente por familiares, y no lo son. Tienen el mismo tipo étnico
─Eso es, doctor. Y aquí tenemos la primera conexión entre ambos: el parecido físico y casi la misma edad.
─Muy bien, comisario, es un dato muy importante. Continúe por favor.
─Los dos fueron colaboradores de sus parroquias; uno en su pueblo y el otro en esta ciudad. Y ahora tenemos la segunda y muy importante conexión: ¡trabajaron con el mismo párroco!, sorprendente ¿verdad?
─ ¿Y cómo pudo ser ello?
─El padre Juan fue trasladado del pueblo a una parroquia de esta ciudad, al frente de la cual estuvo varios años. Por razones de salud, aparentemente trastornos de orden psiquiátrico, fue dado “de baja” y reemplazado por el actual párroco, el padre Damián. Tengo otra foto interesante, doctor, mírela con atención. Fue tomada, hace tres años, durante una misa que se celebró en el colegio, dentro de los actos de un nuevo aniversario de su creación. Aquí ─dijo señalando con su dedo índice─, puede ver a Berardi y Castro, bastante cerca uno del otro, su proximidad es casual: no se conocían. Y aquí, al lado del altar que se había improvisado, está el padre Juan mirándolos. Por favor utilice esta lupa y verá que, podríamos decir, que tiene la vista fija en ellos.
─Es cierto, comisario. Vamos a hacer una ampliación lo mayor posible de esta foto
─Doctor, creo que ya tenemos las vinculaciones que buscábamos entre las víctimas y creo que el padre Juan es el principal sospechoso, por lo cual he montado una discreta vigilancia sobre él. Vive a unas quince cuadras de la parroquia, en casa de un hermano y una sobrina soltera. Se sabe que es muy aficionado a los deportes y mantiene un buen estado físico a pesar de su edad: setenta y cinco años.
─Excelente trabajo, Almada, lo felicito. Continuemos reuniendo evidencias, porque lo que tenemos hasta ahora si bien es importante, no es suficiente para imputarlo.
La prensa presionaba sobre una opinión pública, ya cansada de la inseguridad y de casos no resueltos; las autoridades lo hacían con el fiscal que llevaba la causa y este apuraba a la policía. Era toda una reacción en cadena, que exigía resultados en el corto plazo.
El comisario Almada y la gente de Investigaciones Criminales asignada al caso, trabajaban sin descanso. Los alentaba el hecho de que ahora tenían un sospechoso; hasta hace muy poco corrían tras de un fantasma.

─Doctor, tengo novedades de importancia.
─Me alegro mucho, comisario, están haciendo mucha falta. Lo escucho.
─Un informante que tenemos en el barrio donde vive el padre Juan, estuvo conversando con el hermano y la sobrina, que expresaron estar bastantes cansados con el “huésped” por su conducta delirante. El vive en un pequeño departamento que edificó con sus ahorros, en los fondos de la vivienda principal, el cual se comunica con la calle por una entrada independiente. Habitualmente comen juntos y en la mayoría de las conversaciones hace notar su delirio místico, lo cual los tiene bastante preocupados.Está en tratamiento psiquiátrico, pero no saben si cumple con el mismo. No deja que nadie se meta en su vida. Se cree un enviado de Dios, una especie de “ángel vengador”. A su departamento no se puede entrar. Él lo limpia personalmente y lo  mantiene cerrado con llave. En una oportunidad la sobrina lo vio regresar cerca de la media noche con un abrigo amplio con el cuello levantado, sombrero y borceguíes de tipo militar que usa con frecuencia. Caminaba rápido, parecía nervioso. Ingresó a su departamento y no salió hasta el otro día a la tarde ¡Es el hombre del retrato hablado, doctor! Creo que lo tenemos. Hay algo más: se prepara para dar otro golpe.
─Cómo es eso, comisario.
─Usted sabe que lo tengo vigilado las veinticuatro horas del día; conocemos todos sus movimientos. En los últimos diez días el “padrecito” ha estado haciendo un trabajo de inteligencia en un taller mecánico, especializado en frenos, que está en Barrio Junior. El taller corresponde a un tal Vicente Pirolli, individuo de treinta y siete años, libre de antecedentes, que vive a media cuadra del taller, sobre la misma vereda. Tiene dos empleados que se retiran a las siete y media de la tarde. Pirolli se queda una media hora más ordenando papeles y cierra el taller. El ex cura ha estado tomando nota del movimiento del taller pasando por una vereda u otra a distintas horas y mirando con mucha atención hacia el interior del mismo. Pienso que en estos días  se producirá el ataque, porque ya tiene todo estudiado.
─Opino igual, Almada, así que alerta máxima. Quiero capturarlo con “las manos en la maza” para evitar suspicacias con las evidencias que hemos ido reuniendo.
─Se han tomado todos los recaudos para que sea un operativo exitoso. Afortunadamente vamos a poder evitar que haya una nueva víctima, que era una de nuestras mayores preocupaciones.
─Un nuevo asesinato y quedábamos los dos fuera del caso. Usted sabe como es la política.
─Lo que sigue quedando en penumbras son los móviles de estos crímenes. Si bien es cierto que es muy posible que sea consecuencia de un pasado pederasta ¿Por qué ahora querer eliminarlos? ¿El candidato actual, estuvo también relacionado con él?
─Es casi seguro, Almada. Las edades de los tres, son muy similares, lo que lleva a pensar que se trató de un período de la vida de Juan que ahora quiere borrar.Pienso que en esto tiene mucho que ver su estado psiquiátrico actual. Con su captura terminaran la mayoría de las incógnitas que nos estamos planteando.
La policía acentuó la vigilancia. Durante tres días el sospechoso no salió de su casa.
Al atardecer de un frío día de invierno, acompañado de una fina llovizna que daban aspecto lúgubre a las calles poco transitadas: Juan salió. Iba vestido con un abrigo de cuero con el cuello levantado, sombrero de alas bajas,  pantalón de lona verde y borceguíes negros. En su mano llevaba un bolso de cuero marrón. Se dirigió con paso rápido  hacia la parada del ómnibus.
La novedad fue transmitida de inmediato y todo el operativo entro en estado de máxima alerta.
─Doctor, es muy posible que el momento haya llegado. El sospechoso salió con la vestimenta, que parece ser de “trabajo” y subió a un ómnibus a una cuadra de su casa. De acuerdo al recorrido de esa línea, lo deja muy próximo al domicilio de Pirolli.El personal está en sus puestos de acuerdo a lo planificado.
Bien, comisario, voy para allá. Espero que esta sea “la noche del cuervo” y lo podamos sacar enjaulado.
Ya las sombras habían cubierto la ciudad y los pocos transeúnte que circulaban, apresuraban sus pasos para llegar al cálido refugio de sus hogares.
Torres, tomó el maletín y acompañado del secretario del juzgado, subió a su automóvil. Todo parecía indicar que este caso, que le había costado tantos desvelos tocaba a su fin, lo cual sería un golpe de efecto muy importante para su carrera y un halago personal  grande para él y Almada, por haber conducido una investigación que se tornó muy complicada, en el sentido correcto. Sin duda, la experiencia y profesionalidad del comisario, habían jugado un rol fundamental.

Juan bajó de ómnibus a tres cuadras del taller mecánico. Sacudió el sombrero y el abrigo que estaban mojados. Se detuvo debajo de un farol del alumbrado público, abrió el bolso y se colocó un par de guantes de algodón, dejó el cierre abierto, bajó el sombrero hasta la altura de las cejas, miró la hora y apresuró la marcha. Pasó frente al taller por la vereda opuesta, observando que de acuerdo a lo previsto, Pirolli estaba solo, próximo a cerrar. En la calle no se veía a nadie. Una furgoneta de un lavadero, sin su conductor, se encontraba estacionada unos veinte metros más adelante.
Vicente se encontraba de espaldas a la entrada, hojeando con atención una carpeta. Juan cruzó rápidamente la calle, continuaba lloviendo. Dentro del taller saco del bolso un largo cuchillo de hoja lanceolada y se precipitó sobre su víctima. Este giró rápidamente; los ojos de Juan reflejaron un enorme asombro: no era el rostro de Vicente el que tenía frente a sí. La puñalada había partido hacia su destino con fuerza. No podía detenerla. Un hábil golpe de cintura del supuesto Vicente la hizo pasar de largo a escasos centímetros del cuerpo y una llave de karate lo desarmó. Juan con el rostro congestionado por la ira no pudo detener el impulso con que había iniciado su macabra faena; resbaló en una mancha de aceite del piso y cayó dentro de una de las fosas del taller. En ese momento entraron precipitadamente los efectivos del ETER que estaban en la furgoneta estacionada, en apoyo de  su compañero que había tomado el lugar de Pirolli. Detrás de ellos ingresaron el comisario Almada y el fiscal Torres. Juan permanecía boca abajo en el fondo de la fosa respirando con dificultad. Minutos después lo retiraba una ambulancia en grave estado, con traumatismo severo de cráneo y de tórax. En el piso había quedado el puñal de hoja ensanchada en su parte media que se había cobrado dos vidas.

El allanamiento de su vivienda  aclaró los puntos oscuros que aun quedaban.
 A través de sus libros, revistas en las cuales hacía anotaciones, fotografías y una especie de diario, en el cual solía escribir, con letra temblorosa y poco clara, sobre sus enfermizos estados de ánimo, se pudo ir reconstruyendo parte de su vida.
 En el seminario en que estuvo internado era muy frecuente la sodomía entre los curas que actuaban como docente y monitores con los seminaristas que cedían a sus requerimientos. Juan continúo con esas prácticas después de ser ordenado sacerdote, que se intensificaron cuando estuvo en la parroquia del pueblo en que vivía Berardi. Llegaron fuertes rumores y acusaciones de estos hechos a las autoridades eclesiásticas, quienes, como ha sido la práctica habitual en estos casos en todo el mundo, no hicieron denuncia a la justicia. Se mantuvo todo en el silencio cómplice, que tanto ha dañado a una iglesia, que ya viene muy castigada desde hace siglos, por sus tremendos errores, y se limitaron a trasladar al cura, que vino recalar  al templo del barrio en que  estaba el hogar de Castro. Allí creó una agrupación de jóvenes exploradores, que le facilitaba a través de un sutil trabajo psicológico sobre adolescentes y algunos casi niños, todavía, a los que seleccionaba por determinadas características físicas, psíquicas y datos que obtenía en la confesiones, para satisfacer sus apetitos sexuales. Con el paso del tiempo comenzó a presentar síntomas de severos trastornos psiquiátricos y a sentir miedo de ser denunciado como pederasta,. Lo “jubilaron” de  su trabajo de “pastor de almas” y fue a refugiarse en la casa del hermano. Comenzó a experimentar un delirio persecutorio y el haber visto en aquella misa, realizada en el colegio, muy próximos a Berardi y Castro que habían sido abusados por él, actuó como detonante. Su mente enferma lo tomó por un complot en su contra y decidió actuar en consecuencia, asesinándolos a ambos. Le dio a estos crímenes un carácter ritual, por eso utilizaba ese antiguo puñal que le había sido traído, como un obsequio desde oriente. En otras fotos ubicó a Pirolli al que había señalado como su próxima ejecución y que afortunadamente se había podido evitar.

Tres,días después de caer en la fosa Juan falleció sin recuperar el conocimiento.
La fiscalía estaba satisfecha, porque el caso se había resuelto, prácticamente sin dejar cabos sueltos lo cual había quitado un gran peso de encima, fundamentalmente para un fiscal que estaba “estrenado” el cargo.
El caso había producido un gran revuelo de orden político, sobre todo en la oposición que reclamaba sobre la necesidad de dar más recursos e importancia al tema seguridad, haciéndose eco de las protestas de los ciudadanos.
El obispado envió sus condolencias a los familiares de las víctimas, pidiendo perdón en nombre de la iglesia, por los hechos aberrantes en que estuvo involucrado uno de sus miembros. Lo de siempre.

Doctor, hay dos cosas que quisiera que usted me aclarará.
─Diga nomás, comisario espero poder hacerlo.
─ Usted dijo que la figura, recortada de una revista, del Partenón de Atenas, sería la última pieza del rompecabezas.
─ Y fue así, Almada. Con esa figura quería justificar su actitud sexual. Nos daba una pista.En su casa encontramos varios libros de historia de la Grecia antigua, en donde, unos siglos antes de Cristo, la pedofilia entre maestros y discípulos, no solo era consentida, sino que además era bien vista, casi diría, como un complemento de la preparación de los jóvenes. ¡Sí! no se asombre comisario.Cuesta creer que eso ocurría, en una de las épocas más florecientes, de la cuna de la civilización occidental, pero así son las sorpresas que nos vienen desde el fondo de la historia. De allí se tomó Juan, para autoconvenserce de que su conducta, no era anormal ni delictiva.
Me dijo que tenía dos preguntas ¿Cuál será la otra?
─Quería saber a qué se refirió cuando estando próximos a capturar a Juan dijo,”Espero que esta sea la noche del cuervo” ¿Porqué cuervo? ¿Por la vestimenta negra que usaban casi todo el cura hace unos años?
─ Por eso y algo más importante: el cuervo es un pájaro muy inteligente y perverso. Roba el alimento a otras aves, invade sus nidos y después de hacer su fechoría, vuela lejos del lugar del hecho. Era simplemente una metáfora.
─ Gracias, doctor, espero que volvamos a encontrarnos en otro caso─dijo Almada estrechándole la mano.
─Yo también lo espero, comisario. Fue un placer trabajar con usted.



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