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miércoles, 22 de agosto de 2012

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LA NOCHE DEL CUERVO


S
e sintió incómodo mientras viajaba. Tenía la sensación de ser observado. Recorrió con su vista lo mejor que pudo, desde su asiento, a la gente transportada en el ómnibus, que llevaba pocos pasajeros a esa hora. No alcanzó a distinguir ningún conocido, ni tampoco a nadie que lo estuviera mirando.
 Daniel vivía en uno de los nuevos barrios del Gran Córdoba, que teóricamente ofrecían una vida más tranquila y menos contaminación ambiental que la caótica capital, en la cual cada día, se hacía  más difícil permanecer.
Prefería trasladarse a su trabajo en ómnibus y dejar el auto a Susana, su esposa, para que ella se movilizara con los chicos.
 Descendía a tres cuadras de su casa, lo que le permitía disfrutar de las calles tranquilas y arboladas, inspirando profundo el aire libre de smog.
Su trabajo como técnico  en una empresa informática lo satisfacía, y junto a la familia que había formado, su espíritu se había serenado y comenzaba a transitar un camino de placidez, que había disipado, en parte, las sombras de una adolescencia traumática que no deseaba recordar.
Tres días después de aquel inexplicable episodio de intranquilidad en el ómnibus, bajó en la parada habitual más tarde de lo acostumbrado. Eran casi las diez de la noche. Afortunadamente  el trabajo en la empresa iba en aumento y su tarea era de mucha responsabilidad. De su desempeño dependía su trayectoria en la firma y estaba dispuesto a escalar posiciones
Caminó de prisa. La noche estaba fría y Susana lo esperaba con la cena lista. Los chicos a esa hora seguramente estarían durmiendo. Tuvo nuevamente la extraña sensación de ser observado, como había ocurrido días atras.Giró la cabeza pero no completó el movimiento, un dolor terebrante acompañado de intenso ardor le atravesó el costado izquierdo del tórax. No podía respirar; su boca se llenó de sangre. Antes de caer pudo alcanzar a ver entre las tinieblas de una visión que se apagaba, una sombra que se alejaba corriendo. Dio unos pasos y se desplomó para siempre sobre la vereda cubierta de hojas amarillentas.
Los vecinos asombrados, rodearon el cadáver, después de llamar a la policía que llegó en minutos, junto con la ambulancia de un servicio de emergencia que constató la muerte. Cubrieron el cuerpo hasta la llegada de la Policía Judicial.
Susana, fue informada de inmediato. Después de proferir gritos desgarradores al ver el cadáver de su marido, tuvo un desvanecimiento que requirió de atención médica.
 El asesinato de Daniel, un vecino muy apreciado,  causó verdadera conmoción en el barrio. Se tejían decenas de conjetura y se reclamaban mayores controles en las calles. La gente temía salir de sus casas cuando anochecía. Muchos pensaban que era obra de un demente que rondaba por el vecindario. La imaginación popular ya había visto a personas sospechosas rondando el barrio en distintos tipos de vehículos.

El comisario Almada de Investigaciones Criminales, estaba desorientado y buscaba con ansiedad la “punta del ovillo” de un asesinato que parecía muy extraño, sin una razón causal aparente, por el momento.
La víctima no había sido robada. La autopsia demostraba  que la muerte la produjo un arma blanca de doble filo, un puñal, con una hoja de unos veinte centímetros de largo por cuatro de ancho que había ingresado por el quinto espacio intercostal izquierdo, a la altura del omóplato, penetrando el pulmón y la cara posterior del ventrículo izquierdo, lo que provocó la muerte en forma casi instantánea. Lo curioso es que según el forense la herida tenía características, que hacían pensar, que había sido provocada por un puñal muy antiguo, como los usados hace varios siglos atrás, pues sin duda se ensanchaba en ambos filos, en la parte media de la hoja: lo que se conocía como hoja lanceolada.
La historia de vida de Daniel Berardi, de treinta y cinco años, no otorgaba ninguna pista. Era oriundo de un pueblo del sur de la provincia donde curso sus estudios primarios y secundarios, al término de los cuales se trasladó a Córdoba graduándose de técnico en informática. Inmediatamente después de egresado consiguió trabajo en una empresa, donde mucho se lo apreciaba por su inteligencia y responsabilidad. Nunca había tenido actuación política, ni gremial. Se casó a los veintiocho años: dos hijos y una vida conyugal impecable. No se le conocían deudas, vicios, ni enemigos ¿No lo habrían matado por error? Se preguntaba el comisario ¿Podría haber sido confundido con otra persona? ¿Será obra de un loco suelto como afirmaban los vecinos?
El fiscal Torres también estaba desconcertado. Habían transcurrido veinte días del asesinato y todo permanecía en las sombras, sin tener ni siquiera un sospechoso.
Torres era un hombre capaz y trabajador. Hacía poco que ocupaba el cargo y quería hacer méritos, porque muchos comentaban que su designación era consecuencia de padrinazgos políticos, práctica muy común en la justicia argentina.
Desde sus años de facultad se interesó en el derecho penal y la criminología  con su nuevo ingrediente: la droga adicción.
─Almada, por favor, necesito que venga a la fiscalía, lo más pronto que pueda.
─ Voy para allá, doctor.
─ Gracias. Lo espero.
Media hora después, Almada estaba en tribunales, en el despacho del fiscal
─ ¿Alguna novedad, comisario, en el caso Berardi?
─Lamentablemente ninguna, doctor, es un caso muy raro. No se encuentra ninguna razón, por lo menos hasta el momento, que justifique un asesinato tan alevoso, como este. En la escena del crimen no se encontró nada. La víctima fue atacada de atrás, con una sola y certera puñalada con un arma no común, según la apreciación del forense y no quedó en el lugar del hecho, ningún rastro ni huella. Lo mataron de una manera fulminante y con una efectividad asombrosa. El que lo hizo, sabía lo que hacía
─Ese puñal es para mí, “la punta del ovillo”, Almada, y el nos puede llevar a: “Desenrollar la madeja”.
─ ¿Por qué, doctor?
─Porque son muy pocos los que pueden tener un puñal de esa característica, salvo que lo haya hecho hacer recientemente por un artesano, y es algo que se puede averiguar. Estuve investigando y armas de ese tipo son de varios siglos atrás, por lo tanto también podría tratarse de un coleccionista, lo que nos da otro camino de investigación. Hasta el momento es lo único que tenemos, comisario, y mientras no aparezca otra pista, debemos comenzar por esta.
Hay que investigar en los museos, ver si se puede confeccionar una lista de coleccionistas privados y de artesanos que trabajen en armas blancas. Sin duda nos va a quitar el sueño: es un caso complejo.

Quince días después de la entrevista con el fiscal, el comisario Almada, recibió una noticia que lo sacudió. En el segundo piso de una cochera céntrica se había encontrado el cadáver de un hombre joven, con una herida de arma blanca que había penetrado por la parte posterior izquierda  del tórax, idéntica a la de Daniel Berardi. El cuerpo fue encontrado sobre un gran charco de sangre al lado de su auto, al cual no alcanzó a abrir la puerta, aproximadamente a las veinte y treinta horas.
Se comunicó de inmediato con el fiscal Torres, que al igual que Almada, quedó estupefacto.
─ ¿Qué es esto, comisario? ¿Un asesino serial? ¿Un psicópata?, ¿Porqué se trataría del mismo individuo, según parece?,
─Pienso lo mismo, doctor. Veremos que dice el forense de las características de la cuchillada.
¿Qué sabe de la victima?
─ Por el momento muy poco, doctor. Se trata de Manuel Castro, treinta y ocho años, empleado jerárquico de una compañía de seguros, divorciado, dos hijos. Desde hace tres año vive en pareja con una compañera de trabajo. No tiene antecedente penales. No ha actuado en política. En la cochera donde murió, era abonado mensual, ocupando siempre el mismo sitio, que tenía asignado desde hace más de dos años. Es lo que tengo hasta el momento
─Comuníquese de inmediato con la Policía Judicial. Que no retiren el cadáver hasta que yo llegue.
─ De acuerdo, doctor.
Torres se acomodó en el sillón de su oficina. Indicó  a su secretario que no lo molestaran y cerró los ojos tratando de ordenar sus pensamientos.
Había que buscar algún nexo entre las dos víctimas, que, a no dudarlo habían tenido algo que ver, directa o indirectamente con el homicida. Desechaba totalmente la idea de un sicario, no es el modus operandi de los mismos. Estas muertes parecían tener un viso ritual; el juego diabólico de un demente ¿Habría otras muertes? Si así fuera, ¿quién sería el próximo?
Era necesario apresurar la investigación. La prensa ejercería una fuerte presión y el tema de la inseguridad se desbordaría, con el consecuente palabrerío inútil de los políticos ofreciendo soluciones que no tienen y opinando de lo que no saben.
Cuando llegó, el perímetro alrededor del cadáver estaba cercado y Almada lo estaba esperando.
─ Hubo que retirar a la esposa, presa de una crisis histérica e impedir que subieran los compañeros de trabajo, además de la gente que venía a sacar sus autos. Esto era un loquero.
─Lleven el cadáver a la morgue. Mantengan el perímetro cercado y dejen un agente de consigna. ¿Encontraron algo en el piso!
─En realidad muchas pequeñas cosas, donde predominan los papelitos y puchos de un par de cigarrillos. Usted sabe que la gente tira de todo al suelo. Las llaves del auto estaban debajo del cuerpo, obviamente las tenía en la mano cuando lo mataron. Lo encontrado fue recogido y embolsado. Al lado del cadáver había un trozo pequeño de papel, bien doblado, que parecía de una revista. Estaba lógicamente manchado de sangre. Los de la policía científica lo desplegaron y efectivamente era parte de la página de una  publicación tipo enciclopedia con una foto que mostraba el Partenón de Atenas.
De regreso a la fiscalía, Torres pidió dos cafés al ordenanza.
─ ¿Qué piensa de todo esto, Almada?
─Opino como usted, doctor, que es obra de un demente y que desconocemos sus motivaciones, por el momento.
─Yo temo que vuelva actuar y nos encuentre de brazos cruzados, meditando.
─Creo que es razonable pensar así.
─Comisario, este tipo de asesinos, suelen envanecerse de su obra y terminan creyéndose impunes, por lo que suelen dejar, pequeñas pistas en el lugar de los hechos, en un acto de desafío. Por eso quiero conocer al detalle todo lo que se recogió en el estacionamiento y también la historia de vida de Manuel Castro, desde su niñez en adelante. Necesito que trabaje las veinticuatro horas del día en este caso. Hablaré con el Jefe de Policía para que ponga a su disposición, los hombres y recursos que sean necesarios. Mañana a primera hora quiero los resultados de la autopsia. El asesino nos lleva varios pasos de ventaja, debemos acortar la distancia.
─Quedesé tranquilo, doctor, yo también estoy muy preocupado. Redoblaremos los esfuerzos.

Fue una larga noche para Gustavo Torres. Después de una cena muy liviana, repasó todos los informes que tenía del primer asesinato, además de consultar sus tratados de criminalística. Daba vueltas en su cabeza una frase de uno de los grandes de esta disciplina científica, el doctor Rafael Moreno González: La criminalística es la ciencia del pequeño detalle.
El amanecer lo encontró sin haber dormido. Tomó una ducha caliente, bebió una taza de café y partió para el juzgado. Necesitaba estar en su lugar de trabajo. Buscar el “pequeño detalle” al que se refería Moreno González.
Muy temprano recibió el informe de la autopsia. La herida de Manuel Castro era idéntica a la Berardi, hecha por la misma arma y con seguridad el mismo brazo, con similar técnica para matar. No se sorprendió, es lo que esperaba.
Dos horas más tarde se presentó el comisario Almada con algunos datos que iban aportando pequeñas piezas al rompecabezas.
─Doctor no hay nada de importancia en la vida de Castro. Nació en Córdoba, en barrio Alberdi. Sus estudios primarios y secundarios los cursó en escuelas públicas de esta ciudad. Ingresó en la Facultad de Ciencias Económicas, abandonando en tercer año. Ingresó en la compañía de seguros donde trabajó hasta el momento de su muerte. Hizo muy buena carrera, ocupaba en la actualidad un cargo ejecutivo. Lo demás lo conoce: divorciado, dos hijos, desde hace tres años vive con su actual señora, constituyendo una pareja normal. No tuvo nueva descendencia
Lo importante, doctor Torres, es que encontré un nexo entre las víctimas: Castro y Berardi vivían en barrios próximos y sus hijos mayores concurren a la misma escuela, aunque a distintos cursos por razones de edad.
─Interesante, en verdad ¿Qué tipo de escuela es a la que asisten?
─Privada, laica, la mayoría de los alumnos son de familia de clase media.
Otro puntito, doctor: los muchachos consiguieron entrevistar a un vecino de Berardi que había visto una persona ajena al barrio, pasar caminado dos noches seguidas por la vereda, en que se produjo el asesinato. Su andar era pausado y miraba como si buscara un domicilio determinado. Conseguimos un retrato hablado─ abrió su maletín y entregó un dibujo de cuerpo entero al fiscal.
Torres tomó la hoja en la cual se veía un hombre de baja estatura, fornido, cubierto con una campera cerrada hasta el cuello y  un sombrero de alas bajas, como los que suelen usar los pescadores, lo que dejaba en sombra sus facciones; estaba calzado con unos borceguíes de tipo militar.
─Es interesante lo que ha traído, comisario. Por lo menos tenemos algo. Días atrás estábamos con las manos vacías. El hombre del dibujo tal vez no tenga nada que ver, pero hay concordancia entre sus dos pasajes por esa vereda y el asesinato posterior. La coincidencia de los hijos en la misma escuela es también interesante. Son pequeños detalles que debemos poner bajo la lupa.
Quiero que  se investigue en profundidad  todas las etapas de la vida de Berardi y Castro. Si practicaban algún deporte; pertenencia activa a algún club, partido político, iglesias, u organizaciones sociales o gremiales, en fin todo. Creo que allí está la clave de este enigma. Por supuesto, comisario, traten de dar con el hombre del dibujo ¿Alguna novedad respecto a los cuchillos antiguos?
─Ninguna, doctor. Los museos no tienen nada similar. No hay registros de coleccionistas privados. Fueron interrogados todos los artesanos conocidos en el rubro y negaron haber fabricado un cuchillo de esas características. Antes del medio día va a tener aquí el informe escrito de Policía Científica de lo recogido en el estacionamiento, pero puedo adelantarle que no hay ningún elemento de interés.
─ Sin embargo hay algo que a mí, sí me interesa: la figura del Partenón de Atenas. Se me ha puesto en la cabeza, que no estaba allí de casualidad. Creo que la dejaron deliberadamente para probar nuestra sagacidad. Probablemente sea la última pieza del rompecabezas, o sea que hay muchos lugares vacíos delante de ella, que deberemos ir cubriendo para que pueda encajar. A pesar de los enormes progresos científicos de la criminalística, este es un caso en que predomina el razonamiento y la presunción, sobre el tecnicismo, es decir, para investigadores como Sherlok Holmes─ dijo riendo.
Comisario, rastreen toda la ciudad, buscando al hombre del dibujo y cualquier otra evidencia por pequeña que sea. No debemos olvidarnos que tenemos que evitar otra muerte. ¿En el auto de Castro se encontró algo?
─Solo efectos personales de la pareja.
─ Que lleven los canes de Drogas Peligrosas a olfatear el vehículo. No quiero dejar pasar nada por alto.

Susana, caminaba lentamente ensimismada en sus pensamientos y presa de un intenso dolor que oprimia su alma. Había pasado más de un mes del asesinato irracional de su marido y todo continuaba en foja cero ¿Por qué, por qué, lo habían matado? ¿Cuál era la causa para quitarle la vida a un hombre como él, que jamás causo daño a nadie? Que vivía para tenderle una mano a quien la necesitara. Muchas preguntas sin respuesta que habían convertido su vida en un martirio. De no haber sido por sus hijos probablemente estaría a su lado.
Caminaba hacia la parroquia del padre Damián; él los había casado hacía más de diez años. No buscaba consuelo en sus palabras que eran siempre las mismas: Los caminos del Señor, que solo Él conoce. Que al lado del Creador, Daniel velará por su familia y  las mismas frases hechas que se dicen a todos los sufrientes, sin ninguna innovación a través de los siglos. Quería conversar con un hombre al que respetaba y no con el cura que vio frente al altar el día que se unió a su esposo  y tampoco escuchar sus disquisiciones teológicas sobre la vida y la muerte
─Hola, padre
─Hola, Susana. No tienes buena cara hoy
─ ¿Y usted cree que puedo tenerla, después de la desgracia que me sucedió?
─Tranquila, Susana, solo quise decir que te veo algo más demacrada que días anteriores. En que puedo servirte.
─La verdad no sé, padre, como tampoco sé porque vine.
─Viniste, porque la Casa de Dios, es también tu casa,
─Por favor, padre no comience a recitarme Los Evangelios. Me gustaría conversar con usted, pero con Damián el ser humano, el hombre, no Damián el cura.
─Es muy difícil lo que me pides, puesto que yo estoy al servicio de Dios, pero lo intentaremos. Lo importante es que te tranquilices.
─Estoy muy mal, Damián. Perdone que lo llame así, pero por hoy quiero obviar el “padre”
─Adelante, Susana.
─Dios, no protegió ni a mi marido, ni a mi familia. Dios está en todas partes, menos donde se lo necesita. Miles de inocentes, fundamentalmente niños, mujeres y ancianos, mueren en todo el mundo, por guerras interminables, hambre, enfermedades evitables, catástrofes; sin que se vea la mano protectora del Padre Omnipotente, en ningún lado. Hace miles de años que nadie protege… a los desprotegidos. Creo sinceramente que todo esto de las religiónes, es una burda patraña, una novela de ciencia ficción. Probablemente esté sangrando por la herida abierta que tengo en mi alma. Sé que Daniel, había sufrido una gran crisis de fe; una importante decepción con la iglesia. Nunca me explicó claramente las causas, pero ahora comprendo muchas de sus palabras, cuando yo, periódicamente, concurría a misa con los chicos. Él siempre ponía una excusa para no acompañarnos, pero respetaba mi voluntad, como respetó todo en su corta vida
─Las crisis de fe son comunes, Susana y muchas veces, quien las sufre, sale reforzado de ellas en su relación con el Señor.
No era el caso de Daniel, y ahora parece que le cobraron caro su rebelión.
─ ¡No hables así, Susana! ¡Es una blasfemia! Verás que cuando la justicia aclare este desgraciado caso, tendrás que arrepentirte de lo que dices.
─No será así, Damián. Si la investigación tiene éxito, sobre lo cual tengo mis dudas, sea cual fuere la causa de su muerte, pongo, no mis manos, sino mi alma al fuego, por su integridad moral. Nadie me convencerá de que Dios, nunca está donde debe estar ¿Se enteró del asesinato en la cochera?
─ Sí, algo leí en los diarios y vi en la televisión.
─ ¿No cree qué de acuerdo a la información recibida, hay bastante similitud con el de mi marido?
─No puedo opinar, Susana, porque los medios de información suelen tornarse morbosos en estos casos y muchas veces desfiguran la realidad ¿Habló con usted el fiscal?
─Estoy citada mañana en la fiscalía. Iré con mi abogado, porque aunque usted no lo crea, todavía no estoy libre de sospecha.
─No se moleste por eso. Hasta que un crimen no está resuelto, todos somos sospechosos, y por más que duela, es lógico que así sea..
─ ¿Dígame, Damián? ¿Usted estuvo enamorado alguna vez, de una mujer?
Esta pregunta la hago para saber con quién estoy hablando, si es con alguien que puede interpretar sinceramente mi dolor.
Damián, quedó callado un par de minutos. Sus ojos recorrían todo el ámbito del  templo vacío a esa hora, buscando un punto de apoyo.
─Susana, todos hemos estado enamorados alguna vez en la vida.
─No es la respuesta que yo espero. Esta es la respuesta del sacerdote, no del hombre.
Damián, bajó el cabeza avergonzado. Ni él mismo sabía de qué.
Sí, lo he estado y muy intensamente.
─Lo lamento, Damián, quizá de haber escuchado los llamados de su corazón, hubiera tenido una familia y seguramente podría haber interpretado mejor lo que se siente, cuando se pierde de una manera brutal al ser amado.
Susana se retiró sin despedirse, como una autómata, envuelta en sus pensamientos y su desdicha.

Dos días después de la entrevista con el padre Damián, Susana estaba en el despacho del fiscal.
─Usted me asegura, señora, que entre su esposo y Manuel Castro no había ningún tipo de relación, no se conocían.
─No que yo sepa, doctor. Nunca le escuché nombrarlo. No sé si  pueden haberse conocido en la niñez o adolescencia, Daniel hablaba muy poco de esos períodos de su vida.
Dígame, doctor, hay dos muertes similares, absurdas ¿qué está pasando? ; ¿qué clase de loco nos amenaza?
─ Es lo que estamos investigando con todos los recursos que tenemos Y créame que estoy seguro de que pronto lo tendremos resuelto.
─ ¿Y si mata otra persona?
─No podemos descartarlo y nos tiene muy preocupados, por eso cualquier dato, por insignificante que parezca, para nosotros puede ser de mucha utilidad. No deje de llamarme a mí, o al comisario Almada, si recuerda algo, aunque a usted le parezca una nimiedad, comuníquela. De una brizna se puede hacer un trigal.
─No le entiendo, doctor
─Quiero decirle, Susana, que todo aquello que parezca sin importancia, para una persona que no esté en nuestra tarea, puede ser de gran valor para nosotros. Esté alerta, piense.
Una conversación muy parecida tuvo el fiscal con la ex esposa y la compañera actual de Manuel Castro. Las respuestas fueron muy similares: entre ellos no se conocían.
Almada había conseguido un dato de valor.Se decía, en el pueblo de Berardi, que  muchos años atrás, cuando era un niño se corrió el rumor de que había sido víctima de un pederasta. En la comisaría del pueblo no estaba registrada ninguna denuncia al respecto y se estaba investigando si para esa fecha alguien  había salido de manera un tanto imprevista del pueblo.
─Usted sabe, doctor, que en los delitos de carácter sexual todo el mundo cierra la boca.
─Así es, comisario, si ocurrió va a ser muy difícil confirmarlo, más aún ahora, que el hombre está muerto. Hay algo que me mueve a la reflexión y a otorgarle importancia a  su investigación. Pienso que el asesino es una persona con un buen grado de cultura.
¿Por qué lo piensa así, doctor?
─Por el arma que empleó y la figura del Partenón. Eso nos va a permitir dejar de lado a una serie bastante grande de posibles  sospechosos. Quien cometió los asesinatos, tenía un pensamiento casi ritual de lo que hacía. Defendía una verdad: su verdad. Comisario, cada vez nos vamos acercando un pasito más al asesino. Tenemos que llegar antes que él a su próximo objetivo, si es que el mismo existe. No nos olvidemos de Castro, algo en común debe haber entre los dos, estoy seguro, y creo que ese algo está en la pederastia. Si bien es cierto que no hemos encontrado hasta ahora ninguna relación entre ambos hay que seguir buscando en la niñez y adolescencia.
 Repasemos un poco, Almada, lo que tenemos: dos hombres muertos de la misma manera y casi con seguridad con la misma arma, que sabemos, no es un cuchillo convencional. Los crímenes fueron hechos por venganza o por razones de tipo ritual, tal vez relacionado a alguna secta. Ambos eran personas casi de la misma edad, de vida normal, y sin antecedentes: policiales, gremiales ni políticos. Existe la posibilidad que uno de ellos, que vivió en un pueblo, pudo ser víctima de un pederasta hace muchos años y de lo cual no existe denuncia. No hubo jamás, al parecer, ningún contacto entre ambos. Avanzamos lentamente. Si no logramos encontrar alguna, conexión entre Berardi y Castro, el panorama se va a tornar sombrío.
─Doctor, creo que tenemos que profundizar en los aspectos religiosos o espirituales de ellos. Usted sabe que en los últimos tiempos han proliferado: las sectas, los gurues,”Hermanos del amor” y adoradores del diablo, como el caso de la calle Bedoya donde concurría gente de alto nivel social. Muchas veces, en estos clanes, si el iniciado quiere apartarse, puede costarle la vida y además  son frecuentes las relaciones hetero y homosexuales después de las reuniones rituales.
 ─Estoy de acuerdo, comisario, investiguemos a fondo este tema y continuemos con el retrato hablado y la búsqueda del arma. En algún momento tiene que “saltar la liebre”
Familiares y amigos fueron entrevistados para conocer si Berardi y Castro, pertenecían o habían pertenecido en forma activa a alguna iglesia, cofradía o congregación, en algún momento de sus vidas.
Las esposas de ambos coincidieron en que sus maridos tenían un lejano pasado de actividades y colaboraciones parroquiales que abandonaron en forma total como suele ocurrir en muchos adultos, que pierden la fe y el contacto con la iglesia.
 La esposa de Manuel refirió que este, tenía un compañero de trabajo que pertenecía a un grupo esotérico, quienes solían reunirse y organizar viajes al Uritorco, pero que él jamás intervino en esas reuniones ni viajó con ellos.
Los padres de Daniel Berardi negaron al fiscal, que su hijo hubiese tenido problemas de homosexualidad mientras vivió en el pueblo y que efectivamente había colaborado con la parroquia, como lo hacían otros niños y jovencitos de la zona. Castro, refirió su padre, había pertenecido a un grupo de Scout de la parroquia de su barrio, los que solían hacer periódicamente campamentos en las sierras cercanas a la ciudad.

─Doctor Torres, creo que ha comenzado a entrar un poco de luz a este sombrío caso─dijo el comisario Almada mientras abría un portafolio ─Mire estas fotos, por favor─ ordenó seis fotografías sobre el escritorio del fiscal ─ Corresponden a la infancia, adolescencia y edad adulta de los dos  ultimados. Las de arriba son de Daniel Berardi y las de abajo de Manuel Castro ¿Qué nota, usted?
─Que son bastante parecidos, podrían pasar tranquilamente por familiares, y no lo son. Tienen el mismo tipo étnico
─Eso es, doctor. Y aquí tenemos la primera conexión entre ambos: el parecido físico y casi la misma edad.
─Muy bien, comisario, es un dato muy importante. Continúe por favor.
─Los dos fueron colaboradores de sus parroquias; uno en su pueblo y el otro en esta ciudad. Y ahora tenemos la segunda y muy importante conexión: ¡trabajaron con el mismo párroco!, sorprendente ¿verdad?
─ ¿Y cómo pudo ser ello?
─El padre Juan fue trasladado del pueblo a una parroquia de esta ciudad, al frente de la cual estuvo varios años. Por razones de salud, aparentemente trastornos de orden psiquiátrico, fue dado “de baja” y reemplazado por el actual párroco, el padre Damián. Tengo otra foto interesante, doctor, mírela con atención. Fue tomada, hace tres años, durante una misa que se celebró en el colegio, dentro de los actos de un nuevo aniversario de su creación. Aquí ─dijo señalando con su dedo índice─, puede ver a Berardi y Castro, bastante cerca uno del otro, su proximidad es casual: no se conocían. Y aquí, al lado del altar que se había improvisado, está el padre Juan mirándolos. Por favor utilice esta lupa y verá que, podríamos decir, que tiene la vista fija en ellos.
─Es cierto, comisario. Vamos a hacer una ampliación lo mayor posible de esta foto
─Doctor, creo que ya tenemos las vinculaciones que buscábamos entre las víctimas y creo que el padre Juan es el principal sospechoso, por lo cual he montado una discreta vigilancia sobre él. Vive a unas quince cuadras de la parroquia, en casa de un hermano y una sobrina soltera. Se sabe que es muy aficionado a los deportes y mantiene un buen estado físico a pesar de su edad: setenta y cinco años.
─Excelente trabajo, Almada, lo felicito. Continuemos reuniendo evidencias, porque lo que tenemos hasta ahora si bien es importante, no es suficiente para imputarlo.
La prensa presionaba sobre una opinión pública, ya cansada de la inseguridad y de casos no resueltos; las autoridades lo hacían con el fiscal que llevaba la causa y este apuraba a la policía. Era toda una reacción en cadena, que exigía resultados en el corto plazo.
El comisario Almada y la gente de Investigaciones Criminales asignada al caso, trabajaban sin descanso. Los alentaba el hecho de que ahora tenían un sospechoso; hasta hace muy poco corrían tras de un fantasma.

─Doctor, tengo novedades de importancia.
─Me alegro mucho, comisario, están haciendo mucha falta. Lo escucho.
─Un informante que tenemos en el barrio donde vive el padre Juan, estuvo conversando con el hermano y la sobrina, que expresaron estar bastantes cansados con el “huésped” por su conducta delirante. El vive en un pequeño departamento que edificó con sus ahorros, en los fondos de la vivienda principal, el cual se comunica con la calle por una entrada independiente. Habitualmente comen juntos y en la mayoría de las conversaciones hace notar su delirio místico, lo cual los tiene bastante preocupados.Está en tratamiento psiquiátrico, pero no saben si cumple con el mismo. No deja que nadie se meta en su vida. Se cree un enviado de Dios, una especie de “ángel vengador”. A su departamento no se puede entrar. Él lo limpia personalmente y lo  mantiene cerrado con llave. En una oportunidad la sobrina lo vio regresar cerca de la media noche con un abrigo amplio con el cuello levantado, sombrero y borceguíes de tipo militar que usa con frecuencia. Caminaba rápido, parecía nervioso. Ingresó a su departamento y no salió hasta el otro día a la tarde ¡Es el hombre del retrato hablado, doctor! Creo que lo tenemos. Hay algo más: se prepara para dar otro golpe.
─Cómo es eso, comisario.
─Usted sabe que lo tengo vigilado las veinticuatro horas del día; conocemos todos sus movimientos. En los últimos diez días el “padrecito” ha estado haciendo un trabajo de inteligencia en un taller mecánico, especializado en frenos, que está en Barrio Junior. El taller corresponde a un tal Vicente Pirolli, individuo de treinta y siete años, libre de antecedentes, que vive a media cuadra del taller, sobre la misma vereda. Tiene dos empleados que se retiran a las siete y media de la tarde. Pirolli se queda una media hora más ordenando papeles y cierra el taller. El ex cura ha estado tomando nota del movimiento del taller pasando por una vereda u otra a distintas horas y mirando con mucha atención hacia el interior del mismo. Pienso que en estos días  se producirá el ataque, porque ya tiene todo estudiado.
─Opino igual, Almada, así que alerta máxima. Quiero capturarlo con “las manos en la maza” para evitar suspicacias con las evidencias que hemos ido reuniendo.
─Se han tomado todos los recaudos para que sea un operativo exitoso. Afortunadamente vamos a poder evitar que haya una nueva víctima, que era una de nuestras mayores preocupaciones.
─Un nuevo asesinato y quedábamos los dos fuera del caso. Usted sabe como es la política.
─Lo que sigue quedando en penumbras son los móviles de estos crímenes. Si bien es cierto que es muy posible que sea consecuencia de un pasado pederasta ¿Por qué ahora querer eliminarlos? ¿El candidato actual, estuvo también relacionado con él?
─Es casi seguro, Almada. Las edades de los tres, son muy similares, lo que lleva a pensar que se trató de un período de la vida de Juan que ahora quiere borrar.Pienso que en esto tiene mucho que ver su estado psiquiátrico actual. Con su captura terminaran la mayoría de las incógnitas que nos estamos planteando.
La policía acentuó la vigilancia. Durante tres días el sospechoso no salió de su casa.
Al atardecer de un frío día de invierno, acompañado de una fina llovizna que daban aspecto lúgubre a las calles poco transitadas: Juan salió. Iba vestido con un abrigo de cuero con el cuello levantado, sombrero de alas bajas,  pantalón de lona verde y borceguíes negros. En su mano llevaba un bolso de cuero marrón. Se dirigió con paso rápido  hacia la parada del ómnibus.
La novedad fue transmitida de inmediato y todo el operativo entro en estado de máxima alerta.
─Doctor, es muy posible que el momento haya llegado. El sospechoso salió con la vestimenta, que parece ser de “trabajo” y subió a un ómnibus a una cuadra de su casa. De acuerdo al recorrido de esa línea, lo deja muy próximo al domicilio de Pirolli.El personal está en sus puestos de acuerdo a lo planificado.
Bien, comisario, voy para allá. Espero que esta sea “la noche del cuervo” y lo podamos sacar enjaulado.
Ya las sombras habían cubierto la ciudad y los pocos transeúnte que circulaban, apresuraban sus pasos para llegar al cálido refugio de sus hogares.
Torres, tomó el maletín y acompañado del secretario del juzgado, subió a su automóvil. Todo parecía indicar que este caso, que le había costado tantos desvelos tocaba a su fin, lo cual sería un golpe de efecto muy importante para su carrera y un halago personal  grande para él y Almada, por haber conducido una investigación que se tornó muy complicada, en el sentido correcto. Sin duda, la experiencia y profesionalidad del comisario, habían jugado un rol fundamental.

Juan bajó de ómnibus a tres cuadras del taller mecánico. Sacudió el sombrero y el abrigo que estaban mojados. Se detuvo debajo de un farol del alumbrado público, abrió el bolso y se colocó un par de guantes de algodón, dejó el cierre abierto, bajó el sombrero hasta la altura de las cejas, miró la hora y apresuró la marcha. Pasó frente al taller por la vereda opuesta, observando que de acuerdo a lo previsto, Pirolli estaba solo, próximo a cerrar. En la calle no se veía a nadie. Una furgoneta de un lavadero, sin su conductor, se encontraba estacionada unos veinte metros más adelante.
Vicente se encontraba de espaldas a la entrada, hojeando con atención una carpeta. Juan cruzó rápidamente la calle, continuaba lloviendo. Dentro del taller saco del bolso un largo cuchillo de hoja lanceolada y se precipitó sobre su víctima. Este giró rápidamente; los ojos de Juan reflejaron un enorme asombro: no era el rostro de Vicente el que tenía frente a sí. La puñalada había partido hacia su destino con fuerza. No podía detenerla. Un hábil golpe de cintura del supuesto Vicente la hizo pasar de largo a escasos centímetros del cuerpo y una llave de karate lo desarmó. Juan con el rostro congestionado por la ira no pudo detener el impulso con que había iniciado su macabra faena; resbaló en una mancha de aceite del piso y cayó dentro de una de las fosas del taller. En ese momento entraron precipitadamente los efectivos del ETER que estaban en la furgoneta estacionada, en apoyo de  su compañero que había tomado el lugar de Pirolli. Detrás de ellos ingresaron el comisario Almada y el fiscal Torres. Juan permanecía boca abajo en el fondo de la fosa respirando con dificultad. Minutos después lo retiraba una ambulancia en grave estado, con traumatismo severo de cráneo y de tórax. En el piso había quedado el puñal de hoja ensanchada en su parte media que se había cobrado dos vidas.

El allanamiento de su vivienda  aclaró los puntos oscuros que aun quedaban.
 A través de sus libros, revistas en las cuales hacía anotaciones, fotografías y una especie de diario, en el cual solía escribir, con letra temblorosa y poco clara, sobre sus enfermizos estados de ánimo, se pudo ir reconstruyendo parte de su vida.
 En el seminario en que estuvo internado era muy frecuente la sodomía entre los curas que actuaban como docente y monitores con los seminaristas que cedían a sus requerimientos. Juan continúo con esas prácticas después de ser ordenado sacerdote, que se intensificaron cuando estuvo en la parroquia del pueblo en que vivía Berardi. Llegaron fuertes rumores y acusaciones de estos hechos a las autoridades eclesiásticas, quienes, como ha sido la práctica habitual en estos casos en todo el mundo, no hicieron denuncia a la justicia. Se mantuvo todo en el silencio cómplice, que tanto ha dañado a una iglesia, que ya viene muy castigada desde hace siglos, por sus tremendos errores, y se limitaron a trasladar al cura, que vino recalar  al templo del barrio en que  estaba el hogar de Castro. Allí creó una agrupación de jóvenes exploradores, que le facilitaba a través de un sutil trabajo psicológico sobre adolescentes y algunos casi niños, todavía, a los que seleccionaba por determinadas características físicas, psíquicas y datos que obtenía en la confesiones, para satisfacer sus apetitos sexuales. Con el paso del tiempo comenzó a presentar síntomas de severos trastornos psiquiátricos y a sentir miedo de ser denunciado como pederasta,. Lo “jubilaron” de  su trabajo de “pastor de almas” y fue a refugiarse en la casa del hermano. Comenzó a experimentar un delirio persecutorio y el haber visto en aquella misa, realizada en el colegio, muy próximos a Berardi y Castro que habían sido abusados por él, actuó como detonante. Su mente enferma lo tomó por un complot en su contra y decidió actuar en consecuencia, asesinándolos a ambos. Le dio a estos crímenes un carácter ritual, por eso utilizaba ese antiguo puñal que le había sido traído, como un obsequio desde oriente. En otras fotos ubicó a Pirolli al que había señalado como su próxima ejecución y que afortunadamente se había podido evitar.

Tres,días después de caer en la fosa Juan falleció sin recuperar el conocimiento.
La fiscalía estaba satisfecha, porque el caso se había resuelto, prácticamente sin dejar cabos sueltos lo cual había quitado un gran peso de encima, fundamentalmente para un fiscal que estaba “estrenado” el cargo.
El caso había producido un gran revuelo de orden político, sobre todo en la oposición que reclamaba sobre la necesidad de dar más recursos e importancia al tema seguridad, haciéndose eco de las protestas de los ciudadanos.
El obispado envió sus condolencias a los familiares de las víctimas, pidiendo perdón en nombre de la iglesia, por los hechos aberrantes en que estuvo involucrado uno de sus miembros. Lo de siempre.

Doctor, hay dos cosas que quisiera que usted me aclarará.
─Diga nomás, comisario espero poder hacerlo.
─ Usted dijo que la figura, recortada de una revista, del Partenón de Atenas, sería la última pieza del rompecabezas.
─ Y fue así, Almada. Con esa figura quería justificar su actitud sexual. Nos daba una pista.En su casa encontramos varios libros de historia de la Grecia antigua, en donde, unos siglos antes de Cristo, la pedofilia entre maestros y discípulos, no solo era consentida, sino que además era bien vista, casi diría, como un complemento de la preparación de los jóvenes. ¡Sí! no se asombre comisario.Cuesta creer que eso ocurría, en una de las épocas más florecientes, de la cuna de la civilización occidental, pero así son las sorpresas que nos vienen desde el fondo de la historia. De allí se tomó Juan, para autoconvenserce de que su conducta, no era anormal ni delictiva.
Me dijo que tenía dos preguntas ¿Cuál será la otra?
─Quería saber a qué se refirió cuando estando próximos a capturar a Juan dijo,”Espero que esta sea la noche del cuervo” ¿Porqué cuervo? ¿Por la vestimenta negra que usaban casi todo el cura hace unos años?
─ Por eso y algo más importante: el cuervo es un pájaro muy inteligente y perverso. Roba el alimento a otras aves, invade sus nidos y después de hacer su fechoría, vuela lejos del lugar del hecho. Era simplemente una metáfora.
─ Gracias, doctor, espero que volvamos a encontrarnos en otro caso─dijo Almada estrechándole la mano.
─Yo también lo espero, comisario. Fue un placer trabajar con usted.



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