EL
LIBRO
M
|
e
encontró. Lo encontré… Nos encontramos. No lo sé.
Estaba allí, en un estante de vieja madera ya
curvada por los años y la humedad del vetusto local de libros usados, de aquellos libros que a pesar de ser grandes obras de la literatura universal ya no se editan. No es redituable comercialmente hacerlo.
Dentro del amplio salón la iluminación era un
tanto deficiente, más aún para mí que
cada vez tengo mayores problemas con la vista. Es muy cierto el viejo
refrán que dice que “los años no vienen solos”.
Cuando lo vi me dio un vuelco el corazón.
Hacía tiempo que lo buscaba sin conseguirlo. Lo había leído de muy joven y
quería experimentar el placer (como me ha ocurrido con otras novelas) de
releerlo a la luz de la experiencia de vida que nos dan los años.
Cuando tendí la mano, para tomarlo tuve la
sensación de escuchar: al fin llegaste, aquí estoy (sin duda tengo en mi mente demasiadas fantasias).Estaba bien
conservado: tapas duras y lomo de cuerina en el cual se leía en letras doradas:
Arco de Triunfo y el nombre de su célebre
autor: Erich maría Remarque.
Pasaron por mi mente pantallazos de sus
principales personajes y lugares del París
de 1938 donde se desarrolla la historia: Jeanne Madou, el Dr.Ravic, el viejo portero ruso del cabaret
Sherazade, el Hotel Internacional con su heterogénea población de refugiados del
nazismo, del comunismo de Stalin y la España de Franco; parias de la Europa
despótica y homicida, ateridos de: hambre, frio y miedo.
Lo abrí. Sus hojas, de papel más grueso del
que se usa actualmente, tenían el color amarillento propio del paso del tiempo.
Durante mis años de estudiante de medicina,
en la Universidad Nacional de Córdoba, tuve la suerte de cursar mi carrera bajo
la invalorable conducción de grandes profesores, la mayoría de ellos de
renombre internacional, y por los cuales guardo un gran afecto y
reconocimiento, por lo aprendido, por lo recibido cuando era un joven que buscaba referentes… por haber ellos despertado en mí,
el íntimo deseo de querer imitarlos.
Comencé a hojearlo, a disfrutar de su olor de
libro viejo, ese olor a desván y olvido, cuando en la segunda página encontré
una enorme e impensada sorpresa: el libro había pertenecido a uno de mis más
recordados maestros y en elegante caligrafía se leía claramente: al amigo Dr. Ricardo Podio muy cordialmente,
marzo de 1948. La firma,( como la mayoría de ellas), era ilegible.
Sentí una intensa emoción. El Dr. Ricardo
Podio había sido uno de mis profesores más admirado, por su trayectoria
científica y docente. Había fallecido a los 58 años, cuando todavía tenía mucho
para dar a la cardiología argentina en general y a sus discípulos en particular, y yo estaba en posesión de un libro que le había pertenecido y que seguramente
había disfrutado con su lectura en sus ratos de ocio.
Pregunté si conocía su procedencia: de donde
había llegado, quien lo vendió. Me respondió que no tenía idea. Que ese negocio
era de compra y venta de libros, que a veces se adquirían por kilogramos; frase
que me dolió, porque siento un enorme respeto por los libros y no puedo
entender que se los pueda comercializar como a una bosa de papas o cebollas.
Creo que hay libreros y vendedores de libros. En Madrid tuve una experiencia
totalmente distinta. Cada local de libros usados, situados generalmente en
callejuelas, angostas y empedradas, que trasladan a quien las transita, por lo
menos un siglo atrás. Entrar en ellas, era introducirse subrepticiamente, en un
pequeño templo de cultura, donde reinaba el señor libro y el librero era su
edecán, que mostraba con orgullo lo que atesoraba en sus estantes; allí, donde era
imposible no evocar a Blasco Ibáñez, Pérez Galdós, Antonio Machado, Victor
Hugo, Thomas Mann y tantos otros grandes de la literatura española y universal
Lo pensé muchas veces. Medité profundamente
mientras lo leía, en buscar a los familiares del profesor Podio. Hablarles de
mi hallazgo y entregárselos, pero deseche la idea, por más honesta y honorable
que la misma pareciera. El destino quería que el libro fuera mío. Que pasara de
un médico a otro,del gran profesor a un discípulo muy probablemente desconocido
para él.
Me regocije con su lectura. Volví a soñar con sus personajes y el viejo París de la pre guerra. Ahora ocupa un lugar de privilegio en mi biblioteca.
Me regocije con su lectura. Volví a soñar con sus personajes y el viejo París de la pre guerra. Ahora ocupa un lugar de privilegio en mi biblioteca.