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lunes, 5 de marzo de 2012

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'via Blog this'EL ENIGMA DEL PERRO NEGRO


Una obra abandonada, hacía varios años, en el barrio de Alberdi, próxima al Club Belgrano y a la vieja Cervecería Córdoba. Se había construido la estructura hasta el segundo piso y luego la maleza lo fue cubriendo todo. En algunos rincones se veían altos de basura arrojadas por desaprensivos vecinos. Una de las entradas de la planta baja estaba cerrada por pedazos de chapa y cartón. Dentro del recinto, que así se formaba, sobre gruesos cartones de embalaje, había un mugriento colchón, una vieja y sucia manta raída que alguna vez fue de color azul, una silla desvencijada, un banco de plástico y tres cajones de madera de los que se usan en las verdulerías. Ese era el refugio de Benito Leiva: de profesión linyera.
Leiva hacía años que se las arreglaba con las sobras que le daban en los mercados, donde ya lo conocían y algunas monedas que recibía de manos piadosas. Deambulaba cubierto de harapos, larga melena enrulada y profusa barba; un viejo bolso en la mano y como buen vagabundo seguido por su perro como la sombra al cuerpo. Un can grande, flaco, de largas orejas, pelambre corta, totalmente negro y el ojo derecho desviado, marchaba siempre al lado de su amo. Nadie le conocía el nombre, porque lo llamaba: por gestos, chasquido de los dedos o un corto silbido. Vagabundo y perro eran una unidad.Compartían todo y no permitían que otros canes callejeros se acercaran. Así andaban de la mañana al atardecer en que regresaban a su tapera.
Una madrugada, los vecinos se despertaron alarmados, por el fuerte olor a quemado y la densa humareda que provenía del refugio de Leiva. Les llamó la atención que el perro no ladrara. El fuego aumentó de intensidad porque comenzaron a arder los montones de basura, maderas y cartones acumulados. Al llegar los bomberos, la casucha ardía por los cuatro costados. Cuando dominaron el incendio y pudieron entrar se dieron con el macabro espectáculo de un cuerpo humano carbonizado en medio de chapas retorcidas y paredes ennegrecidas. En un hueco que había en el piso de tierra (que por eso se salvó de las llamas) encontraron una caja de lata con algunos efectos personales del occiso: un viejo reloj, una cruz de plata con su respectiva cadenita, un cortaplumas y un carnet de afiliado al gremio de los albañiles, en el que seguramente alguna vez trabajó. Cuando retiraban los restos, del morador los vecinos y curiosos que se habían congregado, preguntaron por el perro: «Adentro no había ningún perro ni vivo ni muerto» respondió el bombero: «A lo mejor se asustó y huyó o andaba detrás de una perra en celo, se salvó el pobre negro, pobrecito, cuando regrese y no encuentre a su dueño» opinó una vecina.
Para la policía el caso era muy claro, un linyera más, que se duerme alcoholizado, con un cigarrillo en la mano o se cae sobre el colchón la vela con que se alumbra: caso cerrado
Y el negro… regresó. Al atardecer ya estaba de vuelta, a la hora en que solía hacerlo con su dueño. Olfateo la muerte y la tragedia. No pudo entrar, porque la policía había cerrado todo. Sus aullidos de dolor se escucharon durante casi toda la noche. A la mañana se fue, con la cola entre las patas y las orejas caídas, tomando su rumbo diario.
Apareció en la zona del Mercado Norte, donde llegaba toda la mañana con Benito a buscar comida y limosnas. Recorría las veredas del mercado con los ojos bien abiertos, las orejas tiesas y la lengua afuera, olfateando, a todo aquel que le parecía podía ser su amo. Muchos lo conocían eran años de verlo todas las mañanas, basureando con su dueño.
Un día después, todos sabían el trágico destino del linyera y les apenaba ver al perro negro, del cual nadie sabía el nombre: esperando y buscando.
Así pasaron varios días y el animal seguía perseverante en su instinto de fidelidad, sin cesar en su búsqueda. Casi no probaba lo que le daban los puesteros, compadecidos de su sufrimiento: estaba flaco y triste.
Una mañana hubo un cambio. El perro negro estaba recostado sobre una de las paredes del mercado y por su lado pasó un hombre de mediana edad, vestido con ropas de obrero y un bolso en la mano. El perro se levantó moviendo la cola como si hubiera despertado de un sueño saltándole sobre las piernas y olfateándolo. El desconocido le hizo un cariño como al pasar mientras caminaba con prisa el “negro” lo siguió varias cuadras hasta que el sujeto lo amenazó para que se fuera.
Esto no pasó desapercibido para un puestero al cual el episodio lo dejó pensativo ¿A quien vio el perro? El que pasó por la vereda no era un linyera, ni se podía pensar en un amigo. Esta gente en su inmensa mayoría solo hacen amistad con los de su clase. Nadie de vida normal puede tolerarlos.
Ignacio, decidió vigilar al animal, para ver si se repetía el episodio. Dos días después, se reiteró la actitud del perro con la misma persona. Dejó el puesto en manos de su empleado y siguió al “sospechoso”. Por momentos se sentía ridículo haciendo el papel de detective. El individuo ingresó a una vieja casa unas tres cuadras del mercado. Sin duda vivía allí, porque abrió la puerta con una llave que sacó del bolsillo de una vieja campera de jean.
Ignacio estaba muy intrigado. Era un amante de los perros y sabía muy bien, que todo lo que hacían tenía un porqué. Jamás se equivocaban. Esa noche le costó conciliar el sueño. Tomó la decisión de hablar al otro día con un cliente suyo, el comisario Herrera, aún a riesgo de hacer un papelón.
Cuando terminó su relato comprobó para su satisfacción que el comisario no se reía.
─Su observación no es para reírse, Ignacio, y lo felicito por su sagacidad. Coincido con usted en que los perros muy raramente se equivocan. Voy a pedir toda la información que haya sobre el caso. El tema no va ser fácil dado que murió totalmente quemado, nadie reclamó el cadáver y fue sepultado en una fosa común para indigentes, pero vamos a comenzar una investigación, que incluirá al sujeto que usted siguió. Siga observando, lo mantendré informado.
─Gracias, comisario. Créame que temí hacer el ridículo.
Investigaciones Criminales, tomó cartas en el asunto. El transeúnte sospechado trabajaba en un taller mecánico, estaba libre de antecedentes y vivía en el domicilio señalado. El lugar era una especie de conventillo, habitado por hombres solos o alguna pareja sin hijos. La policía conocía el lugar, pero hacía tiempo que no hacía un allanamiento. La mayoría de sus ocupantes eran extranjeros indocumentados. Se consiguió una orden judicial: la policía entró con el perro. La redada fue efectiva: se detuvieron dos personas con pedido de captura, se incautaron electrónica y electrodomésticos que no podían probar su compra y dos pistolas calibre 22. El perro fue directamente a una pieza que estaba desocupada donde comenzó al olfatear por todos lados. La gente lo reconoció de inmediato: se llamaba “Tony” y su dueño era quien vivía en ese cuarto y al cual hacía varios días que no veían. Los otros inquilinos habían notado que este quería deshacerse del perro, porque muchas veces no lo dejaba entrar. Nadie en la casa tenía interés de hacerse cargo del animal por lo que lo echaron y el pobre, al quedar sin dueño, comenzó a vagabundear por las alrededores del mercado.
El oficial a cargo del procedimiento estaba satisfecho con el resultado del mismo, pero ¿qué tenía que ver el perro del vagabundo en todo esto? ¿Sería otro perro? Los puesteros que conocían al linyera y a su compañero desde hacía años, aseguraban de que a pesar de haber muchos canes iguales, ese era el animal de Benito Leiva.
Dos días después, Ignacio y otros dos comerciantes del mercado estaban en la oficina del comisario Herrera en la Jefatura de Policía.
─Señores este caso, que Ignacio me trajo como una inquietud y con un poco de vergüenza, se pone cada día más interesante y nos obliga a profundizar la investigación, de un suceso que se había dado por cerrado. Yo lo he denominado: “El enigma del perro negro” Si el que ustedes ven, todas las mañanas, es otro animal, como parece ser, que coincidencia que se presentara al otro día de morir el linyera en el lugar justo y a la hora en que este venía todos los días. Los hechos fortuitos ocurren, sin duda, pero en una investigación de cualquier tipo, debe ser en lo último en que debemos pensar. Hemos logrado la autorización de la fiscalía para exhumar el cadáver. Veremos en que nos puede ayudar el forense. Ustedes se preguntaran, que tiene que ver el muerto con el perro, tal vez mucho. Son líneas de investigación.
“Tony”, fue trasladado a la Sección Canes de la policía, para tenerlo a mano que y no fuera a desaparecer, hasta la aclaración del hecho (en el cuarto del inquilinato se había encontrado, muy bien oculto, medio kilo de cocaína, por lo cual se había librado una orden de captura para su morador).
Se decidió buscar un perro parecido en los alrededores donde había tenido su refugio el linyera, preguntando a los vecinos y observando los canes del sector, que eran muchos. Al cabo de tres días vieron unos chicos jugando en la costanera del Río Suquía frente a la Isla de los Patos con un perro con las características del que buscaban. Interrogaron a los niños quienes le dijeron que era el perro del vagabundo que había muerto y que como andaba solo y triste ellos lo adoptaron para cuidarlo, aclarando, asustados: “Que para nada había sido robado”. ¡Al fin habían dado con el animal buscado! Los policías tuvieron que prometer y jurar que en un par de días lo devolverían para tranquilizar a la “porretada”, y hablar con el padre de uno de ellos que observaba la escena.
Lo llevaron al comisario Herrera, con bozal y correaje. Como buen hijo de la calle, era bravo. El parecido era asombroso, pero había un detalle, primordial: este tenía desviado el ojo derecho, “Tony” el izquierdo: una parte del enigma se había resuelto.
Los investigadores lograron ubicar un hermano de Benito en La Rioja que no sabía nada de él desde hacía muchos años y al cual convencieron de permitir extraer material para prueba de ADN a fin de cotejar con el obtenido del cadáver.
El resultado no causo demasiado asombro a la gente de Investigaciones Criminales: el muerto, no era el muerto esperado. Se estaba en presencia de un asesinato ¿Quién podía haber estado con Benito esa noche? Únicamente otro linyera, sin duda. Se interrogó a la mayoría de los vagabundos de la ciudad hasta que se obtuvo el dato que a un sujeto de la “cofradía de la calle”, el “Turco” Pedro, no lo veían aproximadamente desde la fecha en que se enteraron que había muerto Benito. Era muy probable que el cadáver le perteneciera. Causa del asesinato podían ser muchas: venganza, alcoholización violenta, robo de algunos pesos u objeto de cierto valor, homosexualidad y varios motivos más.
La causa seguía abierta y otro prófugo a capturar.
El enigma del perro negro se había develado gracias al interés y capacidad de observación de un comerciante del Mercado Norte que había permitido identificar a un narcotraficante no fichado y un asesinato no sospechado.
“Me gustaría tenerlo trabajando conmigo es muy sagaz” solía decir el comisario Herrera con una sonrisa, cuando se refería a Ignacio.