EL ECLIPSE
L
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eía con
interés en un periódico, el descubrimiento de una nueva galaxia, situada a
miles de años luz de nuestro Sistema Solar.Me quede unos instantes meditando
sobre el fantástico avance de la ciencia y la técnica, y también sobre la
extraordinaria maravilla del universo .En pocos minutos se habían concatenado
en mi mente una serie de recuerdos, y mi memoria me trasladó a un tiempo muy
distante al de mi realidad actual.
Tenía 8 años aproximadamente, y mi vida
trascurría como la de la mayor parte de los niños de esa época:severa
disciplina en el hogar y en la escuela.Las palabras de mamá, y más aún las de
papá eran sagradas, no se discutían . Se comía lo que se ponía en la mesa, sin
protestar ni hacer mala cara.Nos levantábamos de la misma después de nuestros padres ¡jamás
antes!,salvo una necesidad imperiosa, qué generalmente tenía la excusa de ser
fisiológica.Nunca nos íbamos a dormir sin pedir la bendición a nuestros padres
y a cuanta persona mayor estuviera presente.
Era la época de la pelota, las
bolitas, el trompo, el balero, las figuritas, de Tarzán a las 6 de la tarde,
que escuchábamos absortos, con el oído muy cerca de la radio, para no perder
detalle de las aventuras en la selva, que ponían alas a nuestra imaginación,
ante la necesidad de tener que “ver”: los animales salvajes, las tribus
indígenas, los senderos de la jungla donde se presentía el peligro, y sobre
todo a nuestro héroe, salir siempre triunfante.Para él, no existía obstáculo
insalvable
Por las noches, durante la cena, sobre
todo en invierno la radio continuaba siendo el entretenimiento de toda la
familia: música, novela,noticias,deportes.Todo nos lo brindaba nuestro
receptor, que ocupaba un lugar de privilegio en la casa.
El respeto a las maestras y a todo el
personal que trabajaba en la escuela era total.Cualquier falta de conducta era
castigada con severidad,tanto en el colegio como en el hogar.Otros tiempos, sin
duda otros tiempos, donde cada cual ocupaba su lugar y no invadía territorios
ajenos, preservando el orden que debe regir en toda sociedad civilizada,
Los niños éramos muy
ingenuos.Tardábamos unos cuantos años en enterarnos de que los Reyes Magos eran
nuestros padres y que por ello muchos de los pedidos que hacíamos a través de
inocentes cartitas no se concretaban jamás.Y ni hablar de los nacimientos: a
los chicos los traía la cigüeña desde París y punto.Mito que se mantenía hasta
que algún amigo o primo más grande, nos contaba la tremenda verdad, que nos
costaba digerir y nos llenaba de curiosidad sobre todo aquello relativo al
sexo.Comenzábamos a descubrirnos nosotros, y a interesarnos en la niñas.
Los fenómenos climáticos, como las
grandes tormentas nos causaban miedo. Ni hablar de los astronómicos, que como
en la actualidad, se daban cada muchos años y sobre los cuales el común de la
gente tenía poca o ninguna información.
Yo tenía una imaginación frondosa y
una mente llena de fantasías, que me daban la lectura(siempre fui apasionado
lector) la radio y el cine al cual concurríamos casi todos los domingos a ver
los “episodios”siempre y cuando el comportamiento en la semana hubiera sido el
adecuado.Mi pensamiento creaba cosas y hechos con tal fuerza, que los tomaba
por reales y los trasmitía con tanta convicción a mis amigos, que ellos también
terminaban por creerlos.
Un buen día nos dijeron en la escuela
que muy pronto seríamos testigos de un prodigio de la naturaleza que en muy
raras ocasiones podía observarse: un eclipse total de sol.Nos ilustraron con
esquemas en el pizarrón (muy bien hechos por la Sta. Álvarez) y algunas láminas
de color,de cómo la luna se interpondría entre el sol y la tierra durante
algunos minutos y el cielo se oscurecería en ese lapso de tiempo como si fuera el anochecer, a pesar de que
estaríamos en plena mañana.Nos dijeron y repitieron que el día del eclipse
teníamos que llevar un trozo de vidrio de color oscuro, como el de las botellas
de cerveza, para poder observar el fenómeno sin dañar nuestros ojos.
Debo confesar de que a pesar de mi
espíritu curioso, la noticia me causó desasosiego.¿No sería el fin del mundo,
como había leído en algunas historietas?.¿O como había dicho el cura que alguna
vez sucedería antes de la nueva llegada de Cristo a la tierra?.Tenía muchas
dudas y muchos temores.En mi casa no me aclararon más de lo que ya me habían
dicho en la escuela y no quería peguntar demasiado para no demostrar temor.Mi
tan mentada imaginación se puso en marcha y ya era imposible detenerla.Unos
días después del anuncio, ya no me cabían dudas: había llegado el fin para
todos lo seres vivientes.Estaba triste e inapetente.Todo había dejado de
interesarme, hasta que una luz de esperanza comenzó a nacer en mi interior: ¿ y
si el eclipse no se producía?.¿Si Dios cambiaba las cosas? ¿Acaso no era poseedor del poder supremo y amaba a
sus hijos, y a todas las criaturas por El creadas, como nos decían en la
iglesia?.Ante este pensamiento, que me pareció bastante lógico, noté que mi
animo mejoraba y volvía el apetito, la sonrisa y el deseo de jugar.Así
transcurrió aproximadamente una semana, hasta que llegó el momento esperado y
temido:mañana sería el eclipse.Esa noche me costo mucho conciliar el sueño.Recé
todas las oraciones que había aprendido.Mi cabeza bullía llena de pensamientos
unos más catastróficos que otros.Por fin el cansancio me venció y me quede
dormido.Al otro día mi hermana me
despertó a la hora acostumbrada para ir a la escuela.Mi madre estaba
enferma y guardaba cama.Durante el desayuno pude notar que ella (varios años
mayor que yo) estaba muy tranquila, y cuando le mencioné el tema del eclipse no
le dio mayor trascendencia, excepto la curiosidad que el mismo le
despertaba.Esta actitud ayudó a sosegar mi espíritu atormentado.Cuando fui a
saludar a mi madre, pensé en hacer algunas preguntas al respecto, pero comprobé
que estaba dormida.Sabía que había pasado una mala noche y no me atreví a
despertarla.
En el colegio todo era diferente a los
día habituales de clases.No se hablaba de otra cosa más que del eclipse, y se
percibía en el ambiente, la ansiedad que el mismo causaba.Cada maestra
verificaba que los niños hubiesen llevado el trozo de vidrio de color
solicitado para poder observar el fenómeno astronómico, sin el cual no se podía
hacerlo.Al promediar la mañana de un hermoso y soleado día salimos al patio.
Todos los ojos miraban hacia el firmamento.Las maestras pasaban revista, cual
sargento en parada militar, de que todos tuviésemos el famoso vidrio en nuestras manos.En el cielo
se podía ver como la luna se iba acercando al sol.El miedo comenzó invadirme hasta convertirse en pánico.Ya nada
podría salvarnos de la catástrofe final.Dios no me había
escuchado.Sigilosamente, tratando de mover mis piernas que estaban
envaradas,fui retrocediendo hacia la salida del colegio.Nadie se dió
cuenta,todos estaban absortos mirando la luna que avanzaba lentamente e iba cubriendo parte del sol.Ni pensé en
recoger mis útiles escolares del aula.Cuando llegué a la puerta, no
vacilé.Corrí, corrí hacia mi casa( que distaba a 5 cuadras ) con todas las
fuerzas que me permitía mi esmirriada humanidad.En el trayecto vi que aparecían
algunas estrellas en el cielo que minutos antes lucía con un sol brillante...y
mi terror ya no tuvo límites.Unos perros callejeros que estaban reunidos en una
esquina, al verme correr me siguieron ladrándome.No me preocupe, ya nada podía
aumentar mi temor, y además, dentro de
algunos instantes, ellos también desaparecerían.Llegué a mi casa como una
saeta.Quería morir a lado de mi madre.Entré raudamente y me dirigí a su
dormitorio( en esos tiempos, durante el día la puerta de calle no se cerraba
con llave ni pasadores).Mi madre me miró asombrada.No sabía lo que me
pasaba.Con el guardapolvo puesto y sin quitarme los zapatos, me introduje en su
cama y me abrace a ella¡Mamá el mundo se acaba! Grité, y quiero morir a tu
lado.Con todo el amor y la ternura que solo puede dar una madre,me besó y
acarició mi frente perlada de sudor.Me hizo ver que ya nuevamente el día estaba
claro y el cielo soleado,que los pájaros habían vuelto a cantar, que todo
seguía su camino... y que estábamos juntos.
Media hora después Teresa, mi siempre
recordada Teresa; la portera de la escuela:gorda morena,con grandes trenzas que
rodeaban su cabeza como una corona y dueña de un enorme corazón, lleno de amor
para sus niños, estaba en casa preguntando por mí. Mamá le envió a decir,que se
quedara tranquila,que me había sentido descompuesto y por eso había regresado a
casa sin avisar, lo cual sin duda constituía una falta severa; que mañana mi
padre daría las explicaciones correspondientes a la Sra. Directora, y yo
estaría ocupando nuevamente mi lugar en el aula.
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