CAZA MAYOR
Leandro,
se paseaba inquieto, por el elegante escritorio de su estancia “Los
algarrobos”. Sentado en uno de los amplios sillones de cuero negro, del lujoso
mobiliario, Manuel Contreras, su capataz, lo miraba fijamente.
─Lo
de Pepe Alfaro me ha desbordado. ¡De milagro no está muerto! Y no lo está,
porque es un hombre sano, fuerte y además es muy cierto que:”Nadie muere en las
vísperas”. Tiene dos balazos de un 38 encima. Espero que no quede con secuelas.
La golpearon a Marta, amenazaron al nieto ¡Una barbaridad! No se puede
continuar así, Manuel; no hay seguridad en ninguna parte. Lo vemos todos los
días en todos los medios; robos brutales, obra de tipos drogados, “volados”,
sin ningún tipo de piedad ¡Y nosotros de brazos cruzados!, esperando que la
policía nos proteja, cuando ni la policía ni la justicia tienen los medios
adecuados, ni las leyes necesarias, para poner freno a esta pesadilla. Ya no
interesa la clase social: desde un pobre jubilado a un ejecutivo de una gran
empresa son asaltados, golpeados, secuestrados y muchas veces muertos. Se puede
vivir en una ciudad, en un pueblo o el campo: donde sea, llegan. No
importa si la víctima es una anciana,
mujer embarazada, o un niño. Nosotros nos venimos salvando de “pedo”, porque no
nos llegó la hora, pero he visto un par de veces una camioneta que no conozco
dando vueltas por la zona. Estaremos en máxima alerta.Yo voy a hablar con mi
mujer y los chicos, para que eviten situaciones de riesgo. No sé de qué
dispones en tu casa, pero puedes llevar de aquí las armas que necesites. Somos
buenos cazadores y sabemos usarlas. ¡Si habremos bajado chanchos del monte! ¿He,
Manuel?
─Quedesé
tranquilo, don Leandro, a nosotros no nos van a “agarrar sin perros”.
Manuel
se encamino a la casa que tenía asignada en la estancia. Desde hacía un tiempo
estaba solo. Se había separado de su mujer, quien se marchó, varios meses atrás
con el único hijo del matrimonio, de once años, al que extrañaba mucho. Eran
muy compañeros. Martín lo acompañaba siempre en el recorrido habitual que hacía
dos veces al día, para ver que todo estuviera en orden y los peones cumplieran
con sus tareas.
Sabía
que el patrón tenía razón. A pesar de que
ya se había tomado algunas medidas de seguridad como cercas, tranqueras
y rejas reforzadas, reflectores y gansos en el parque que rodea el casco, que
son más guardianes que los perros por el alboroto que hacen cuando alguien se acerca,
estaba consciente de que no era suficiente. Tenía buenas armas, y no vacilaría
en usarlas llegado el caso: dos escopetas, un rifle de caza y un Colt 38, por
supuesto ni comparación con lo que tenía don Leandro, que era todo un lujo.
Encendió
un cigarrillo y se sirvió un vaso de un buen tinto. Quería elaborar una
estrategia de vigilancia y custodia de la estancia. Don Leandro estaba con
frecuencia fuera del campo y a él le quedaba muchas responsabilidades. El
administrador era un hombre mayor, con quien no se podría contar en un caso de
emergencia. Se acordó del “Ruso” Andrés, buena persona y un cazador nato, lo
que garantizaba un buen manejo de las armas. El hombre cargaba con un trágico
pasado sobre sus hombros, por eso era solitario y taciturno. Sin duda sería de
mucha utilidad en la tarea de patrullar el campo. Lo apodaban, “El ruso” por su
aspecto: alto, fornido, cabello rubio pajizo, ojos celestes y su apellido,
Vasiliev.Sus padres provenientes de la zona de Kazán, habían llegado al país
después de la Segunda Guerra Mundial y se habían afincado en Misiones, como lo hicieron muchos eslavos.
Entre los dos y un par de peones decididos
podían formar un buen equipo.
Pasaron tres semanas desde la conversación
entre Leandro Bertone y su capataz sobre el tema de la seguridad en la estancia,
habiéndose tomado las medidas necesarias para mejorarla. Era una noche clara y
el campo estaba tranquilo. Manuel terminada su cena se dispuso a fumar un cigarrillo, miró el
reloj de pared: eran las once de la noche. Escuchó un murmullo lejano que se
acercaba rápidamente; era ruido de motores que rugían, como si se estuviera
corriendo una picada. Malició que algo pasaba y salió con el revólver en la
cintura y el rifle en la mano. Por el camino que llevaba al casco, venía a toda
velocidad la camioneta del patrón haciendo zig-zag para no ser sobrepasada por
dos autos que la seguían. Al llegar a la tranquera no frenó, arrancándola de cuajo.
Manuel comenzó a disparar sobre los autos que venían detrás. Se encendieron los
reflectores de la casa que enceguecían a quien estaba fuera de ella. Al instante
llegó Andrés a medio vestir, tirando con una escopeta del 12, seguido de varios
peones. Desde los autos respondieron el fuego, pero giraron rápidamente y
tomaron por caminos secundarios a toda velocidad. Corrieron hacia la casa,
quien había llegado “con los perros en los talones” era, Agustín, el hijo del
patrón.
─¿Qué
pasó, Agustín?
─Creo
que me quisieron secuestrar, Manuel.” Me salve entre los indios.”Me esperaban,
donde comienza el camino de tierra. Yo presentí que era un asalto o un
secuestro cuando alcancé a ver un auto metido entre los árboles, por eso antes
de llegar me tiré a la banquina y corté caminó a toda velocidad. Se ve que los
sorprendí, porque me tiraron un par de tiros y salieron detrás mío. Me di
cuenta que me querían flanquear, por eso empecé a manejar en forma
zigzagueante. Creí que me hacía mierda, Manuel, te lo juro.
─Bueno,
tranquilízate, muchacho, ya estás aquí, sano y a salvo. Afortunadamente
estábamos alerta y te puedo asegurar que les metimos varios “chumbos” a esa
distancia ni Andrés ni yo erramos. Estoy casi seguro que deben llevarse un
muerto o un herido. Cuando se entere tu viejo se va a poner loco.
Agustín
se levantó del sillón y sirvió tres whiskys. Era necesario que tomaran algo
fuerte.
─¡Hagan
callar a esos gansos de mierda que ya me tienen podrido! ─gritó Manuel a los peones que
estaban abajo─. Voy a poner dos tractores, hasta mañana, en el lugar en que
estaba la tranquera. Estaremos toda la noche alerta. No creo que vuelvan, pero
es mejor no bajar la guardia
En
ese momento llegó la policía en dos móviles, encabezada por el comisario
Rodríguez.
─Buenas
noches, Bertone. Parece que anduvieron a los “cuetazos”. A unos trescientos
metros de aquí quedo la muestra. Hay un auto chocado contra un árbol y un
muerto con una perdigonada en la espalda.
─
¡Te dije, Agustín, que algo habíamos “cazado”!
─
¿Qué paso, Bertone?
─Creo
que me quisieron secuestrar. Me estaban esperando, comisario. Gracias a Dios,
logré zafar y aquí Manuel estaba alerta y les dio con toda la artillería, sino
vaya a saber dónde estaría.
─
¿Y su padre?
─Está
en Buenos Aires. Todavía no sabe nada de esto. Se va a poner furioso, porque lo
de Pepe Alfaro ya lo había dejado muy mal. Por eso estábamos atentos.
─El
muerto es el “Mono” Ludueña, un pesado de verdad. Hacía poco que había salido
de la cárcel. Siempre andaba junto con el hermano, así que este debe estar
loco. Te voy a dejar una custodia, aunque ustedes se cuidan solos, pero es
parte del procedimiento. Vos, Agustín tenés que venir mañana a la comisaría
para hacer las primeras declaraciones. Hay intento de asalto o secuestro,
tiroteo y un muerto. No es poca cosa.
Leandro
Bertone, indignado escuchaba el relato de su hijo y el capataz.
─Te
dije hace unas semanas, Manuel, que nos estábamos salvando de pedo y así fue.
Yo hablé con vos y tu hermana, Agustín que no vinieran al campo de noche ¡carajo!
que después de lo de Pepe, se tornaba un riesgo muy grande, andar dando vueltas
por aquí, pero ¡Que mierda van a hacer caso! ¡Si ustedes se las saben todas!.Lo
hecho, ya está hecho, por suerte pudiste zafar, hijo─dijo suavizando la voz.─
Ahora hay que estar más alerta que nunca. Les matamos un tipo importante y
pronto vamos a tener “la perrada” encima. Vos, Agustín anda con el doctor
Miranda a la cita que tenés con el fiscal. Yo me quedaré un rato más aquí
conversando con Manuel.
─Está
bien, papá, trata de serenarte. Como dijiste, esto no nos pasa solamente a
nosotros.
Leandro,
le dirigió una mirada de fastidio y le hizo señas con la mano para que se fuera.
Manuel,
lo que voy a decirte, solamente a vos te lo diría, porque mi confianza en tu
persona es total.
─Gracias
don Leandro.
─No
tenés que agradecer. Vos te lo ganaste. Escuchame bien: voy a pasar de una
actitud pasiva a una activa.
─
¿Cómo es eso, patrón?
─Que
paso de la defensa al ataque. No me caben dudas de que el hermano del “Mono”
Ludueña, va montar una venganza, sin piedad y yo voy a impedir que lo haga,
matándolo a él antes, que intente algo contra nosotros, porque si espero a que
la policía lo encuentre y lo detenga: va a ser tarde. Estoy convencido que si
queda decapitada la cúpula de la banda, con la muerte de los dos hermanos, el
resto se va dispersar, porque saben que tienen a la policía pisándoles los
talones
─Pero,
patrón, se va convertir en un asesino.
─Lo
sé, Manuel, ocurre que es él o mi familia, y este no es momento para flojos o
indecisos. Lo voy a cazar, Manuel, así como hemos cazado en el monte, jabalíes
y pumas. Le voy a seguir el rastro. Voy a obtener información de sus movimientos, hasta que en un momento,
lo tenga a tiro. Y vos sabés que tengo muy buena puntería.
─Don
Leandro, estoy con usted. Lo voy a acompañar en esta partida, como lo acompañé
siempre.
─No,
amigo, a esta parada la copo solo, porque como dijiste, legalmente va a ser un
asesinato ¡Y por Dios! No quisiera verte en la cárcel por mi culpa.
─Lo
verdaderos amigos, no “reculan” en la mala, patrón.
─Tranquilo,
Manuel, en lo que necesite y crea lógico te pediré una mano. Por ejemplo: ayudame
a elegir un buen rifle de caza con mira
telescópica, entre los que no tengo declarados, y un lugar seguro donde
esconderlo.
Fueron
al armario donde Leandro guardaba con seguras cerraduras y en perfecto orden sus
armas y municiones y se decidieron por un Winchester 30-30 y una mira telescópica infrarroja.
─
No me mires así, Manuel, sé lo que hago. Esta es una guerra entre el hampa y la
gente decente.
─Sin
duda, patrón. Yo hubiera hecho lo mismo. Cuando a uno le tocan la familia le
sale el tigre de adentro.
─
Buscá un buen lugar en alguno de los galpones, donde esconder el rifle, la mira
y las municiones. Estoy casi seguro que la policía va a sospechar de mí cuando
vean el tipo de bala que lo mandó al “Gordo” Ludueña al infierno. Saben que soy
un coleccionista de armas, buen cazador y que lo de mi hijo, y lo de Pepe Alfaro me ha golpeado muy duro.
Manuel
se retiró preocupado de la conversación con Leandro. Tenía que encontrar la
forma de apoyarlo de la mejor manera posible. El patrón era un hombre noble y
siempre había sido generoso con él.Caminó hacía el tinglado donde se hacía reparación
ligera y mantenimiento de la maquinaría y vehículos de la estancia.
─
¡Andrés!─ gritó desde el portón de entrada.
─Voy
Manuel─ dijo el “Ruso” levantando la vista del motor de un tractor─ ¿Qué pasa
jefe?
─Deja
lo que estás haciendo por un rato y vení conmigo a mi casa. Necesito charlar un
rato a solas con vos.
─Vamos,
nomas. No hay nada urgente que solucionar.
─Mirá,
Andrés, vos bien sabés que estamos viviendo una situación peligrosa. El tiroteo
de las otras noches, no fue el final del ataque de una banda, que dejó un
muerto en el camino, sino es muy posible que sea el comienzo de otras acciones,
a lo mejor “piores”, por eso hay que redoblar el cuidado de los bienes de la estancia
y de la familia. Vos te vas a venir a vivir a mi casa, para estar más cerca de
todo, porque el patrón y yo podemos estar afuera y la responsabilidad de la
seguridad va a ser tuya. Selecciona tres o cuatro peones de tu más absoluta
confianza, que estén siempre listos a darte una mano cuando la precises.
─Quedesé
tranquilo, Manuel, ya estuve pensando, sin saber que usted me lo iba pedir,
como organizar una defensa; una manera de tener ocupada la cabeza y alejar las
pavadas de ella ¿me entiende? Con tres hombres armados, además de mí, ubicados
en puntos ya fijados de antemano, para
no andar corriendo a: “Tontas y a locas” podemos hacer una buena defensa hasta
que llegue la policía. Mi plan es: un hombre armado en el bosquecito de
eucaliptus, en la fuente y en la casilla de las herramientas de jardinería con
lo cual podríamos tener fuego en abanico cubriendo el casco; además un hombre
en el galpón de las maquinarias, para custodiarlas, todos provistos de “jandi”,
por supuesto, para poder apoyarnos entre nosotros, según como venga la mano.
─Me
parece excelente tu plan, “Ruso”¿sabes? Tenés mente militar, “caray”.
─
Ya lo tengo ubicado al “Gordo” ─ dijo Leonardo, mientras fumaba lentamente un
cigarrillo─. Esta refugiado en la casa de un amigo, en Villa María. Se mueve
únicamente de noche. Lo llevan a una timba cercana, es loco por el juego,
además del póker funciona como prostíbulo, y lo traen cuando empieza a clarear
la mañana. No se quiere dejar ver: sabe que lo están buscando. Es bastante
puntual en la salida y el regreso, lo cual facilitará mi tarea.
─
No hay vuelta atrás, patrón.
─No,
no la hay, Manuel. La decisión ya está tomada y siento la misma ansiedad que
cuando me preparaba para salir al monte. Para mí es una nueva partida de caza.
Trato de pensarlo de esa manera, porque nunca mate a un hombre. ¡Ah! me
olvidaba,voy a necesitar un silenciador.
─
Ya lo tengo preparado ¿Cuándo será la caza?
─
Tan pronto tenga reconocida el área.Debo encontrar un lugar que no esté a más
de 150 metros del blanco, para que el tiro sea totalmente efectivo. Esta tarde
voy a dar una vuelta por el lugar, para hacer un mapa mental de la zona.
Estuve
con el Comisario Rodríguez. Están seguros de que es la misma banda que asaltó y baleó al Pepe Alfaro. Han recibido
ayuda de Córdoba para la investigación. Me repitieron que Agustín tuvo mucha
suerte de escapar de la emboscada. Estos
tipos son muy ducho en el oficio y es muy raro que: “Se le vuele la perdiz”.
─Permítame
que lo acompañe a hacer el reconocimiento, don Leandro: “Cuatro ojos ven más
que dos”.
─De
acuerdo, a la siesta nos vamos. ¿Quién va a quedar a cargo de la custodia de la
estancia?
─Andrés
Vasiliev :“El ruso”
─Lo
he visto pocas veces y apena si hemos cruzado algunas palabras, pero me pareció
un tipo interesante, ¿qué sabés de él?
─Lo
suficiente como para asegurar, que es “honrau”, y confiable. Buen cazador y
hábil rastreador. Es misionero, hijo de inmigrantes rusos. Su padre estaba a
cargo del obrador de una maderera cuando lo asaltaron para robarle la paga de
los trabajadores. El viejo se resistió y lo mataron. Eran dos malandras que
huyeron internándose en la selva.La policía abandono temprano la búsqueda, pero
,no Andrés, que les siguió el rastro durante días, como un tigre “cebau”.Los
encontró, los mató y los enterró en la selva, el muchacho tenía para entonces
solo diecisiete años. La justicia no investigó demasiado y cerró el caso. No
quiso vivir más en Misiones y rumbeó para estos pagos; hace ya mucho tiempo de
eso.
─Parece
que nuestras historias están a punto de “cruzarse”, Manuel.
─
Y así pareciera, patrón. Solo el Tata Dios, conoce el destino de los hombres.
A
las tres de la tarde partieron hacía Villa María,distante a treinta kilómetros,
en una vieja camioneta que hacía tiempo no se usaba. Leandro quería pasar lo
más disimulado posible.Durante el viaje apenas si intercambiaron algunas
palabras. Ambos iban sumidos en sus pensamientos.
Al
llegar a la ciudad, hicieron un pasaje a marcha lenta, con los ojos bien abiertos,
por la calle en que estaba situada la casa donde se refugiaba el “Gordo”
Ludueña, de acuerdo a los informes que tenía.Sabían que otra “vuelta” se haría
sospechosa, para quien seguramente estaría vigilando. Como buenos cazadores
tenían una excelente memoria visual. Ubicaron el domicilio señalado y a una
cuadra sobre la mano contraria un pequeño supermercado que podía ser un lugar
adecuado para apostarse. Comprobaron que afortunadamente, la parte trasera del
negocio daba a un baldío, lo cual facilitaba mucho el poder subir al techo. Analizaron
cuidadosamente las vías de escape.
─Esta
noche lo hago, Manuel. No hay luna llena y el cielo está nublado: condiciones
ideales.
─De
acuerdo, patrón. Sí está decidido, cuanto antes mejor.
A
las cuatro de la mañana, Leandro había tomado ubicación en el techo, con el
tiempo suficiente para preparar todo con tranquilidad y además no dejarse
sorprender, porque el “Gordo” llegara ante de lo previsto. Sacó el rifle de la
funda, que ya venía “vendado,” para evitar que un reflejo lo delatara; le
colocó la mira infrarroja y la reguló hasta tener una imagen perfecta; adaptó
el silenciador y con prismáticos, también infrarrojos, exploro toda el aérea,
comprobando para su satisfacción que estaba totalmente desierta. A esa hora la
circulación de peatones o vehículos era prácticamente nula. Subió la capucha de
su campera y se cubrió con una manta: la noche estaba muy fría. Sentía la misma
tención en sus músculos que cuando esperaba un jabalí macho en una aguada.
Meditó en lo que estaba por hacer y sintió que la duda golpeaba sus sienes: voy
a matar un ser humano ¿Lo hago por necesidad de defender a mi familia,es decir
en defensa propia, o también por el placer que siente todo cazador, de ver caer
abatida a su presa?. Nunca había matado a un hombre, tal vez en su interior, en
un rincón escondido de su alma, quería saber que se sentía, en el lado oscuro
de la conciencia humana.
Se
levantó un suave viento que hacía más gélida la noche y disperso un poco las
nubes, lo que permitió que por unos minutos apareciera tímidamente la luna en
cuarto creciente. Su débil luz tornaba más tenebroso el escenario, donde pronto
danzaría la muerte.
Las
horas pasaban lentamente, pero estaba acostumbrado a esperar, aún en noches tan
frías como esta. Hacia flexiones en cuclillas para no ser visto y movía
continuamente los dedos de las manos para conservarlos ágiles y desentumecidos
a pesar de los guantes. Trataba de mantener la mente ocupada recordando, viejas
excursiones de cacerías. Vino a su memoria la primera presa: una liebre, a los
doce años. Rememoró su emoción y también la sombra de tristeza, que pasó
rápidamente por su interior, al tener al “bichito” colgando de sus patas
trasera y ver que la sangre manchaba el suave pelaje de color gris claro;
recordó que su turbación le duró un instante solamente; le habían enseñado que
un hombre debía ser duro y la caza ayudaba a formarlo en la virilidad. Nunca
más dejó de cazar. Con los años el salto había sido muy grande: de una liebre,
a un descendiente de Adán
Vio
un auto que se acercaba lentamente. Miró la hora: las 6 AM seguramente era el
“Gordo” Ludueña que regresaba. En segundos cargo el rifle, arrolló la manta y
puso una rodilla sobre ella. Dirigió el arma
hacia la puerta delantera derecha: estaba seguro que por allí bajaría,
andaba siempre con chofer: ajustó la mira. Segundos después, que le parecieron
eternos, Ludueña, salió del auto desenrollando su gran envergadura; Leandro
corrigió la mira, hasta ver que tenía su voluminosa cabeza en el centro de la
misma. Apretó suavemente la cola del disparador como acariciándola, y sintió
una diabólica alegría al ver que había hecho un blanco perfecto y la víctima
después de levantar sus brazos se había desplomado en la vereda. Su acompañante
se bajó pistola en mano, girando desorientado, sin saber de dónde venía el
ataque. Un nuevo disparo, dio con él también por tierra. Leandro, que ya había
husmeado la muerte no pudo resistir la tentación de “bajar” el otro “Jabalí”.
Todo pasó en contados segundos, sin dar tiempo a ninguna reacción. De la casa
salieron varios individuos armados, que iban y venían de un lado para otro.
Y se atrincheraron esperando un ataque
total.
Con
una pequeña linterna, ubicó los dos
casquillos utilizados, guardó todo en su bolsa de caza y se arrastro por
el techo hasta la parte posterior del edificio, por donde había subido.Bajó
ágilmente y corrió agachado hasta un quiosco de revistas situado a doscientos
metros, que había sido elegido por las características de su ubicación, como
refugio provisorio. Desde allí se comunicó por Handy con Manuel que lo esperaba
estacionado detrás de una arboleda situada a un kilometro de distancia.
─En
cinco minutos estoy con usted, patrón.
─De
acuerdo, tratá de pasar lo más disimuladamente posible: está alborotado el
avispero.
─No
se preocupe. Esté atento, le voy a hacer una señal de luces muy cortita.
Diez
minutos después, Leandro vio acercarse a marcha reducida una vieja camioneta.
Supo que era la suya, pero prefirió esperar la contraseña antes de dejarse ver.
Cuando no tuvo dudas corrió los metros que lo separaban, tiró su bolso en el
asiento trasero y saltó al lado de Manuel.
─Maté
a dos hombres─ dijo en voz baja, pero serena.
─Si
usted así lo decidió, sus razones tendría, patrón.
Leandro
no respondió y se mantuvieron en silencio hasta llegar a la estancia. Sabía que
Manuel no aprobaba, como buen criollo “de los de antes”, el matar a un hombre: sin
estar mirándolo a los ojos. Al llegar se despidieron con un apretón de manos,
en el cual se decía todo. Leonardo le entregó la bolsa con el rifle, la mira y
las municiones, para esconderlas en el lugar elegido por el capataz.
Al
otro día, al atardecer, llegó el comisario Rodríguez
─
¿Se enteró, Bertone?
─
¿De qué, comisario?
─Esta
madrugada mataron al mayor de los Ludueña, y a uno de sus hombres de mayor
confianza, Galíndez. El hecho fue en Villa María, Me parece que con esto, terminan
muchos de sus temores, ¿no es así?,
Bertone.
─Creería
que sí, comisario. Algo había escuchado de un tiroteo, pero no tenía ningún
detalle. ¿Qué pasó?
─No
hubo tiroteo, solo dos certeros balazos a larga distancia: sin duda un franco
tirador. Al “Gordo” se la tenía jurada mucha gente: asesinatos, dos bien
comprobados, robos a bancos, secuestros y parece que ahora andaba metido en el narcotráfico.
Hace tiempo que le veníamos siguiendo la pista y sabíamos donde se refugiaba.
Lo queríamos pescar con las manos en la masa, pero se nos adelantaron. En
Buenos Aires sabemos que tuvo un problema con Bermúdez Zaldívar “El colombiano”
que está tratando de pisar fuerte en el país. Pensamos que con el asesinato del
“Gordo” y uno de los hombres más cercano a él, están enviando un mensaje muy fuerte,
a los que están en el negocio
─
¿De dónde le tiraron?
─Por
la trayectoria de las balas, suponemos, que del techo de unas de las
construcciones de el frente, aproximadamente situada entre cien y ciento
cincuenta metros, muy probablemente del
supermercado. En el baldío que está al fondo del mismo se encontraron huellas
de borceguíes, dos de ellas más profundas, como las de alguien que hubiese saltado desde unos dos metros; es
decir bajando del techo. La pericia balística, va a ser importante para conocer
el tipo de arma utilizado. Con la muerte de los hermanos Ludueña y de Galindez
que era el brazo derecho de ellos, la banda queda desarticulada. Muchos van a
poder dormir más tranquilos, pero esta es la ley de la selva y me temo que va
desatar una guerra entre bandas. Otra cosa Bertone, digalé a su hijo que en estos días recibirá una nueva citación del
fiscal, por el problema que tuvo. Además si bien fue en legítima defensa, hay
un muerto y todo tiene que quedar bien claro, para evitar problemas posteriores.
─Quédese
tranquilo, Rodríguez, se lo diré
El
comisario se retiró, semblanteando a todos los presentes. Era perspicaz y ducho
en leer en los gestos y miradas de la gente.
─Manuel,
cometimos un severo error: no tuvimos en cuenta los borceguíes que usé, y quedaron pisadas. Sería fácil demostrar a que calzado
corresponden. Hay que hacerlos desaparecer.
─No
se preocupe. Yo me ocupo de ello.
Tres
días después, a la hora del mate, se acercó Andrés con cara de preocupado. Como
el capataz estaba con otros peones le pidió hablar a solas.
─
¿Qué pasa, “Ruso”?, te noto preocupado.
─Lo
estoy don Manuel. Tengo novedades, no muy buenas para darle.
Manuel
cambió la expresión de su cara. Encendió un cigarrillo y se sentó sobre unas
maderas apiladas..
─”Desembucha”,
muchacho que me has puesto inquieto─ dijo extendiendo el paquete de tabaco.
─Usted
sabe, don Manuel, que yo tengo condiciones de “rastriador”. Las tuve siempre,
desde chico y fue algo que me “intusiasmaba”, poder seguir el rastro de los
animales por la selva hasta su guarida. Los senderos hablan cuando se los sabe
mirar. Hace dos días que ando “husmeando” por el camino que une el casco con la ruta y ¿sabe una cosa?, le
puedo asegurar que el hijo del patrón mintió con la historia que contó de que
lo quisieron secuestrar: todo estaba armado.
─
¿Qué decís? ¡Tené cuidado con la boca, carajo!,¡Le estas llamando mentiroso al
Agustín!
─Mire,
Manuel, yo soy de poco hablar y usted lo sabe muy bien. Cuando digo algo es
porque estoy seguro; nunca me gustó andar palabreando al “cuete”. Si me va a
escuchar tranquilo sigo, y si no lo dejamos
así nomas.
─Seguí,
“Ruso” y espero que podás justificar lo que he escuchado.
Manuel
se había puesto muy nervioso. Conocía a Agustín desde que era un changuito y le
tenía cariño, inclusive le había enseñado a montar y muchos de los secretos de la vida del campo y en su
interior tenía el fuerte presentimiento que Andrés no le mentía ni exageraba.
─Lo
primero que comprobé, es que no es cierto que él se desvió antes del lugar en
que estaban los autos que lo esperaban. Fue derechito hacia ellos y tomo el
camino, por donde entra todo el mundo y se detuvo un ratito nomás. Allí están las
huellas de la camioneta y de otros dos autos. Agustín continuó a velocidad
normal y los otros coches lo seguían a corta distancia como si estuvieran
paseando: nunca intentaron pasarlo. Así anduvieron más de un kilometro. Cuando
faltaban unos quinientos metros para llegar al casco aceleraron de golpe y la
camioneta comenzó a andar en zigzag y los otros atrás, cerquita, manteniendo la
distancia, sin querer cortarle el camino. Todo está escrito en el suelo, don
Manuel y como ese día caía una “garuita”, quedó grabado en la tierra.
El
capataz escuchaba mirando fijamente al “Ruso”
a los ojos; tenía las manos entrelazadas, con los dedos fuertemente
apretados. Algunas gotas de sudor aparecieron en su frente. Permanecía en
silencio buceando dentro de sí mismo.
─
¿Qué pensás, vos de esto?
─Que
el chico los traía para que asaltaran la estancia. Sabía que no había nadie de
su familia aquí. Si mataban a alguno de los peones no le importaba un carajo y
después fingiría que lo apretaron para saber donde había plata y objetos de
valor. Con las armas del patrón, solamente, hay un buen botín.
─Creo
que tenés razón,”Ruso” ¿Estás seguro de lo que me has dicho, no es cierto?
─
Ya se lo dije. No me haga repetirlo.
─Ni
una palabra de esto a nadie, Andrés.
─Quedesé
tranquilo, jefe, no soy “refriau” y tengo muy sujeta la lengua.
Manuel
se quedó solo en el galpón, sin saber qué hacer con la brasa que tenía en las manos.
Pensó que lo más prudente por el momento era callar. Todavía no estaba
totalmente definido lo de don Leandro, que se había mandado dos tipos al
infierno y maliciaba que el comisario Rodríguez sospechaba algo. Era un tipo astuto
y con experiencia en su oficio, aunque el patrón no le iba a la zaga.
Recorrió
con Andrés el kilometro y medio que separaba la estancia de la ruta y comprobó
la veracidad de todo lo que el “Ruso” le había dicho. Se sintió muy mal. La
traición era algo que no entraba en su cabeza, pero esta, la de un hijo hacia
su propio padre, superaba toda su capacidad de comprensión. Hay que ser “mal
bicho” para hacer algo así.
Había
pasado más de un mes de los acontecimientos vividos y “el viejo” no aguantaba
más el entripado que llevaba adentro. Después de una mala noche en que no pudo
dormirse, porque se dio cuenta que él también estaba traicionando al patrón, al
no tomar ninguna medida, sabiendo lo que sabía.
Aprovechó
que don Leandro y el administrador estaban en Buenos Aires y decidió llamar a Agustín con la excusa de
comprar algunos insumos muy necesarios para los trabajos de la cosecha.
─Hola
Manuel, como está. ¿Me andaba necesitando?
─Sí,
muchacho. Vamos en la camioneta, que quiero mostrarte algunas cosas.
─Como
usted diga,don Contreras.
Anduvieron
un par de kilómetros en silencio. Agustín lo miraba de reojo, presumiendo lo
peor. Su boca se había secado y notaba un leve temblor en sus manos. Era
consciente de que se estaba delatando
─
Pará debajo de ese tala.
─
¿Qué vamos a hacer, Manuel?
─Necesito
hablar con vos, sin que nadie nos este “chusmeando”.
─
¿Pasa algo grave en la estancia?─dijo tratando de disimular su nerviosismo.
─¡Sabes
bien de lo que estoy hablando! ¿Por qué
le hiciste ese enorme macanazo a tu padre? ¿Por qué lo traicionaste? ¡Carajo!
Agustín
estaba pálido, con los ojos muy abiertos, pasándose la lengua por los labios
resecos. Con el descabezamiento de la banda, había estado hasta ese momento,
casi seguro de que nunca nadie se enteraría de su participación. Quiso
balbucear algunas palabras y Manuel lo cortó en seco.
─
¡No hables tartamudeando, ni pongás cara de mujer asustada! ¡Pórtate como un
macho o te doy un cachetazo aunque seas el hijo del patrón! ¡Para mandarse
cagadas grandes hay que tener lo guevos bien puestos!
─
Me vi obligado a hacerlo, Manuel, para que no me mataran. Me endeudé mucho con
el juego en el garito del “Gordo” Ludueña, además me tendieron una cama en un
asunto de drogas, en lo cual, yo no tenía nada que ver. Me tenían bien agarrado
de las bolas y cada vez la retorcían más. A cambio querían que yo les abriera
el camino para robar el casco. Saben que el viejo tiene cosas de valor además
de su colección de armas, que les interesaba muchísimo. Tuve que hacerlo,
Manuel te lo juro. De esa manera yo podía elegir el día en que no estuviera
nadie de la familia y evitar que mataran a mi hermana, a mi vieja, a cualquiera
que se cruzara. Son sanguinarios, les importa un carajo la vida de los demás,
cuando tienen matar, matan, sin que se les mueva un pelo. Por suerte ustedes
estaban preparados y lo liquidaron al “Mono” y alguien se lo “cargo” al “Gordo”
y a Galindez, que era el peor de todos; seguramente se debió a una guerra entre
bandas por el manejo de las drogas en
esta parte de la provincia. Ellos le tenían mucho temor a un “narco” al que
llaman “El colombiano”, que tiene su cuartel general en Buenos Aires y quiere
pisar fuerte en Córdoba.
Manuel,
lo escuchaba en silencio. Trataba de leer en el rostro de Agustín, la veracidad
de sus palabras, Mientras pensaba:Si
supiera este maula que el padre se jugó
la vida pa´sacarle las piedras del camino y encima si lo llegan a descubrir va
terminar preso.
─Mirá
Agustín, por más que “discursies” lo que hiciste es muy grave. Elegiste un día
que no estuvieran los de tu familia, para tenerlos salvo, pero si hubieran matado uno o dos “piones”,
no te hubiera importado, que son ellos al lado de los Bertone ¡Nadie!, si se
enferman o mueren, se reemplazan y aquí
no ha pasado nada.
─Sabe
que no es así. Que en esta estancia, todos hemos sido parte de una gran
familia.
─Cháchara,
pura cháchara, Agustín, a la hora de los bifes, siempre nos toca la carne del
garrón. Ahora decime que pensás hacer ¿Vas a andar con esta mancha colgada toda
la vida, sin poder mirar a tu padre a los ojos, sin sentir vergüenza?
─
No, Manuel, voy a hablar con el viejo, pronto, cuando considere que llegó el
momento. Se lo prometo. Téngame confianza.
─Mirá
muchacho, los criollos somos “desconfiao” por naturaleza. Así nos hizo el Tata
Dios, por lo que te andaré vigilando hasta que cumplás tu palabra.
─No
le fallaré, Manuel, se lo aseguro. Sé que esto me puede costar la separación
definitiva de mi padre. Usted lo conoce bien y sabe que es un hombre duro y no
tiene perdón fácil, pero como dijo recién: Para
hacer cagadas grandes hay que tener
los guevos bien puestos y debo demostrarme a mí mismo, que no soy una
mierda y puedo ponerle el pecho a lo que hago. Créame que me duele más lo que voy
a herir a mi viejo, que al resto de la familia. Quiero hacerle una pregunta, y
usted sabrá si me la puede responder: ¿Cómo supo que yo estaba metido en esto?
─Por
el trabajo de un “rastriador”, que se fijó en las “guellas” de los autos y la
camioneta, y supo donde habían parado y donde habían acelerado para hacer creer
lo de la persecución. Es un tipo que tiene ojos de águila. Es capaz de ver un
rastro en el aire, no se le escapa nada. Quedan muy pocos como él.
Manuel
consideró que lo que había que decir se había dicho y no era necesario más
palabrerío. En silencio emprendieron el regreso al casco y cada cual tomó su
camino.
Pasaron
dos semanas del encuentro entre el hijo del patrón con el capataz, cuando la
desgracia volvió a dejar caer su negro manto sobre “Los algarrobos”: viniendo
de Villa Dolores en un accidente, habían muerto Leandro Bertone y su
administrador, Julio Palacios. El auto había caído a un precipicio al ser
rozado por otro vehículo, que no se detuvo, en una curva del camino de las
Altas Cumbres.
La
policía tenía muchas dudas, sobre las causas del accidente y se manejaba la hipótesis de un asesinato, de
una venganza. Al parecer,según un informe en manos del fiscal, alguien había
visto a un individuo con las características físicas de Leandro Bertone,
descendiendo del techo del supermercado
la madrugada en que mataron al “Gordo” y a Galindez.. La pericia
balística determinaba que la munición utilizada correspondía a un rifle de caza
mayor, probablemente un Winchester 30-30
Fue
un golpe muy grande para la familia y los amigos. Bertone era muy querido y
respetado por todos. Muchos habían conocido de su solidaridad en tiempos difíciles;
de su mano siempre abierta y extendida para quien la necesitara.
Manuel
estaba muy mal. Él siempre presintió que la aventura del patrón no terminaría
bien. Hablo mucho con Agustín, quien había tomado la decisión de presentarse
con su abogado ante el fiscal que atendía la causa del ataque a la estancia y
contarle toda la verdad, sobre su participación en el mismo y aceptar las
consecuencias judiciales que esto tuviera. Lo hacía en honor a la memoria de su
padre, a la palabra empeñada y para recibir protección.
La
estancia estaría a cargo de Manuel hasta que se nombrara un nuevo
administrador, a quien secundaría.
Estaba
sentado en la galería de su casa en una noche cálida y luminosa, mirando el
cielo estrellado, acompañado por un vaso de vino y un cigarrillo entre sus
dedos. Repasaba todos los acontecimientos y las muertes que habían ocurrido en
los últimos meses y responsabilizó a Agustín de lo pasado, porque su inconducta
y falta de responsabilidad, fue la que desencadenó la tragedia. Nunca la
policía podría comprobar que don Leandro había sido el franco tirador que había
mandado a esos dos maulas al infierno,
porque solo él conocía el secreto y se lo llevaría a la tumba.
Pronto
se abriría la temporada de caza. Sin el patrón para él también se había
terminado el monte y los jabalíes. En la tensión que acompaña cada excursión de
caza, en el frio y el café compartidos, en las confidencias a las que invitaba
la espera, se había cimentado la amistad y el respeto mutuo. No podía haber
otro compañero igual. El lúgubre aullar de un perro lejano lo sacó de su abstracción
y le indicó que era hora de ir a
descansar, porque la vida continuaba y mañana sería pesado el día.