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sábado, 23 de julio de 2011

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GooglePUCHITO


(Despedida de un fumador a un viejo “amigo”)

P
uchito, me han pedido que escriba sobre vos, pero…tranquilo. Por el hecho de que te haya dejado no voy a escracharte, ni a cargarte con todos los males del mundo (crisis financiera incluida) ¿Sabes? No quiero parecerme a un viejo conocido que vivió años con prostitutas, y cuando encontró una buena mujer con la cual se casó y tuvo hijos, se convirtió en el enemigo público número uno de las ahora denominadas “trabajadoras sexuales” y eso es verdaderamente: hipocresía.
Nuestra larguísima amistad, tuvo que terminar. Tendría que haber sido mucho antes, porque ya me habías causado bastante daño (no olvides que te debo dos stent) y en mi futuro próximo se percibían densos nubarrones que avanzaban sobre una salud que ya estaba deteriorada. Dejarte no era tarea fácil, yo estaba preso de la adicción a tu compañía; no podía hacerlo solo y tuve que recurrir a un simpático hechicero para que me exorcizara, y así cortar el lazo que nos unía.
Sí, sí, Puchito, ya sé lo que estás pensando: que nos conocimos cuando yo tenía 14 años: “Allá lejos y hace tiempo”, en un paquete, que no recuerdo bien, si eran “Macedonia” o “Texas”.En una época en que: pantalones largos, algunos pelos en la cara, símil barba y un cigarrillo en la mano daban patente de varón; que estudiamos juntos, nos pusimos de novio, me acompañantes en toda mi carrera. Estuviste firme a mi lado en los momentos de alegrías y tristezas, y así, muchos etcéteras. No lo olvido: sería ingrato si lo hiciera. Pero, Puchito, tu amistad era nefasta. Me llevabas de la mano de una manera muy sutil, casi imperceptible a encontrarme con tus infaltables compañeros de ruta: cáncer de pulmón y laringe, enfermedad coronaria, enfermedad vascular cerebral, enfisema pulmonar y otros más de esos horribles amigos que tienes, y me ibas a separar para siempre de los hermosos amigos que yo tengo. Por eso me siento feliz de haberte dejado y para ser sincero (no te enojes por esto) más feliz voy a estar cuando vea que día a día se va engrosando la columna de los que te dejan a un lado y (vuelvo a pedirte que no te enojes) voy a contribuir a ello en la medida de mis posibilidades.
Ya no vuelves a entrar en mi vida, por eso te pido Puchito, que nos despidamos sin rencores, con elegancia. Ambos nos utilizamos y todo tiene su fin.

viernes, 15 de julio de 2011

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GoogleLas andanzas de don Rogelio “El ciudadano”


(Presentación del personaje)


Rogelio había llegado, con más o menos “buen paso” a las ochenta y cinco primaveras, otoños o como se las quiera llamar. Jubilado, viudo desde hacía cinco años, en que se había ido la Rosinda, y solo, como gran parte de los viejos, cuando ya comienzan a ser un estorbo para quienes lo rodean.
Rogelio estaba dedicado a ser un observador de la vida en todas sus manifestaciones ¿Qué más podía hacer?, cuando dentro de él todo estaba “flojo y herrumbrado”. Tenía que cuidarse: del frío, del calor, la humedad, el viento, los mosquitos, y en realidad, de todo.
Tenía buenas relaciones, con los vecinos, con sus hijos, a los que veía bastantes poco,(siempre muy ocupados los muchachos con el trabajo, y la hija con sus críos),con algunos parientes que le “daban una vuelta”; y excelentes con su entrañable perro Canuto, que siempre estaba donde él necesitaba que estuviera. Rogelio, a menudo pensaba, que cuando se muriera uno, el otro no iba a durar mucho tiempo.
Le gustaba estar en el jardín en los días soleados; entre unos viejos rosales y algunas matas de margaritas y geranios, que cuidaba con el mismo amor que lo había hecho la Rosinda. Se sentaba a matear, con el Canuto a su lado, y a mirar pasar la vida. Muchas veces se quedaba adormilado, con la mente poblada de recuerdos y fantasmas.
Cuando alguien le preguntaba, a qué se dedicaba, además de ser un jubilado; si tenía algún trabajito extra o alguna afición, él respondía: “A ser un ciudadano”
¿Y cómo es eso don Rogelio? era la pregunta “de cajón”, infaltable.
Eso quiere decir, respondía Rogelio: buen padre, buen vecino, buen amigo, tender las manos a quien las necesite. Desde que mi santa madre me trajo al mundo, no he hecho otra cosa más que ayudar : a mis pobres viejos, a mis hermanos, a mis hijos, a la gente del barrio, hasta a los pobres animalitos que andan vagabundeando por la calle sin que nadie les tire un “güeso” ¿Le parece poco?
No don Rogelio, me parece mucho ¿Y sabe? ¡Lo felicito!
Y, felicitarme ¿Por qué?
Por ser un ciudadano, por ser el amigo, Rogelio



A continuación damos a conocer algunas de sus “andanzas” que iremos presentado periodicamente 





Rogelio y los políticos


¡Buenos días, don Rogelio!
Buenos días, doctor, ¿cómo anda?
Muy bien ¿Y usted, vecino?
¿Cómo quiere que ande?, Como jubilado pobre, nomás; en un país con muchos privilegiados.Fijesé, cuando no llego a fin de mes, que ocurre bastante seguido, y no tengo que masticar, ¿sabe qué hago? mastico bronca, que es bueno, pa´ no reventar, lo que ya es algo.
No se queje tanto, amigo, que el gobierno ha puesto en marcha diversos planes, para mejorar los ingresos de nuestra clase, pasiva, nuestros queridos abuelos, a quienes tanto….
Vamos, doctor, ¿qué me está diciendo? No estamos en época de elecciones. No me quiera meter el perro, que ya lo tengo al Canuto.
Con usted no se puede hablar, Rogelio.
Y a ustedes los políticos, no se los puede escuchar. Perdóneme el atrevimiento, doctor, pero soy un ciudadano, honesto y viejo, que tiene derecho a decir lo que siente ¿No es así, Canuto?



Rogelio en el Palacio Municipal



Entró al palacio Municipal y se dirigió resueltamente a la mesa de informes.
Buenos días, señor, vengo a hablar con el intendente.
El empleado, levantó los ojos y lo miró extrañado.
¿Tiene audiencia?
No, amigo, pero tengo paciencia y puedo esperar todo el día si es necesario.
El empleado intuyó que con ese anciano tendría problemas si perdía la calma.
Señor ¿Cual es su nombre?
Rogelio.
Rogelio, ¿es usted jubilado, verdad?
Efectivamente m´hijo, ¿a la edad que tengo que otra cosa puedo ser?, pero además tengo mi trabajo.
─ ¡Ah, sí! ¿Y de que trabaja, don Rogelio?
De ciudadano, de lo que soy ¡Un ciudadano!
Otro empleado que escuchaba la conversación, se acerco y comenzó a participar en la misma.
─ ¿Y cómo es el trabajo de ciudadano don Rogelio?
Y bueno, me ocupo de lo que otros vecinos, no se pueden ocupar, por falta de tiempo o de salud. Para el bien de todos, claro está ¿Sabe m´hijo? Yo vivo solo, es decir, no tan solo, porque lo tengo al Canuto. El Canuto es mi perro, inteligente como un cristiano.Fijesé que cuando no hay que comer le digo: “deje de pedir Canuto, que hoy no hay nada” ¿y sabe lo que hace?, se va calladito al patio, desentierra algún güeso y me mira como diciendo: “si queres te invito” le juro que a veces me hace lagrimear, el muy ladino.
Para entonces, varias personas, de las que habitualmente concurren a la municipalidad por diversos trámites, rodeaban a Rogelio.
Y como les decía, para no “estar al cuete” en casa pensando macanas, me dedico a ayudar a los que necesitan y hago reclamos en nombre de todos. Por eso digo que yo trabajo de ciudadano y que tengo todo el derecho de reclamar.
Los empleados ya lo miraban con afecto.
¿Cuáles son sus reclamos, don Rogelio?
Rogelio sacó una libreta del bolsillo.
Mire señor, son varias cosas, que hace mucho estamos pidiendo: veredas rotas, donde nos caemos los viejos. Nos quedamos muy seguido sin luz y se nos pudren las pocas cositas que tenemos en la heladera, además de noche tenemos que andar con velas y “uste” sabe que con eso se nos puede quemar todo, es muy peligroso ¡Ah! Me olvidaba, las calles tienen unos pozos barbaros. Una vez se metió en uno la rueda de un carro y tuvimos que salir todos a empujar, para ayudar al pobre matungo.
¿Se da cuenta que de verdad necesito hablar con el intendente? Ya le dije que no tengo apuro. Puedo esperar todo el día, si hace falta. La cuestión es que a uno lo escuchen ¿No le parece?
El empleado salió de su mostrador, le puso una mano sobre el hombro y le dijo:
Venga don Rogelio yo lo voy a acompañar hasta la oficina del intendente y le aseguro que hoy…lo van a escuchar.

sábado, 2 de julio de 2011

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Google EL NUEVO AÑO DE MANUEL PEREYRA


I
ngresó al servicio de Clínica Médica del hospital, en los primeros días del mes de diciembre. Manuel Pereyra de cincuenta y cinco años, provenía de la zona rural de Villa María, donde trabajaba en un tambo, al igual que sus cuatro hijos varones y sus tres yernos.
Trabajo duro el del campo y tal vez más, el del tambo, que no tiene ni un día de descanso en todo el año. Hay que ordeñar diariamente, comenzando a la madrugada: “Salga el sol por donde salga”
De estatura mediana: cabellos abundantes, canosos, lacios, y gruesos, barba escasa, bigote entrecano, ojos pequeños y muy negros, pestañas cortas y ralas. El prototipo del criollo, parecía salido de una ilustración del Martín Fierro.
A partir de los ocho años comenzó a ayudar a su padre en las tareas rurales. Hizo el servicio militar, como correspondía en aquella época, a los veinte años; que fueron casi como unas vacaciones para él, acostumbrado a una vida mucho más sacrificada. Fue distinguido como el mejor soldado de su compañía. Guardaba con orgullo el pequeño diploma que así lo acreditaba. Se casó a los veinticinco con Ángela Leguizamón y de esa unión nacieron los siete hijos: cuatro varones y tres "chancletas". A los cuarenta se enteró, al donar sangre para un amigo, que padecía la enfermedad de Chagas, esa que según dijeron lo médicos, viene de la picadura de las vinchucas, que él conocía de memoria. ¡Si lo habrían picado! De noche las sentía caer sobre el piso o los catres cuando se desprendían del techo de paja. Ponían hojas de papel por todos lados y cuando sentían el ruido de las “chinches voladoras” en su caída, se levantaban y las mataban de un alpargatazo: y así todas las noches
Mucho trabajo y duro, poco control médico y dificultad en conseguir los medicamentos necesarios para su tratamiento, fueron las causas que llevaron a su corazón a ser insuficiente, para un normal desempeño, según dijeron los médicos. Por eso Manuel ingresaba nuevamente al hospital, donde ya se lo conocía y apreciaba por su buen carácter y su tendencia natural a colaborar, con quien lo necesitara.
Un criollo está pa′ servir, si no, no es criollo de ley, solía decir con orgullo y altanería.
Ingresó a la sala después de pasar por la guardia, acompañado de su hijo Emiliano y su mujer.Era la misma sala en la que estuvo en su internación anterior a la que, para su alegría encontró cambiada, con sus paredes y camas bien pintadas.¡Que otra imagen da la limpieza y el orden!, pensó.
─Buenos días, dijo con voz alta y firme.
─Buenos días respondieron los compañeros de sala, con distinto énfasis y sonoridad, según el estado de ánimo de cada uno de ellos.Solamente uno de los internados, el que estaba en la cama que se encontraba al lado de la que le habían asignado, no respondió al saludo y le dio la espalda; cuando se sentó y comenzó a cambiar su ropa, ayudado por su mujer y su hijo.
Manuel lo miro con curiosidad.Como criollo castigado por la vida desde su nacimiento, era muy sensible a las actitudes de desprecio.Su compañero de la derecha, aquel que no quiso mirarlo cuando entró, era un hombre de unos setenta años: muy delgado, su piel quemada por el sol, sus ojos claros: hundidos y apagados, y el escaso cabello, entre canoso y rubio, conformaban la patética imagen de un gringo, o descendiente de gringos, campesino... y pobre.Su rostro seco, ajado y descarnado, sus manos huesudas y callosas, hablaban de quien había pasado más de la mitad de su vida a la intemperie: con calor y frío, viento y lluvia, hambre y sueño
Ya aflojará pensó, Manuel. Tengo para un par de semanas aquí y estamos uno al lado del otro .No hay duro que no se” blande” decía el turco de la tienda del pueblo, y en ello basaba su esperanza de entrar en relación con su circunstancial vecino. Según le contaron los otros paciente, se llamaba Carmelo Mazutti y era hijo de italianos. Trabajaba todavía de peón en una chacra, a pesar de su edad y mala salud. Hacía lo que podía, el pobre, para ganarse su pan. Padecía de una enfermedad pulmonar crónica, por el exceso de tabaco desde niño. Estaba desde hacía más de un mes dado de alta, para continuar el tratamiento en su domicilio, pero nadie venía a buscarlo. Había pasado un largo tiempo, sin que ningún familiar lo visitara y ello aumentaba su natural mal humor y tristeza.
─Buenos días Carmelo, el desayuno se le enfría. ¿Quiere que lo ayude?
─No, gracias, siempre me arreglé solo.Dijo casi sin mirarlo y de mala forma.
─ ¡Bueno hombre! No quise molestarte, perdoname
Carmelo no contestó una palabra y como hacía habitualmente, se dio vuelta, dándole la espalda.
El Dr. Gonzáles que presenciaba la escena, se acercó lentamente y le dijo en voz muy baja:
─Manuel no le haga caso, Carmelo tiene un gran dolor que va consumiendo la poca vida que le queda. Su familia casi lo ha abandonado. Hace más de treinta días que no viene nadie a verlo, a pesar de que hemos hecho avisar a su gente, hasta por la policía del pueblo,de que ya está dado de alta. ¡Y tiene cinco hijos, carajo! ¡Cómo no va estar amargado el pobre viejo! Cuando estaba en su casa, se atendía solo, como Dios lo ayudaba.Como sería su abandono, que fue un vecino quien lo trajo al hospital. ¡Que van a venir a buscarlo! ¡Si ya se lo sacaron de encima! ¡Usted sí que tiene una familia! De gracias a Dios por ello, que no es común en los tiempos que vivimos.
Manuel sintió mucha lástima por su vecino: No es de cristiano abandonar a un padre enfermo, pensaba.
Pereyra observó con desagrado, que cuando su familia lo visitaba, a pesar de que trataban de ser cordiales con Carmelo, este se tornaba más hosco y retraído
Intuyó que esa actitud, era envidia y eso le desagradaba profundamente.No lo consideraba un sentimiento propio de un hombre. ¡Qué puta culpa tenían ellos de lo que a él le pasaba!
Comenzó a sentir bronca y dejó de tratar de ayudarlo ¡Qué se las arregle como pueda! ¡Gringo cabrón! Pensó para sus adentros. De allí en más Carmelo, dejó de interesarle. Manuel en la medida que su salud se lo permitía, trataba de ayudar a los otros compañeros de sala.
El Dr. González le comunicó a Manuel que no podría irse antes de la Navidad, como era su deseo.Tenía un estudio importante a realizar el veintisiete de diciembre y no se podía permitir el lujo de perder el turno.Con un poco de suerte el fin de año lo pasaría en su casa.Se resignó a regañadientes, pero, se resignó. Primero estaba la salud, para poder seguir acompañando a su familia, la cual necesitaba más de su presencia y sus consejos, que de su trabajo.
─Ya le dije, Pereyra, que no intentara hacer amistad con Carmelo.Tiene demasiado dolor en su alma para mirar más allá de sus ojos. Sus hijos no aparecieron más, a pesar de los esfuerzos del Servicio Social. Le estamos tramitando una cama, en un hospital del interior de la provincia, como enfermo crónico, que lo pueda tener por tiempo indefinido, ya que aquí en la capital, no se pudo conseguir nada.El lugar que él ocupa en esta sala, aunque parezca duro, lo necesitamos para otros pacientes, con cuadros más graves ¡y que no tienen lugar!
─ ¿Y lo van a mandar lejos de su casa?, ¿de su familia?,  ¿de lo que él conoce? ¡Y solo! Eso es, y perdóneme que se lo diga, con todo respeto, muy cruel dotor.
─ ¡Yo lo siento igual que usted Manuel!, pero como médico, tengo que pensar que Carmelo ocupa una cama, estando de alta hospitalaria y que hay muchos pacientes con mayor necesidad que él, de una atención adecuada. ¡El hospital no puede, ni debe suplir a la familia! Esto no es un depósito de viejos abandonados, es un hospital, no un geriátrico, y no me haga hablar más amigo, porque no quiero decir muchas cosa que siento y que me muerden el alma.
Mañana es Noche Buena, trate de pasarla lo mejor posible, pensando, que si Dios quiere el veintiocho ¡Y no es broma, del Día de los Inocentes! Usted estará partiendo para su casa.
Manuel quedó consternado con un intenso dolor en su alma.Había muchas cosas que no comprendía, y que le llevarían más de una vida entenderlas.
El día veintisiete de diciembre Manuel Pereyra pidió hablar con su médico y el Jefe de Servicio.
¿Saben por qué los he molestado señores dotores, a ustedes que están tan ocupados?, dijo con toda humildad.
─Usted dirá Manuel, suponemos que será algo importante, respondió el Dr. González.
─Sí lo es dotores dijo, Pereyra, dirigiéndose al Jefe del Servicio. La Navidad y el Niño Jesús, hicieron un milagro.
¿Un milagro? ¿Y cuál es ese milagro, amigo, preguntaron ambos
─ ¡Sí señores! ¡El Niño me indicó, que yo tenía un hermano a mi lado! Y créame jamás pensé tener un nuevo hermano a esta edad y mucho menos… un hermano gringo.
El Dr. González y su jefe, lo miraban incrédulos.
─El hermano que me trajo la Navidad y el Niño, es Carmelo. ¿Saben? en la Noche Buena, nos confundimos en un abrazo y tiramos algunos lagrimones al suelo. Es mentira eso de que los hombres no lloran. Carmelo es muy buen hombre, lleno de dolor, porque nunca tuvo cariño, ni de chico ni de viejo.
Ya lo hable con mi familia y estamos todos de acuerdo. El está en su sano juicio y puede decidir a donde ir y donde vivir, me lo dijo la visitadora social, y nosotros no queremos, que lo dejen abandonado en un hospital, en cualquier lado, como a perro guacho y si dueño. El vendrá a mi casa donde va a tener: un techo, comida y afecto, y yo necesito quien me sebe unos mates, como los que seba este gringo.
Si los hijos lo quieren visitar, que lo hagan.Estan cerca porque son de la zona de Oncativo, pero Carmelo tendrá ahora y, a lo mejor por primera vez en su vida: un hogar y una familia.
─ ¿Sabe dotor? Este no será para mi solamente un Año Nuevo, si no un nuevo año, junto a mi hermano gringo.
Mientras Carmelo, preparaba su bolso en silencio, los cuatro se miraron y dos gruesas lágrimas corrieron por el curtido rostro del Dr. González: voy a tener que creer nuevamente, que existen los milagros, se dijo a sí mismo.