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martes, 6 de octubre de 2015

EL LIBRO


M
e encontró. Lo encontré… Nos encontramos. No lo sé.
Estaba allí, en un estante de vieja madera ya curvada por los años y la humedad del vetusto local de libros usados, de aquellos libros que a pesar de ser grandes obras de la literatura  universal ya no se editan. No es redituable comercialmente hacerlo.
Dentro del amplio salón la iluminación era un tanto deficiente, más aún para mí que  cada vez tengo mayores problemas con la vista. Es muy cierto el viejo refrán que dice que “los años no vienen solos”.
Cuando lo vi me dio un vuelco el corazón. Hacía tiempo que lo buscaba sin conseguirlo. Lo había leído de muy joven y quería experimentar el placer (como me ha ocurrido con otras novelas) de releerlo a la luz de la experiencia de vida que nos dan los años.
Cuando tendí la mano, para tomarlo tuve la sensación de escuchar: al fin llegaste, aquí estoy (sin duda tengo en mi mente demasiadas fantasias).Estaba bien conservado: tapas duras y lomo de cuerina en el cual se leía en letras doradas: Arco de Triunfo y el nombre de su célebre autor: Erich maría Remarque.
Pasaron por mi mente pantallazos de sus principales personajes y lugares del París  de 1938 donde se desarrolla la historia: Jeanne Madou, el Dr.Ravic, el viejo portero ruso del cabaret Sherazade, el Hotel Internacional  con su heterogénea población de refugiados del nazismo, del comunismo de Stalin y la España de Franco; parias de la Europa despótica y homicida, ateridos de: hambre, frio y miedo.
Lo abrí. Sus hojas, de papel más grueso del que se usa actualmente, tenían el color amarillento propio del paso del tiempo.
Durante mis años de estudiante de medicina, en la Universidad Nacional de Córdoba, tuve la suerte de cursar mi carrera bajo la invalorable conducción de grandes profesores, la mayoría de ellos de renombre internacional, y por los cuales guardo un gran afecto y reconocimiento, por lo aprendido, por lo recibido  cuando era un joven que buscaba  referentes… por haber ellos despertado en mí, el íntimo deseo de querer imitarlos.
Comencé a hojearlo, a disfrutar de su olor de libro viejo, ese olor a desván y olvido, cuando en la segunda página encontré una enorme e impensada sorpresa: el libro había pertenecido a uno de mis más recordados maestros y en elegante caligrafía se leía claramente: al amigo Dr. Ricardo Podio muy cordialmente, marzo de 1948. La firma,( como la mayoría de ellas), era ilegible.
Sentí una intensa emoción. El Dr. Ricardo Podio había sido uno de mis profesores más admirado, por su trayectoria científica y docente. Había fallecido a los 58 años, cuando todavía tenía mucho para dar a la cardiología argentina en general y a sus discípulos en particular, y yo estaba en posesión de un libro que le había pertenecido y que seguramente había disfrutado con su lectura en sus ratos de ocio.
Pregunté si conocía su procedencia: de donde había llegado, quien lo vendió. Me respondió que no tenía idea. Que ese negocio era de compra y venta de libros, que a veces se adquirían por kilogramos; frase que me dolió, porque siento un enorme respeto por los libros y no puedo entender que se los pueda comercializar como a una bosa de papas o cebollas. Creo que hay libreros y vendedores de libros. En Madrid tuve una experiencia totalmente distinta. Cada local de libros usados, situados generalmente en callejuelas, angostas y empedradas, que trasladan a quien las transita, por lo menos un siglo atrás. Entrar en ellas, era introducirse subrepticiamente, en un pequeño templo de cultura, donde reinaba el señor libro y el librero era su edecán, que mostraba con orgullo lo que atesoraba en sus estantes; allí, donde era imposible no evocar a Blasco Ibáñez, Pérez Galdós, Antonio Machado, Victor Hugo, Thomas Mann y tantos otros grandes de la literatura española y universal
Lo pensé muchas veces. Medité profundamente mientras lo leía, en buscar a los familiares del profesor Podio. Hablarles de mi hallazgo y entregárselos, pero deseche la idea, por más honesta y honorable que la misma pareciera. El destino quería que el libro fuera mío. Que pasara de un médico a otro,del gran profesor a un discípulo muy probablemente desconocido para él.
 Me regocije con su lectura. Volví a soñar con sus personajes y el viejo París de la pre guerra. Ahora ocupa un lugar de privilegio en mi biblioteca.



domingo, 23 de agosto de 2015

OCTAVIO GUIDO MOYA

(un personaje inolvidable)




Conocí a Guido hace muchos años (ya ni vale la pena pensar cuantos).Fue una noche de bohemia tanguera, en ese hermoso boliche “ Simplemente Tango “, que tenían Miguel Baccola, y Hugo La Valva, en la calle Avellaneda entre Humberto Primo y La Rioja, a metros del puente. Fuimos presentados por  un señor de la vida y de la noche : el Dr. Abraham Obeide, el “Negro Obeide” para sus amigos del dos por cuatro.
                                   Confieso que a partir de ese primer encuentro, en que compartimos la mesa, conversando e intercambiando opiniones sobre la obra literaria y poética de Enrique Cadicamo, se estableció una corriente de simpatía y afecto, que perduró y se acrecentó hasta el desgraciado día de su fallecimiento: el  9 de Mayo del año 2003.
                                 Llegue a conocerlo profundamente ya que lo visitaba con asiduidad en su departamento de la calle Tampa, en Villa Cabrera, y sin lugar a dudas, no solo disfrute de su amistad, si no que además me enriquecí con la misma. Guido Moya fue uno de los hombres más cultos que he conocido.Lector apasionado, gozaba de una memoria prodigiosa a pesar de sus años. Era poseedor de sólidos y fundados conocimientos, no solamente sobre el tango, que era su gran pasión, si no también muy versado en : música clásica , jazz, literatura argentina, literatura española, literatura francesa, cine europeo en general, y en particular de la cinematografía francesa e italiana.Enamorado de la poesía, era también un excelente poeta, que dominaba con soltura el soneto, tanto en lengua castellana, como en ese otro.....casi idioma (porteño y tanguero por excelencia) que es el lunfardo.Escribió varios poemas de estas características, metafóricas lenguisticas, y métricas, y así podemos citar a algunos de ellos : “ Al Dr. Abraham Obeide”, “Brindis”, “ Lirismo ( pal polaco)” “A Don Osvaldo” y otros, que no tengo, o no recuerdo. Asimismo publico dos libros: “ Tangos que yo quiero “, recopilación de más de cien de las mejores letras del acervo tanguero, y “ Cien  sonetos lunfardescos” una antología con lo más distinguido de la poesía  de ese género literario,que  fue publicado por la Academia Porteña del Lunfardo.
                                 Vivía solo desde hacía muchos años, pero no le molestaba su soledad física, tenía una enorme vida interior, que suplía otras ausencias. Rendía culto a la comunicación epistolar, recibía, y respondía muchas cartas , a la mayoría de ellas de puño y letra, “ la lapicera en la mano es la continuación del corazón” le gustaba decir “ no me vengan a mí con cartas por computadora” .
                                 Su amigo entrañable, fue indudablemente ese grandulon de corazón de oro y alma de niño, que se llamó Agustín Cortez, el inefable Coquito Cortez, con quien se trenzaba en largas discusiones deportivas, políticas y filosóficas. Su muerte lo afecto profundamente, Guido no volvió a ser el mismo,  lo recordaba constantemente, siempre el Coco estaba presente en su conversación, sin dudas le dejo un vacío muy grande, y antes de un año de la partida del amigo irremplazable, lo siguió por el mismo derrotero.
                                 Siempre estaba muy informado de lo que ocurría en el país, y en el mundo. Leía Clarín de Lunes a Sábado y los Domingos, religiosamente La Nación.Era un analista crítico y profundo, verdaderamente preocupado por nuestra  realidad y futuro, fundamentalmente en lo referido a la educación y la cultura.
                                 Viajaba con frecuencia a Buenos Aires, donde se reunía con la elite de la bohemia porteña: Horacio Ferrer, José Gobello ( a quien lo unía una larga y sincera amistad), y Orlando Punzi, entre otros. De allí  volvía espiritualmente renovado,lleno de proyectos de trabajos y estudio. Meses antes de enfermar grave, y definitivamente recibió una medalla de la Academia Porteña del Lunfardo, en un acto donde la misma premió a sus miembros mas distinguidos. Estaba muy orgulloso de ella.
                                 Guido era, y fue toda su vida, un autodidacta, que desde muy joven se trazó un camino que recorrió con sacrificio, tesón y talento, y así a través de años, logró conformar una selecta biblioteca, con obras en poesía y prosa de aquellos escritores que marcaron hitos en la literatura de todos los tiempos, desde Cervantes a Stefan Sweig, Sabato, Borges y García Márquez, por nombrar a algunos.Su discoteca referida, a lo que ya anteriormente había expresado fue la pasión de su vida: el tango, era envidiable, fundamentada en su colección de viejos long play y casetes, que los tenía por decenas.Lo que se quería escuchar allí estaba, nunca le pedí algo, que no lo tuviera, realmente llegó a sorprenderme.En esos empolvados estantes de gastada madera, que alguna vez estuvo lustrada, descansaban en perfecto orden, joyas del tango.
                                 Miembro Titular de la Academia Nacional del Tango filial Córdoba desde su fundación, ocupó diversos cargos en su Comisión Directiva, aportando a la misma, sus conocimientos, su pasión, y su entrega al trabajo serio y responsable, que no sabía de claudicaciones.
                                 Partió..... Cuando todavía tenía mucho para dar.Murió, como vivió, como muere un hombre, sabiendo de antemano , que “contra el destino nadie la talla”.Hoy , creo estará al  lado de : Gardel ,Troilo , Goyeneche , y otros tantos, con su mal humor y bonomía, característicos. Guido viejo amigo, los que bien te conocimos, jamás olvidaremos, tu cariño (siempre disimulado), tus enseñanzas, tus consejos, tus frecuentes rabietas, (por cualquier cosa ) tu vivir y morir de pie, mirando de frente, con los ojos bien abiertos y el rostro ceñudo, a la adversidad.



                                                                                              Carlos J. Alfonso


Escrito para la revista de la filial Córdoba de la Academia Nacional del Tango




sábado, 22 de agosto de 2015

                                      EL ECLIPSE


L
eía con interés en un periódico, el descubrimiento de una nueva galaxia, situada a miles de años luz de nuestro Sistema Solar.Me quede unos instantes meditando sobre el fantástico avance de la ciencia y la técnica, y también sobre la extraordinaria maravilla del universo .En pocos minutos se habían concatenado en mi mente una serie de recuerdos, y mi memoria me trasladó a un tiempo muy distante al de mi realidad actual.
Tenía 8 años aproximadamente, y mi vida trascurría como la de la mayor parte de los niños de esa época:severa disciplina en el hogar y en la escuela.Las palabras de mamá, y más aún las de papá eran sagradas, no se discutían . Se comía lo que se ponía en la mesa, sin protestar ni hacer mala cara.Nos levantábamos de  la misma después de nuestros padres ¡jamás antes!,salvo una necesidad imperiosa, qué generalmente tenía la excusa de ser fisiológica.Nunca nos íbamos a dormir sin pedir la bendición a nuestros padres y a cuanta persona mayor estuviera presente.
Era la época de la pelota, las bolitas, el trompo, el balero, las figuritas, de Tarzán a las 6 de la tarde, que escuchábamos absortos, con el oído muy cerca de la radio, para no perder detalle de las aventuras en la selva, que ponían alas a nuestra imaginación, ante la necesidad de tener que “ver”: los animales salvajes, las tribus indígenas, los senderos de la jungla donde se presentía el peligro, y sobre todo a nuestro héroe, salir siempre triunfante.Para él, no existía obstáculo insalvable
Por las noches, durante la cena, sobre todo en invierno la radio continuaba siendo el entretenimiento de toda la familia: música, novela,noticias,deportes.Todo nos lo brindaba nuestro receptor, que ocupaba un lugar de privilegio en la casa.
El respeto a las maestras y a todo el personal que trabajaba en la escuela era total.Cualquier falta de conducta era castigada con severidad,tanto en el colegio como en el hogar.Otros tiempos, sin duda otros tiempos, donde cada cual ocupaba su lugar y no invadía territorios ajenos, preservando el orden que debe regir en toda sociedad civilizada,
Los niños éramos muy ingenuos.Tardábamos unos cuantos años en enterarnos de que los Reyes Magos eran nuestros padres y que por ello muchos de los pedidos que hacíamos a través de inocentes cartitas no se concretaban jamás.Y ni hablar de los nacimientos: a los chicos los traía la cigüeña desde París y punto.Mito que se mantenía hasta que algún amigo o primo más grande, nos contaba la tremenda verdad, que nos costaba digerir y nos llenaba de curiosidad sobre todo aquello relativo al sexo.Comenzábamos a descubrirnos nosotros, y a interesarnos en la niñas.
Los fenómenos climáticos, como las grandes tormentas nos causaban miedo. Ni hablar de los astronómicos, que como en la actualidad, se daban cada muchos años y sobre los cuales el común de la gente tenía poca o ninguna información.
Yo tenía una imaginación frondosa y una mente llena de fantasías, que me daban la lectura(siempre fui apasionado lector) la radio y el cine al cual concurríamos casi todos los domingos a ver los “episodios”siempre y cuando el comportamiento en la semana hubiera sido el adecuado.Mi pensamiento creaba cosas y hechos con tal fuerza, que los tomaba por reales y los trasmitía con tanta convicción a mis amigos, que ellos también terminaban por creerlos.
Un buen día nos dijeron en la escuela que muy pronto seríamos testigos de un prodigio de la naturaleza que en muy raras ocasiones podía observarse: un eclipse total de sol.Nos ilustraron con esquemas en el pizarrón (muy bien hechos por la Sta. Álvarez) y algunas láminas de color,de cómo la luna se interpondría entre el sol y la tierra durante algunos minutos y el cielo se oscurecería en ese lapso de tiempo  como si fuera el anochecer, a pesar de que estaríamos en plena mañana.Nos dijeron y repitieron que el día del eclipse teníamos que llevar un trozo de vidrio de color oscuro, como el de las botellas de cerveza, para poder observar el fenómeno sin dañar nuestros ojos.
Debo confesar de que a pesar de mi espíritu curioso, la noticia me causó desasosiego.¿No sería el fin del mundo, como había leído en algunas historietas?.¿O como había dicho el cura que alguna vez sucedería antes de la nueva llegada de Cristo a la tierra?.Tenía muchas dudas y muchos temores.En mi casa no me aclararon más de lo que ya me habían dicho en la escuela y no quería peguntar demasiado para no demostrar temor.Mi tan mentada imaginación se puso en marcha y ya era imposible detenerla.Unos días después del anuncio, ya no me cabían dudas: había llegado el fin para todos lo seres vivientes.Estaba triste e inapetente.Todo había dejado de interesarme, hasta que una luz de esperanza comenzó a nacer en mi interior: ¿ y si el eclipse no se producía?.¿Si Dios cambiaba las cosas? ¿Acaso  no era poseedor del poder supremo y amaba a sus hijos, y a todas las criaturas por El creadas, como nos decían en la iglesia?.Ante este pensamiento, que me pareció bastante lógico, noté que mi animo mejoraba y volvía el apetito, la sonrisa y el deseo de jugar.Así transcurrió aproximadamente una semana, hasta que llegó el momento esperado y temido:mañana sería el eclipse.Esa noche me costo mucho conciliar el sueño.Recé todas las oraciones que había aprendido.Mi cabeza bullía llena de pensamientos unos más catastróficos que otros.Por fin el cansancio me venció y me quede dormido.Al otro día mi hermana me  despertó a la hora acostumbrada para ir a la escuela.Mi madre estaba enferma y guardaba cama.Durante el desayuno pude notar que ella (varios años mayor que yo) estaba muy tranquila, y cuando le mencioné el tema del eclipse no le dio mayor trascendencia, excepto la curiosidad que el mismo le despertaba.Esta actitud ayudó a sosegar mi espíritu atormentado.Cuando fui a saludar a mi madre, pensé en hacer algunas preguntas al respecto, pero comprobé que estaba dormida.Sabía que había pasado una mala noche y no me atreví a despertarla.
En el colegio todo era diferente a los día habituales de clases.No se hablaba de otra cosa más que del eclipse, y se percibía en el ambiente, la ansiedad que el mismo causaba.Cada maestra verificaba que los niños hubiesen llevado el trozo de vidrio de color solicitado para poder observar el fenómeno astronómico, sin el cual no se podía hacerlo.Al promediar la mañana de un hermoso y soleado día salimos al patio. Todos los ojos miraban hacia el firmamento.Las maestras pasaban revista, cual sargento en parada militar, de que todos tuviésemos el  famoso vidrio en nuestras manos.En el cielo se podía ver como la luna se iba acercando al sol.El miedo comenzó  invadirme hasta convertirse en pánico.Ya nada podría salvarnos de la catástrofe final.Dios no me había escuchado.Sigilosamente, tratando de mover mis piernas que estaban envaradas,fui retrocediendo hacia la salida del colegio.Nadie se dió cuenta,todos estaban absortos mirando la luna que avanzaba lentamente e  iba cubriendo parte del sol.Ni pensé en recoger mis útiles escolares del aula.Cuando llegué a la puerta, no vacilé.Corrí, corrí hacia mi casa( que distaba a 5 cuadras ) con todas las fuerzas que me permitía mi esmirriada humanidad.En el trayecto vi que aparecían algunas estrellas en el cielo que minutos antes lucía con un sol brillante...y mi terror ya no tuvo límites.Unos perros callejeros que estaban reunidos en una esquina, al verme correr me siguieron ladrándome.No me preocupe, ya nada podía aumentar mi temor,  y además, dentro de algunos instantes, ellos también desaparecerían.Llegué a mi casa como una saeta.Quería morir a lado de mi madre.Entré raudamente y me dirigí a su dormitorio( en esos tiempos, durante el día la puerta de calle no se cerraba con llave ni pasadores).Mi madre me miró asombrada.No sabía lo que me pasaba.Con el guardapolvo puesto y sin quitarme los zapatos, me introduje en su cama y me abrace a ella¡Mamá el mundo se acaba! Grité, y quiero morir a tu lado.Con todo el amor y la ternura que solo puede dar una madre,me besó y acarició mi frente perlada de sudor.Me hizo ver que ya nuevamente el día estaba claro y el cielo soleado,que los pájaros habían vuelto a cantar, que todo seguía su camino... y que estábamos juntos.

Media hora después Teresa, mi siempre recordada Teresa; la portera de la escuela:gorda morena,con grandes trenzas que rodeaban su cabeza como una corona y dueña de un enorme corazón, lleno de amor para sus niños, estaba en casa preguntando por mí. Mamá le envió a decir,que se quedara tranquila,que me había sentido descompuesto y por eso había regresado a casa sin avisar, lo cual sin duda constituía una falta severa; que mañana mi padre daría las explicaciones correspondientes a la Sra. Directora, y yo estaría ocupando nuevamente mi lugar en el aula.